Francesc de Carreras

Las nuevas censuras

«Los sentimientos son más fácilmente comprensibles que los argumentos»

Francesc de Carreras
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La libertad de expresión está amenazada. Es cierto. Pero ¿cuándo no lo estuvo? Siempre, aunque desde luego en unos países más que en otros. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX hubo un avance progresivo de esta libertad, que culminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín. Parecía que la censura, la del Estado, estaba en trance de desaparición, pero quedaba la otra censura, la fáctica, ejercida por las empresas informativas privadas y por los poderes políticos en los medios de comunicación oficiales. En todo caso, censuras más leves: un período de la historia que empezó con la rudimentaria imprenta de Gutemberg, a mediados del siglo XV, parecía estar felizmente en trance de acabar. El futuro auguraba optimismo.

Sin embargo, con la extraordinaria rapidez de los cambios tecnológicos en el mundo de las comunicaciones, nuevas censuras han irrumpido a principios de siglo XXI. La decadencia del buen periodismo coincide con el auge de la prensa digital, las redes sociales, Google, Facebook y Twitter, los blogs, los post, la información no contrastada y la opinión sin criterio ni fundamento. La charla de café en las redes es para muchos, además de un desahogo personal, su única fuente de información. Mal vamos: nada bueno para la democracia entendida como deliberación colectiva a través de una reglas de argumentación rigurosa.

Oponerse a las nuevas tecnologías es imposible y absurdo, pero ser consciente de adónde nos pueden llevar es una necesidad para salvar la principal función de la prensa libre: contribuir a que los ciudadanos conozcan la verdad. Porque, en efecto, de la verdad se trata. Y la verdad se averigua investigando. Para descubrirla se necesita talento, profesionalidad y recursos económicos. El periodismo de investigación no es gratis, es muy caro.

Destaquemos dos peligros que hoy amenazan la libertad de expresión: la postverdad y la postcensura. La postverdad, antigua como la historia humana, consiste en considerar que para conocer la realidad tanto valen los hechos como las emociones, la razón como la fe. Se ha demostrado que el 78 por ciento de los hechos que alegaba Donald Trump en su campaña electoral eran falsos, pero convenció a muchos con una frase que iba directa al corazón: "América primero". Los sentimientos son más fácilmente comprensibles que los argumentos.

A todo ello se añade la llamada postcensura, el aluvión de insultos en las redes cuando alguien pone en duda algo que es políticamente incorrecto, es decir, se desvía del dogma según el cual algunas cuestiones no deben ser objeto de discusión. El miedo a ser estigmatizado por las redes ejerce una efectiva función censora, evita el debate y, así, priva de la posibilidad de alcanzar la verdad.

La libertad de expresión estará en peligro si no somos conscientes de estas nuevas realidades y les hacemos frente. En otro caso, como ha advertido Timothy Snyder, entramos en el prefascismo.

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