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San ValentínDel «estoy enamorado de usted» al «sexo fácil», así ha evolucionado la seducción a lo largo del tiempo

Con Facebook, Twitter o Tinder, el tono formal de las cartas de amor queda ya como excepción romántica de aquellos anclados a la tradición o empeñados en conservarla

Madrid Actualizado: Guardar
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La irrupción de las nuevas tecnologías ha modificado sustancialmente costumbres tan arraigadas en la sociedad como la correspondencia por carta. Si antes era habitual plasmar los anhelos amorosos en tinta y papel, ahora, las declaraciones de amor de puño y letra parecen relegadas a la excepción romántica de aquellos anclados a la tradición o empeñados en conservarla.

Quizás por eso, reliquias como las misivas que el escritor y dramaturgo del romanticismo francés Alfred de Musset le enviaba a su amada, George Sand —un pseudónimo de la escritora gala para ocultar su verdadera identidad, de Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant—, se custodien tan solo en la mente de los nostálgicos. Marcando las distancias con el usted más cálido que las palabras son capaces de invocar y sustituyendo París por una utópica Italia, De Musset escribía, allá por el siglo XIX:

« Mi querida George, tengo algo estúpido y ridículo que decirle. Le escribo tontamente en lugar de decírselo a la cara, no sé por qué, volviendo de este paseo. Debo estar desolado esta tarde. Se va a reír en mi cara, a partir de ahora me tomará por un mago de las palabras en todos mis encuentros con usted. Me cerrará la puerta y creerá que miento. Estoy enamorado de usted. Lo estoy desde el primer día que estuve en su casa. Creí que me curaría viéndola simplemente como un amigo. Hay muchas cosas en su carácter que podrían curarme; he intentado persuadirme como he podido, pero pago muy caros los momentos que paso con usted. Prefiero decirle que he hecho bien, porque curarme me produciría mucho menos sufrimiento si usted me cerrara su puerta. Esta noche había decidido decirle que estaba en el campo, pero no quiero contar mentiras ni parecer enfadado sin motivo. Ahora, George, usted dirá: "¡Otro que viene a molestarme!", porque no soy el primero que intenta conquistarla, como ya me dijo ayer hablándome de otro, pero no puedo evitarlo. Si quiere decirme que duda de lo que le escribo, mejor no me conteste. Sé lo que piensa de mí, y no espero nada de usted confesándole esto. Lo único que puedo perder es una amiga, y las únicas horas agradables que he pasado durante este mes. Pero sé que es usted buena, que usted ha querido, y me confieso ante usted no como un amante, sino como un amigo sincero y leal. George, me considero un loco por privarme del placer de verla durante el poco tiempo que usted va a pasar en París, antes de emprender su viaje al campo e irse a Italia, donde podríamos haber pasado bellas noches, si tuviera fuerzas. Pero la verdad es que sufro, y las fuerzas me fallan.

Sinceramente tuyo, Alf de M.».

La llegada de los ordenadores, sustitutos naturales de las Underwood y Olivetti tan de moda a principios del siglo pasado, permitieron seguir aporreando el teclado, como si este fuera un descuidado latido capaz de viajar a la velocidad de la luz. Atrás quedaba entonces la tediosa espera, la eterna incertidumbre hasta lograr confirmar que la carta de amor había llegado al remitente, y más aún, la de conocer por fin si este tendría a bien contestar. Podían pasar años aguardando una respuesta. Eso sí era amor, sugieren todavía los más conservadores.

Pero la comodidad de llegar a otra persona, independientemente del lugar en el que se encuentre, a golpe de clic, ha terminado seduciendo a la sociedad. El e-mail se abrió paso, manteniendo todavía el estilo formal de las cartas tradicionales. Pero pronto se quedaría obsoleto también ante el vertiginoso e imparable avance de las posibilidades de la Red.

Tuenti o el amor en los estados

Tuenti y Messenger, precursores lógicos de Twitter, ya anunciaban la importancia de sintetizar. Los años van sumando, pero a medida que siguen su curso dejan patente que el rodeo, las palabras de más, sobran más que nunca. A nadie le gusta ya andarse por las ramas, como antaño. Un estado en estas ya desfasadas redes sociales podía sugerir mil sentimientos, casi todos manidos al caer en la imitación, por aquello de lo público, de lo que pertenece a todos. Las mismas estrofas y frases de canciones trilladas se repetían por todas partes. Todavía hay quien, adueñándose de la paradoja de la determinación furtiva de cantar su amor a los cuatro vientos, cae en esa anodina costumbre en los de Facebook o WhatsApp.

WhatsApp

Es precisamente esta aplicación de mensajería instantánea la que más sonrisas involuntarias provoca, señales inequívocas del enamoramiento cuando sin levantar la vista del móvil, calladamente nos delatan.

Twitter, contener las ganas en 140 caracteres

Y llegó Twitter, y el ingenio puso en un aprieto a los románticos. Los que no sucumbieron aprendieron que el arte del cortejo no entiende de medios, sino de intenciones. Que la originalidad es siempre importante, pero más lo es la insistencia sigilosa del que en realidad quiere lo que persigue. No hay ni mejor ni mayor conquista que hacer sentir a alguien objeto de deseo.

La timidez no es impedimento para que el amor surja en la red social del pajarito, pero sí para que quien luego relata su experiencia en estas líneas decida permanecer en el anonimato. Así, pongamos que se llama «B», define Twitter «como método para romper el hielo», para mostrar interés y acortar distancias. Para dar el paso que cada vez cuesta más emprender en persona. Todo en apenas 140 caracteres. Porque en esta red social guarda especial importancia el tono, medir y contener las ganas; el resto sale solo.

Temas triviales como «qué coincidencia, nos gusta la misma serie» dan paso a los mensajes privados, que permiten cierta intimidad para intercambiar números de teléfono y hacer fluir la relación. Así se pierde ahora la vergüenza, a través de la pantalla que antes hacía tangible la fragilidad del papel y la solidez de la distancia.

Tinder, para «sexo fácil»

Y llegó Tinder, una versión más inmediata, juvenil y desenfadada que sus homólogas Meetic o Badoo. Pocos, aunque existen excepciones, la utilizan para seducir a largo plazo; funciona más como una forma urgente de acallar un sofoco, las ganas.

«Mi amigaba utilizaba Tinder para el sexo fácil. Es la forma más directa. No das explicaciones, tampoco las pides. No existen los compromisos. Son tardes, mañanas o noches, a veces apenas dos horas»
Teresa Díaz Martínez

Teresa Díaz Martínez explicaba así su primera vez en Tinder desde Madrilánea: «Me gustan mucho los preliminares. Las miradas de reojo y las medias sonrisas eran mi truco infalible. Con esta aplicación móvil para ligar me es imposible. Tengo que reinventar mi repertorio de cortejo. No sé muy bien cómo hacerlo. Ya he dado a unos 30 corazones verdes en fotos de chicos de entre 20 y 30 años, esto significa que me ha gustado su foto, su nombre, edad y distancia. No sé nada más de ellos aún pero ya me gustan. A las cuatro horas ya tengo 12 coincidencias, es decir, 12 chicos y yo nos hemos intercambiado un corazón verde. Me resulta súper divertido. Comienzan los holas, buenas, qué tal, sales guapa en la foto, ¿eres así de verdad?, ¿qué estudias?, ¿trabajas?».

¿Y cómo es quedar a través de Tinder? Teresa cuenta su intento, a medias, de probar algo nuevo, diferente. «Resultó ser un chico encantador, consiguió hacerme reír. Teníamos cosas en común: la edad y la soltería, pero poco más. Después de dos copas y diez pitis tuve que volver a decidir. Podía despedirme con un cordial saludo y prometer seguir hablando por Tinder, besarle o invitarle a mi casa. Opté por la primera opción. Él, por la segunda. Decidí dar un paso atrás; hasta luego, Borja, adiós Tinder».

Quizás esta aplicación no sea para todo el mundo. Desde luego, la primera experiencia no lo fue para ella. Sí, en cambio, para su amiga Alba, que la intentaba convencer de su éxito, incrédula al enterarse que ni siquiera habían «dormido» juntos. «No llegamos a la cama, Alba, le contesté alarmada. Ella me explicó que lo utilizaba para eso, sexo fácil. Es la forma más directa. No das explicaciones, tampoco las pides. No existen los compromisos. Son tardes, mañanas o noches, a veces apenas dos horas», cuenta en la web de periodismo hiperlocal del Máster de ABC-UCM.

Sea como fuere, a través de pinturas rupestres, cartas o la Red, algo que todavía conserva el ser humano es su complejidad, y el valor de cada declaración reside en la capacidad de materializar lo que se siente en palabras, gestos, sonrisas... o simplemente miradas.

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