El vaso medio lleno de la España vaciada: «¡Hay que luchar por nuestro medio rural!»

Miles de personas toman la capital para pedir el fin del abandono rural. Los políticos, entre ellos cinco ministros, marcharon en un segundo plano

Panorámica de la manifestación de la «España vaciada» en el madrileño paseo de Recoleto ISABEL PERMUY
Aitor Santos Moya

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Fue un grito mudo, pero ensordecedor. Al compás de miles de palmas sonando al unísono, la España vaciada cerró ayer en Madrid una jornada histórica para luchar contra el mal endémico de la despoblación. Entre 50.000 personas, según la Delegación del Gobierno, y 100.000, en cifras de los organizadores, desfilaron ayer desde la Plaza de Colón a Neptuno para pedir de una vez por todas un espacio digno en el tablero demográfico . Y lo hicieron, en mitad de un ambiente festivo que ni la intensa lluvia, caída durante casi todo el recorrido, fue capaz de apagar. La marcha, eminentemente ciudadana, mantuvo a la cola a los cinco ministros asistentes y a otros dirigentes políticos, como Albert Rivera, en un discreto segundo plano.

«La España vaciada es tan generosa, que hemos traído la lluvia para ayudar a paliar la contaminación en Madrid», advirtieron desde el escenario. Un toque de humor, antes de ponerse serios. La cuestión, por silenciada que haya estado durante décadas, no resulta baladí. «Estamos aquí para que nos toméis en serio. No solo para salir en las noticias. Pensad que si nos quedamos sin gente en nuestras tierras, no habrá nada que contar», añadieron, en clara alusión a los anuncios realizados por los partidos políticos en plena carrera por alcanzar la Moncloa.

Encabezadas por «Soria ¡Ya!» y «Teruel Existe», más de 90 plataformas, de 23 provincias, dieron vida a un movimiento de protesta, con una mochila cargada de historias. Historias, como las de Esther y Daniel, obligados a emigrar en su propio país; o las de Mercedes y Javier, supervivientes al éxodo que ha dejado en el alambre hasta 14 provincias -según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE)-, con el 80 por ciento de sus municipios más pequeños, de menos de 1.000 habitantes, en riesgo de extinción.

Con estos ingredientes, la receta de la indignación estuvo servida. «Venimos a pedir que la gente se quede en los pueblos», apuntaba Mercedes Quince, llegada desde San Cebrián de Campos (Palencia), una villa de 400 habitantes que carece de escuela, centro médico y puesto de la Guardia Civil: «Con todos los que hables aquí, te van a decir lo mismo». O peor.

«No tenemos ni bar»

En Honrubia de la Cuesta (Segovia), David Fuentenebro perdió el «honor» hace un tiempo de ser la persona más joven del municipio: «Vino una mujer de veintipocos y yo tengo 34 años». Con un censo de 61 habitantes, de los que solo 16 viven en el pueblo, por no quedar, ya no queda ni bar. «En diciembre lo cerraron» , relataba, sin entender la agonía de una zona en la que un solo autobús circula los martes para conectar la comarca con Aranda de Duero. «Hay gente mayor que dependen de sus familiares para desplazarse. Están atrapados en su propia tierra», apuntaba en la misma línea, Andrés Benito, concejal de la cercana aldea de Villaverde de Montejo.

Al ritmo que marcaban las dulzainas, tambores y otros instrumentos de la música regional castellana, los manifestantes caminaron el kilómetro y medio que separa las plazas de Colón y Cánovas del Castillo (Neptuno) para dejar paso a la lectura del manifiesto , a cargo de dos aragoneses: la directora de Radio Nacional de España, Paloma Zuriaga (Teruel, 1960), y el periodista Manuel Campo Vidal (nacido en Camporrells, Huesca, 1951). Ambos, reivindicaron un «gran pacto de Estado» ante la urgencia de iniciar la regeneración de la España vacía.

La emoción se mezcló entonces con los cánticos («¡Hay que luchar, hay que luchar, por nuestro medio rural!» y «Menos veraneo y más lucha en los pueblos», entre otros), en uno de los momentos más emotivos de la jornada. «Hay que dejar de una vez los estereotipos del mundo rural y empezar a pensar que los habitantes de los pueblos y las ciudades nos necesitamos mutuamente », incidía Javier Martín, de 48 años, que hace 20 decidió volver a Miño de San Esteban (Soria) tras terminar sus estudios en Madrid: «Hay 49 empadronados, pero realmente viven 25». Entre ellos, sus dos hijos mellizos, de 10 años, los únicos niños de todo el pueblo.

Desde Teruel, la provincia más representada junto a la soriana , Esther Escusa acudió en uno de los 50 autobuses que se fletaron para la ocasión. «Vivo en Zaragoza, pero me crié en Escorihuela, donde residen mis padres», advertía. Además de la falta de servicios, esta mujer de 36 años sacaba a la palestra otro de las grandes obstáculos a los que la España rural debe de hacer frente: el mal estado de las carreteras . «En las zonas que nieva habitualmente, la gente se queda aislada». Su voz, como la de tantos otros, ayer resonó en Madrid para sonrojo de aquellos que, hasta hace bien poco, miraban para otro lado.

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