Belleza quemada en Bangladés

Tres jóvenes rociadas con ácido desfilan como modelos para concienciar sobre un maltrato muy extendido en este país

De izquierda a derecha, Monira Akter, Nasrim Akter Shimu y Nusrat Jahan Nizum, tres víctimas del ácido, en un «rickshaw» en Daca PABLO M. DÍEZ
Pablo M. Díez

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Todavía no han cumplido los 30 años, pero ya tienen el coraje de quien ha sido vapuleado por la vida… y no piensa dejarse pisar nunca más. Nasrim Akter Shimu, Nusrat Jahan Nizum y Monira Akter tuvieron la mala suerte de nacer mujeres en Bangladés , un país donde muchas niñas son casadas incluso antes de llegar a la pubertad y luego sus esposos las someten a maltratos y abusos. Uno de los más frecuentes es rociar con ácido a las mujeres por rencillas familiares o venganzas personales, dejándolas desfiguradas y con graves secuelas para el resto de sus días. Por uno u otro motivo, y con mayor o menor gravedad, así están hoy las tres.

Golpeadas por la vida, para todas ellas se ha abierto una oportunidad hasta ahora impensable: convertirse en modelos. Tras debutar en un catálogo de la joyería Ayosh ideado por sus dueñas, Tanzima Shahtaj Chaity y Famia Shahzabin, y el fotógrafo Najmul Nahid, han desfilado en pasarelas de moda para concienciar sobre las víctimas del ácido. Su éxito ha impulsado la carrera de Nasrim, que ya ha aparecido en una película, y de Nusrat, quien presenta un programa radiofónico en internet donde lee poemas para los emigrantes bangladesíes en el extranjero. Para Monira, en cambio, se trata de una diversión porque quiere trabajar como voluntaria y ayudar a quienes tienen problemas. Una de las formas de hacerlo es mostrar los rostros quemados de esta lacra tan extendida en Bangladés. Desde su creación en 1999, la Fundación de Supervivientes del Ácido tiene registradas 3.759 víctimas de dichos ataques por violencia machista o venganzas.

Nasrim Akter Shimu

Con solo 14 años, Nasrim Akter Shimu fue casada por su familia con un chico de 24 que le pegaba para sacarle dinero. PABLO M. DÍEZ

En 2005, cuando tenía solo 14 años, Nasrim Akter Shimu fue casada por su familia con un chico de 24 con el que, según cuenta, «todo fue bien al principio… los dos o tres primeros meses». Pero el marido y su suegra, que era amiga de su madre, empezaron pronto a pedirle dinero y a darle palizas para extorsionar a su familia. «Al principio me sorprendí, pero luego acepté que es una situación por la que pasan muchas mujeres en el subcontinente indio , que deben soportar todo lo que les haga el esposo para no romper el matrimonio», relata la joven, que habla clavándote sus vivarachos ojos. Como sus amigas, luce una sonrisa encantadora que te conquista al instante. Pero, tan pronto como empieza a narrar su historia, sus rostros se nublan y sus dos compañeras rompen a llorar.

«Mi padre y mi hermano no sabían nada porque estaban trabajando en otra ciudad, pero mi madre me decía que tenía que aguantar, pese a que estaba siendo chantajeada, porque ese era el papel de la mujer », desgrana Nasrim. Con el tiempo, las palizas fueron en aumento hasta tal punto que la muchacha pensó incluso en suicidarse. Y de ahí pasaron a castigos con gotas de ácido que el marido le echaba sobre el cuerpo. «La tercera vez, en 2008, me durmió y lo roció por la barbilla y el hombro», señala mostrando las cicatrices que le marcan la cara.

Aunque el marido negaba el «accidente» , como inconscientemente llaman en Bangladés a estos ataques con ácido, la Policía forzó un acuerdo extrajudicial y, como siempre, todo se arregló al final con dinero. «Nos divorciamos y la familia de mi marido me dio 150.000 takas (1.450 euros) para el tratamiento, ya que me operaron gratis en el hospital de la Fundación de Supervivientes del Ácido», dice refiriéndose a esta organización creada por el doctor John Morrison en 1999. Hasta el año pasado, sus estadísticas tenían registradas 3.759 víctimas de tales agresiones.

Sin piel en la barbilla y con los labios quemados, Nasrim se pasó en casa los dos años que transcurrieron entre el ataque y la operación. «No salí en ningún momento porque estaba horrorizada y tenía muchos dolores», recuerda la joven. Cuidada por su madre, que se sentía culpable por habérsela entregado a su amiga, tuvo que someterse a injertos de piel del antebrazo en el rostro. «Tras la operación, mi vida cambió. Volví al colegio y ahora estoy en la universidad para recuperar el tiempo perdido, ya que me gustaría trabajar en los medios o en series de televisión», asegura ilusionada con su nuevo futuro. «Gracias a la Fundación de Supervivientes del Ácido, he recuperado la confianza en mí misma, porque antes me quedaba siempre en casa sin ir a ningún lugar», razona convencida porque aún le quedan muchos sueños por cumplir.

Rehaciendo su vida, ya ha aparecido en una película titulada «Nil Phoring» («Mariposa azul») y lucha por abrirse camino en el mundo del cine. Además, tiene «un novio que es bueno», pero su gran pena es que no puede ver a su hijo porque se lo quedó su marido .

Nusrat Jahan Nizum

Casada a los once años con un chico de 19, Nusrat Jahan Nizum fue quemada con ácido por su marido en el cuello y la espalda. PABLO M. DÍEZ

Igual de duro es el drama de Nusrat Jahan Nizum, quien hoy tiene 25 años y fue casada con solo once años con un chico de 19 . «Mi familia me despertó una mañana y me hizo firmar un papel. Cuando fui al colegio al día siguiente, mis compañeros me preguntaron por qué había ido a clase si ya tenía marido. ¡Todos lo sabían menos yo!», exclama todavía incrédula. Aunque el acuerdo nupcial entre las dos familias excluía la vida conyugal hasta que la muchacha fuera mayor, su marido aprovechó la fiesta musulmana del cordero (Eid al Adha) para llevársela con sus padres, prometiendo traerla de vuelta por la noche. «Me retuvieron seis meses y mi esposo, que estaba enganchado al alcohol, las drogas y el juego, me pegaba cuando mi padre no le daba dinero y abusaba sexualmente de mí aunque no había tenido la regla todavía», detalla el horror que vivió con tan corta edad.

Entre palizas que le dejaban los huesos rotos y cortes en la piel, que forzaron al consejo de su pueblo a rescatarla, el marido prometía que iba a cambiar. Pero, cuando la pareja se marchó a Daca para trabajar en una fábrica de ropa, él le quitó su primer sueldo y se lo gastó en bebida y mujeres. «Lo descubrí con otra chica en la habitación donde vivíamos y, cuando empezamos a discutir, me ató y me quemó la espalda con ácido . Después, prendió fuego al cuarto. ¡Menos mal que el dueño de la casa me salvó!», revive la joven con impotencia. De hecho, la Policía no investigó el caso y hasta le pidió dinero a la familia de Nusrat cuando fueron a poner la denuncia, ya que el chico era hijo de un agente. Al menos que le conste a ella, el único castigo que recibió fue una paliza del Ejército. Huido desde entonces, está condenado a muerte por un crimen y ella ha podido rehacer su vida. «Pensábamos que formaban una buena familia porque su padre es policía, pero la mujer siempre tiene que comprometerse para no romper el matrimonio », vuelve a repetir uno de los argumentos más comunes en Bangladés, difícil de entender para una mentalidad occidental.

«La culpa es de la sociedad, la familia y la religión, que ha creado tabúes que no se pueden romper . Pero no es solo un problema religioso porque el islam no dice que se deba hacer esto», razona la joven, que aboga por «acudir a la ley para castigar a quien hace el mal».

Reconstruyendo su vida con nuevas relaciones sentimentales y clases de baile, Nusrat quedó undécima en 2016 en un concurso de Miss Natural y también ha participado en sesiones fotográficas y series de televisión. Radiante en su colorista «shalwar kameez» (vestido tradicional), sobre el que cae su espeso cabello negro, no resulta difícil imaginársela deslumbrante como una estrella del Bollywood indio pese a las cicatrices que le agrietan el cuello. Aunque asegura «que la situación de la mujer está mejorando en Bangladés», también reconoce con amargura que «siguen produciéndose ataques con ácido, sobre todo en las remotas zonas rurales».

Monira Akter

Monira Akter fue quemada con ácido cuando tenía nueve años por un hombre al que su padre había denunciado por robarle un triciclo. PABLO M. DÍEZ

Por venganza, en lugar de por abusos en el hogar, Monira Akter quedó gravemente desfigurada en 1998, cuando tenía nueve años. «Un vecino al que mi padre había denunciado por robarle uno de los triciclos de su negocio vino a casa y me echó el ácido en la cara», recuerda la joven, que perdió un ojo y sufrió graves quemaduras en el oído y hombro izquierdos .

Tras varias operaciones en Daca, que no salieron demasiado bien, fue trasladada con otras cinco víctimas del ácido al hospital de Valencia, donde pronto se convirtió en la niña mimada. «Las enfermeras me regalaban chocolate y, como era la menor, me llamaban ˝la pequeña˝», dice en español acordándose con nostalgia de los nueve meses que pasó por allí, que para ella fueron «los mejores de mi vida».

Monira, que podía haber mejorado su aspecto con más operaciones, finalmente ha desistido para evitarse el dolor y porque ha descubierto que «la belleza no está fuera, en el rostro, sino dentro, en el corazón» . Aunque empezó a estudiar Derecho «para hacer justicia y ayudar a los demás», tuvo que dejarlo para sacar adelante a su familia y ahora trabaja como diseñadora gráfica, pero reconoce que muchas empresas rechazan su currículum cuando ven su foto.

Como me ha ocurrido algo horrible, quiero hacer algo por los más necesitados, como ser voluntaria de una ONG y trabajar sobre el terreno», promete la joven, que se declara «rica en felicidad pese a las muchas desgracias que me han pasado en la vida». Sin secuelas físicas que le obliguen a medicarse, sí confiesa que «de vez en cuando me deprimo y tengo que acudir a la Fundación de Supervivientes del Ácido para buscar consuelo en sus psicólogos». Tras el ataque, dicha organización ya la ayudó a recobrar la confianza.

Además de por sufrir tan despiadada venganza contra su padre, Monira sabe bien el calvario que supone ser mujer en Bangladés: cuando tenía solo 21 días, uno de sus tíos sacó de la casa familiar su pequeño cuerpo con una pala con el fin de evitarse así tener que tocarla . Con el coraje de quien no va a dejarse pisar nunca más, Nasrim, Nusrat y Monira se conjuran porque «en las sociedades musulmanas, las mujeres están en casa y hay prejuicios contra las modelos, pero tenemos que romper esas cadenas».

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