Rosa María Calaf, en los cursos de verano de la UIMP
Rosa María Calaf, en los cursos de verano de la UIMP - JUAN MANUEL SERRANO

Rosa María Calaf: «Hay una promiscuidad intolerable entre política, poder económico y mediático»

La histórica periodista considera que la profesión sufre un deterioro «muy grave» en España y llama al orden a los ciudadanos para ayudar a corregir los desajustes del sistema: «Tienen que exigir su derecho a la información»

Santander Actualizado: Guardar
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Jamás se imaginó que la gente interrumpiría sus paseos simplemente por, como dice, «hacer noticias», pero la paran. Es indudable que su característico tinte de pelo y haber salido durante décadas por la tele son cosas que ayudan, pero también colabora con la empresa que ella, Rosa María Calaf, sea por méritos propios una referencia en el panorama periodístico —cuando menos— español. Por eso, por ser pionera, por los 181 países que ha pisado y también porque ya no abunda el periodista de ideas claras, fama sin estridencias y voz combativa, la suya siempre ha de ser siempre escuchada.

Para muestra, un botón. Y Calaf, que atiende amablemente a este diario en un rato libre durante su visita a los cursos de verano que organiza la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, empieza fuerte: «Creo que el deterioro de la actividad periodística actualmente es muy, muy serio y eso me produce una tremenda angustia».

Como ella misma explica, las cosas ya no son como cuando empezó, una época en la que los periodistas eran personas respetadas por la sociedad: «Tenemos una responsabilidad grande en que eso no sea así, no hemos sabido defender como debíamos el objetivo de servir a la ciudadanía».

«El gran problema es la injusticia. Te martillea la pregunta de si sirve para algo lo que estás haciendo»
Rosa María Calaf

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Poco a poco, seguramente, pero la conclusión es clara y Calaf radiografía en una frase el mal que se come al periodismo. «Hay una promiscuidad intolerable entre política, poder económico y mediático», zanja la reportera, quien critica que «el periodismo esté dejando de tener vocación de servicio a la ciudadanía para servir a otros intereses».

Tal es el desencanto de Calaf que no duda en admitir que hay momentos, especialmente en esta última época, en los que se alegra de no estar en primera línea: «Esto es muy tremendo y a veces pienso hacia dónde estamos yendo». Y lo dice alguien que ha dedicado su vida a contar lo que ocurría lejos de casa en el mejor de los casos y, bajo las bombas, en los peores.

Guerra

« La guerra es lo que hace salir lo peor y lo mejor del ser humano, pero sobre todo significa indefensión, tener esa sensación de que tú no eres el que controlas tu vida, que estás a merced de una serie de intereses que no tienen nada que ver contigo», define Calaf, quien también aborda que en los conflictos bélicos «te fuerzan a perder el respeto a los demás, tratan de que pierdas la humanidad e intentan convertirte en un animal». Se podrá decir más alto, pero no más claro.

Y al llegar a casa, cuando apoya la maleta en el suelo y deja atrás lo vivido en las guerras, desastres naturales u otras 'lindezas' que los periodistas deben contar, la reportera también tiene claro que debe hacer un trabajo de «descompresión» para tomar distancia. «El gran problema es la injusticia. Tienes una permanente sensación de frustración y te martillea la pregunta de si sirve para algo lo que estás haciendo, si contar las cosas hace alguna diferencia», explica, para después continuar: «Te preguntas muchas cosas y tienes una gran sensación de angustia, pero es obvio que tienes que dejar todo esto aparte y relativizar».

Mujer comprometida

Además de periodista es mujer y pionera desde que, en los años 50, su familia —para la que sólo tiene buenas palabras— la mandara al extranjero a estudiar. «Eso no era nada habitual entonces, eh», incide, antes de relatar cómo una mujer se hizo un hueco en un universo de hombres en una época muy diferente, para mal, en términos de igualdad. «Tienes que luchar contra el estereotipo y la capacidad no se te supone, tienes que demostrar que eres capaz de hacer eso y no fallar nunca porque no se te perdona nada», asevera Calaf, quien recuerda que, pese a las puertas que le cerraron por su sexo, también hay ventajas.

Calaf, en Santander
Calaf, en Santander - JUAN MANUEL SERRANO

«Yo no me cambiaría porque puedo entrar en el mundo femenino», revela, algo que le ha servido para conocer cómo se construyen realmente las sociedades y para conectar con mujeres que han sido víctimas de extrema violencia: «Generalmente te van a contar mucho más porque se van a abrir al pensar que las vas a entender mejor».

Por todas estas dificultades, por las guerras, sus gentes, la soledad del corresponsal y los kilómetros lejos de casa que ha coleccionado, Calaf insiste en que el periodismo tiene que volver a ser lo que era. «Tenemos que recuperarlo», subraya, para después señalar que el camino está en la Red, siempre que nadie se deje «atrapar por ella, sino que la utilice para informarse». Y en este punto «la Calaf» –como dicen algunos- reparte culpas. «El ciudadano tiene que exigir que el periodismo esté a su servicio», comenta sobre el deterioro de su profesión, algo por lo que muchos no piden responsabilidades.

«El ciudadano no es consciente de que tiene que tener ese papel activo, crítico y que no tiene que creerse todo porque sí», clama una reportera que va un poco más allá: «Si la prensa no es fuerte, si la información no es de calidad, difícilmente la sociedad podrá defender sus derechos, porque los desconocerá».

Una verdad de manual, como que esta tarde, si sale a dar una vuelta, alguien la detendrá y le dirá una frase que quizá sea la que, según confiesa, más ilusión le hace: «No me pueden decir nada mejor que "yo a usted la creía", porque el único capital que tiene un periodista es ese, la credibilidad».

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