Para entender al Papa Francisco

«La aparición de un Sumo Pontífice como Francisco ha sido un benéfico puñetazo que el Espíritu Santo nos ha dado»

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Con reiterada insistencia se ha escrito que el cardenal Angelo Scola, arzobispo emérito de Milán, fue el contrincante del Papa Francisco en el último cónclave. Un hecho que, al cardenal Scola, le ha acarreado una cierta marginación eclesial al considerarle el cardenal nostálgico de los papas precedentes, el candidato del pasado. Un estereotipo que se aplica con demasiada frecuencia en la Iglesia y que así evita, para quienes lo utilizan, el sano ejercicio de salir de sí mismos.

Para conocer al cardenal Scola, para saber de su pensamiento, para comprender mejor al Papa Francisco, para percibir la evolución reciente de la Iglesia y no perdernos en lo accidental, y para oxigenarnos ante tanta toxicidad ambiental, tenemos la suerte de contar ya con la edición española de la autobiografía del cardenal Scola, que tiene el sugerente título de «He apostado por la libertad» (Encuentro). Me fijaré, como cata, en algunas de sus afirmaciones sobre el Papa Francisco y el actual pontificado.

El que fuera Rector de la Universidad Lateranense considera que «la aparición de un Papa como Francisco ha sido un benéfico puñetazo que el Espíritu Santo nos ha dado para despertarnos». Confiesa que él no es de esos que «han cambiado su cruz pectoral por una de hojalata para imitar al Papa». Nos advierte del desequilibrio de juicio común en muchos detractores y en no pocos admiradores del Papa. Dice que los que lo miran con sospecha, desconfianza e incluso le acusan de favorecer posiciones heréticas, están fuera de la realidad y «están enfadados porque el Papa Francisco no dice lo que piensan ellos». Y no pocos de los que le exaltan «como el Papa que busca volver a llevar a la Iglesia a una vida evangélica tras pontificados marcados por la cerrazón y el triunfalismo, le hacen un servicio pésimo». Estos últimos están satisfechos porque el Papa dice lo que ellos siempre han pensado y dicho en los últimos cincuenta años, «el escenario de traición al Concilio Vaticano II, el cual solo hora sería final y plenamente aplicado». Inteligencia de juicio sobre la realidad, quizá lo que nos falta.

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