Santiago Martín

Navidad y esperanza

El laicismo de muchos de nuestros gobernantes se ceba en los signos navideños para intentar suprimir todo lo que sea religioso

Santiago Martín

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Entre las elecciones catalanas y la lotería, se nos puede olvidar que estos días celebramos la gran fiesta de la familia y de la esperanza. Me refiero a la Navidad. El laicismo de muchos de nuestros gobernantes se ceba en los signos navideños para intentar suprimir todo lo que sea religioso. Ponen como excusa que no hay que ofender a los que no son cristianos. Pero la Navidad es el recuerdo de un acontecimiento histórico y no la fiesta del solsticio de invierno o la gran bacanal del gasto y el derroche. La Navidad sin Jesús no es nada. Por eso es tan ridículo como políticamente correcto decir «Felices fiestas», en lugar de «Feliz Navidad», y es absurdo poner luces decorativas donde no haya ni un signo que aluda a lo que se celebra. Los ateos y otros ya tienen sus fiestas públicas, sus «prides» que pasean por las calles sus convicciones y dioses. Los católicos no somos ciudadanos de segunda y también tenemos derecho a las nuestras, sin avergonzarnos y sin que nos avergüencen.

Pero por encima de lo que hagan los que deberían estar al servicio de todos y no sólo al servicio de sus intereses, está lo que debemos hacer nosotros. Y eso es muy sencillo. Debemos dejarnos querer por el Redentor, es decir debemos dejarnos salvar por aquel que viene a salvarnos. El pernicioso mensaje que algunos difunden en nombre de la misericordia , según el cual no cometemos pecados, hace que el Salvador esté en el paro y sin trabajo. ¿De qué nos va a redimir si no somos pecadores? ¿De qué vamos a pedir perdón si somos perfectos? Cuanto más se vuelve todo circunstancia, menos lugar hay para la realidad y menos para la verdadera misericordia, la que se obtiene cuando se pide. Por eso, estos días debemos quitarnos el miedo a vernos como somos, para que el médico del alma pueda curarnos. Nuestra esperanza, que es la esencia de la Navidad, no está puesta en nuestras fuerzas sino en el amor de Dios. Hay que dejarse querer por el que a todos quiere. Y luego hay que agradecer, con el corazón y con las obras, por ese amor infinito e inmerecido que hemos recibido de Él. Feliz y santa Navidad.

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