Natalia Afonina, ucraniana afincada en Lorbé (A Coruña) desde hace cinco años, sigue preocupada la información que llega desde Ucrania, donde todavía se encuentra su hijo de 23 años. Es una pesadilla; nadie espera que la guerra vaya a llegar a la puerta de su casa, lamenta la mujer, que critica además la tibieza de Europa, con unas sanciones que serán picaduras de mosquito para Putin, que se está riendo de todos.
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