Un «Jurassic Park» vegetal en Orense

Logran reproducir en Galicia dos especies al borde de la desaparición, el roble enano y un helecho muy primitivo con forma de trébol

La Marsilea quadrifolia, similar al trébol de cuatro hojas, crece en el Centro CREA Félix Rodríguez de la Fuente ABC

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Los topillos. Son los topillos los que traen de cabeza a Antonio Estévez. «Acaban con las fuerzas de uno», dice mientras mira con resignación un agujero en el suelo. A salvo gracias a todo tipo de protecciones hay plantado un Quercus Lusitanica , más conocido como roble enano: solo crece unos 60 centímetros y hoy es uno de los árboles más amenazados de España. En su finca ubicada en Madrosende (Orense), un particular jardín del Edén de una hectárea de extensión, no solo se conservan especies vegetales únicas en el país, sino que también se reproducen. El objetivo es salvarlas de una extinción asegurada.

El proyecto empezó hace cuatro años, casi por casualidad. «Aunque nada sucede por casualidad», repiten como un mantra en el constituido como Centro de Reproducción de Especies Amenazadas (C.R.E.A) Félix Rodríguez de la Fuente. Una noche, tras escuchar al filósofo Jorge Riechmann en la radio, Estévez decidió escribirle y contarle su proyecto. Había descubierto que en un estanque natural de su finca existía la única población silvestre de España de un helecho acuático muy primitivo llamado Marsilea Quadrifolia, que se caracteriza por parecerse mucho al trébol de cuatro hojas. El CSIC certificó en 2013 el hallazgo y Estévez, ingeniero agrícola de carrera, quería intentar recuperar el helecho para reintroducirlo en el que fue su hábitat: Cataluña, Valencia y Galicia. Un proyecto que también deseaba hacer extensible al roble enano, del que solo quedan poblaciones en Carnota (Coruña) y en Los Barrios (Cádiz), para que no desapareciera del mapa.

«El patrimonio vegetal es el más olvidado», reconoce Rafael Hurtado, asesor medioambiental de la Fundación Banco Santander , y a quien Reichmann reenvió el mail de Estévez. Gracias a ello, hoy el proyecto para salvar de la extinción a estas dos especies cuenta con el apoyo económico de la Fundación, de unos 50.000 euros , y ha empezado a dar sus frutos tras actuar en varios frentes.

El primero se ha enfocado a la protección de la escasa población natural existente y, el segundo, a su reproducción. Se construyó en el centro un invernadero acristalado para germinar y cultivar el roble; y dos células de agua aisladas térmicamente y cerradas con mallas para la Marsilea.

Solo ocho ejemplares

Una vez lograda la reproducción, la tercera parte del proyecto se centró en que las dos plantas puedan ser reintroducidas en su hábitat, o implantadas en otros similares. «Lo que hay aquí es tecnología punta», resume Hurtado, mirando las instalaciones . Para el roble enano movieron hasta diez toneladas de sustrato de Carnota, construyeron un cerramiento, hoy protegido con mallas intersoldadas en la parte superior y una capa soterrada de garbancillo de 25 centímetros para salvaguardar sus raíces. «Los topillos tienen verdadero vicio por ellas», cuenta Estévez.

Cualquier esfuerzo es poco porque sabe que entre sus manos guarda auténticos tesoros vegetales , como una subespecie genética del roble enano de la que solo quedan ocho ejemplares en el mundo. Estévez custodia tres. Desde hace algún tiempo, también ha plantado varios ejemplares en la parcela, para intentar que medren de forma natural. Y por ahora sobreviven no solo a los topillos, sino al hongo oídio.

Llevarlas al exterior

La Marsilea se llevó a una pequeña laguna que se construyó en Allariz (Orense). Aunque no hay constancia de que existiera allí antes, crece con éxito desde hace dos años, al contrario de lo que ha ocurrido en otros intentos de reintroducción en su hábitat. Estévez cree que la coexistencia en la laguna con el lirio de agua es fundamental, porque este libera antibióticos naturales.

«Es pronto para cantar victoria» , dice Hurtado, sobre la salvación de estas dos especies. Pero Estévez lo tiene claro: «Con ayuda, tenemos Quercus y Marsilea para rato». Pero siempre, eso sí, con un ojo puesto en los topillos.

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