Fraser Stoddart, Nobel de Química, ayer con sus nietos en Estocolmo
Fraser Stoddart, Nobel de Química, ayer con sus nietos en Estocolmo - AFP

Firma de sillas en el Museo Nobel

En 2001 comenzó la tradición de que los premiados donasen un objeto personal y estamparan su rúbrica en los asientos de su restaurante

Corresponsal en Copenhague Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Un año más vuelven los Nobel a Estocolmo, y la capital sueca recibe a los galardonados con temperaturas bajo cero y un programa en el que los actos académicos se alternan con conciertos, ruedas de prensa, clases magistrales en el Aula Magna de la universidad y donde, por supuesto, no ha faltado la firma de sillas en el museo. No es la más antigua de las tradiciones, pero sí la que se ha convertido en uno de los eventos más esperados por los medios de comunicación, ya que ayuda a romper el hielo entre los premiados y da inicio a la Semana de los Nobel, que culminará el sábado con la entrega de los premios de manos del Rey Carlos Gustavo de Suecia.

Todo comenzó en el año 2001, cuando el Museo Nobel abrió sus puertas al público en uno de los edificios del siglo XVIII más bellos de la capital sueca. Allí se reúnen unos días antes de la ceremonia los laureados de todas las categorías y sus familias para conocerse, charlar con los miembros de la Fundación y ser informados de la agenda que les espera en los días sucesivos. Cada uno de los galardonados debe acudir al museo con un objeto personal que haya sido importante en su obra, en su proceso creativo o en su vida. Será su pequeño legado para este lugar que acumula la historia de grandes inventores, científicos y artistas.

Desde la cinta de papel adhesivo que perteneció a los ganadores del Nobel de Física de 2010, Andre Geim y Konstantin Novoselov, con la que aislaron ese nuevo material llamado grafeno, al pisapapeles en forma de hipopótamo que entregó el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, uno de los muchos que componen su extensa colección, y que el escritor tenía en su despacho.

A continuación, los invitados se dirigen al restaurante del museo, el Bistro Nobel, cuya decoración está inspirada en los cafés vieneses de principios de siglo, y es allí donde comienza la «firma de las sillas». Dicen los guías del museo que este peculiar evento se debe al entusiasmo de una camarera que, después de recibir la visita de Bill Clinton en mayo de 2001, escribió su nombre en la silla 18 en la que se había sentado el dignatario norteamericano. Desde entonces, las sillas se han convertido en un libro de firmas de invitados especiales y, al mismo tiempo, en piezas de museo para disfrute de los visitantes que pueden comprobar al marcharse quién de los ilustres ganadores del Nobel estampó su firma en ella. Así, la silla número 26 está firmada por Vargas Llosa y los también escritores Orhan Pamuk y Herta Müller, galardonados en 2006 y 2009, además del autógrafo del banquero de los pobres, el bangladeshí Muhammad Yunus, Nobel de la Paz en 2006.

Para muchos miembros de la Academia ha sido decepcionante no poder contar este año con el cantante estadounidense Bob Dylan, premiado con el Nobel de Literatura, cuya silla habría sido un excelente reclamo publicitario para el museo.

Ver los comentarios