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Peregrinas hoy en Fátima - REUTERS

«Este viaje del Papa ha cambiado mi vida»

Cada peregrino desplazado a Fátima encierra una historia personal, a menudo conmovedora

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«Este viaje del Papa ha cambiado mi vida», resuena en la inmensidad del Santuario de Fátima en boca de un cuarentañero madeirense sin trabajo que decidió gastar parte de sus ahorros en un vuelo de bajo coste de Funchal a Lisboa para, desde la capital portuguesa, trasladarse al epicentro católico del país vecino y vibrar con la visita de Francisco. El problema del desempleo le azota durante los inviernos, pues encuentra únicamente ocupaciones a lo largo del verano en el sector turístico.

Esos ciclos se repiten en la vida de Nuno Miguel Saraiva desde hace unos cuantos años, de modo que se miró en el espejo y se dijo a sí mismo: «Tengo que ver al Papa de cerca, tal vez eso me dé fuerzas y suba mi autoestima».

En efecto, la experiencia ha dado un vuelco psicológico a su lánguida supervivencia y el calor humano que sintió en medio de la multitud creyente le lleva a sentirse más autoconfiado para afrontar los retos del futuro.

Como él, cada peregrino desplazado a Fátima encierra una historia personal, a menudo conmovedora. La fe ha servido, sirve, para mitigar soledades, conflictos, inseguridades. También para dar las gracias de corazón… mientras el gentío multicolor entonaba «¡Viva el Papa!» con pleno sentimiento y los gritos de júbilo se escuchaban por encima de la inexorable despedida.

A sus 18 años, Michael Tavares no ha dudado en desplazarse al Santuario desde la antigua colonia lusa de Cabo Verde. Sus palabras en la emblemática Radio Renascença atestiguan su ilusión: «Vine a Fátima porque hice una promesa en mi país. Hicieron un concurso para conseguir becas en las universidades portuguesas. Prometí que, si lograba una, vendría a Fátima. Conseguí entrar en la Universidad de Coimbra y vine para cumplir mi promesa. En la isla de Santiago, en Cabo Verde, Nuestra Señora de Fátima es nuestra santa. Me identifico mucho con ella».

Desde Venezuela llega Fredy Vasil, un empresario de 49 años. Su relato también puede hace saltar las lágrimas de quienes estas líneas: «Lucho con el arma de la fe, así que he venido a pedir a la Virgen que, por favor, alguien haga algo y salven a Venezuela. Allí solo deseamos la paz y esperamos que Nuestra Señora de Fátima y el Papa intercedan por Venezuela».

El colapso hotelero durante esta esperada visita ha dibujado escenas de cientos de personas apiladas en los parques (o donde podían) después de la procesión de las velas en la noche del pasado viernes. Dormir era lo último que preocupaba a los fervorosos caminantes, dispuestos al sacrificio de la incomodidad durante unas horas con tal de asistir a la Misa de los Peregrinos en la mañana del sábado 13 de mayo.

Incluso más de mil militares llamados para las tareas de seguridad se arremolinaban en colchones en un pabellón deportivo porque no había otra manera de alojarlos. Unos y otros hacían gala de una solidaridad a flor de piel, dando piezas de fruta al prójimo y prestándose mantas en el frío nocturno. Un fin de semana histórico para miles de almas en busca de consuelo, que no bajan los brazos a la hora de enarbolar la bandera de la concordia.

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