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Observa algunas de las escenas y canciones machistas que pasaron desapercibidas

Escenas y canciones machistas que pasaron desapercibidas en su época y hoy nos escandalizan

El racismo de algunas películas llegaba a justificar que una pantera negra fuera menos inteligente «por el color de su piel»

Madrid Actualizado: Guardar
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«Para entender hacia donde vamos, no hace falta fijarse en la politica, sino en el arte», sostenía Kapuscinski, y como tal, la gran pantalla y la música son un reflejo fiel de la sociedad de una época. Actitudes machistas o racistas que antes pasaban desapercibidas, ahora resultan cuando menos que chocantes. Algunas escenas y canciones despiertan el humor; otras resultan hirientes por su gravedad. En cualquier caso, no dejan a nadie indiferente.

De lo más llamativa es la letra de «Jardín Prohibido», del artista italiano Sandro Giacobbe, que versa sobre una infidelidad. El hombre confiesa a su pareja que ha tenido un «affair» con su mejor amiga. Hasta ahí puede parecer un tema recurrente en la música, pero lo sorprendente es el giro que adquiere la canción, al pasar del arrepentimiento –«no lo volveré a hacer más»– a la justificación absoluta: «Si el placer me ha mirado a los ojos/ y cogido por mano yo me he dejado llevar por mi cuerpo/ y me he comportado como un ser humano/ lo siento mucho la vida es así/ no la he inventado yo».

En la misma línea, «Una de dos» de Luis Eduardo Aute pedía compartir una mujer: «Una de dos, o me llevo a esa mujer, o entre los tres nos organizamos, si puede ser».

De celos y posesión trata la canción de Manolo Escobar «La minifalda», un continuo alegato al recato. «No me gusta que a los toros te pongas la minifalda» comienza la letra, que prosigue: «La gente mira parriba porque quieren ver tu cara y quieren ver tus rodillas», para culminar en la frase más machista: «A mi novia le he prohibío que vaya sola a la plaza».

Del tiempo tampoco se aprende. Ya entrados casi en el siglo XXI, estribillos como «Por la raja de tu falda» y «Buscaté un hombre que te quiera, que te tenga llenita la nevera», de Estopa y El Arrebato respectivamente, también dejan mucho que desear.

Probablemente, una de las frases más machistas de la historia de la música española la incluya la canción de Sara Montiel «Mi hombre», de la película «La violetera», en la que llegaba a cantar: «Si me pega me da igual es natural. Que me tenga siempre así porque así le quiero». Hablando de violencia, «Los sobornados» (1953), un clásico del cine de Fritz Lang, contiene una de las escenas más escalofriantes cuando Lee Marvin llega a arrojar sobre el rostro de su mujer –figura interpretada por Gloria Grahame– agua hirviendo de una tetera.

Hasta las piezas maestras del cine están repletas de este tipo de episodios. En «Lo que el viento se llevó» (1939), el personaje de Rhett Butler amenaza a una asustada Scarlett O'Hara con aplastarle la cabeza «como una nuez», mientras posa sus grandes manos alrededor de su cabeza. También Michel intenta anteponerse en « Al final de la escapada» (1960) sobre Patricia con una actitud dominadora que vislumbran su propia debilidad y fragilidad.

En el cine español del pasado siglo también abundan las actitudes estereotipadas, que limitan el papel de la mujer como ama casa obediente, dedicada al hogar y por entero a los hijos. En «El mujeriego», filme español de 1963, el personaje femenino queda horrorizado por la suciedad de la casa: «Aquí se necesitan unas manos de mujer. Qué desbarajuste. ¿No la friega nadie?». A lo que le responde el hombre: «Ya te he dicho que me haces mucha falta». Pero no todas las escenas machistas son tan antiguas. «Una cocina así es lo que yo llamo la liberación de la mujer», exclama la protagonista de «La adúltera» (1975) cuando le enseñan su nuevo hogar.

En este largometraje de Antonio Ozores, «La descarriada» –su título lo dice todo–, Lina Morgan da una clase magistral sobre cómo ser una buena esposa. Recibir en la puerta a su marido, despertarse antes que él para hacerle el desayuno, incluso abrirle el grifo antes de la ducha, son algunas de sus lecciones. «Los hombres para casarse quieren a una esclava», llega a decir.

Aunque si hay un género por antonomasia en la que las mujeres ocupan un rol mínimo son las películas de gánsteres. En «El padrino» o «Uno de los nuestros», por poner un ejemplo, los personajes femeninos son relegados a la insignificancia mientras se refuerzan los estereotipos masculinos: la fuerza del hombre, la amistad viril o el honor de la familia. Más recientemente, numerosos filmes como «Grease» y «Pretty Woman», pasando por todos los clásicos de Disney, reproducen actitudes machistas que se esconden bajo un telón romántico.

Las películas de tarzán, fuente de racismo

No solo el machismo, también el racismo pasaba por alto antiguamente. Esta lacra parece reinar en las películas que tienen por tema Tarzán, el personaje de las novelas escritas por Edgar Rice Burroughs. En «El Tarzán de los monos» (1932), uno de los aborígenes negros que caminan junto a la expedición cae al vacío desde un estrecho camino en la montaña. La muerte del hombre no parece inmutar a ninguno de los presentes, tan solo a Jane, a la que se apresuran a consolar.

En un filme posterior, «La fuga de Tarzán», uno de los personajes comenta con toda naturalidad que una pantera negra es menos inteligente por su color de piel. «No parece que necesiten que la protejan», dice uno de los personajes sobre el animal que permanece enjaulado. «No, un leopardo común la despacharía rápidamente. El color de su piel parece que limita sus habilidades», se apresura a contestar el encargado del animal.

El color de su piel parece que limita sus habilidades
«La fuga de tarzán»

«El Caíd» inauguró la tradición de Hollywood de representar a los jeques árabes como maltratadores y salvajes. En este largometraje de 1921, el actor Rodolfo Valentino da vida a un gobernador musulmán que se enamora de una dama británica y decide secuestrarla. Finalmente, es salvada por un hombre blanco.

No siendo una película de denuncia, «Sombras», de John Cassavetes, representa una escena racista propia de la década de los cincuenta en Estados Unidos, cuando la protagonista Leila, de piel más clara, le presenta su novio a su hermano negro. Su pareja, que desconocía que la familia de ella era afroamericana, huye de la casa.

Seguramente, la película más sangrante en este aspecto sea «El nacimiento de una nación» (1915), de D.W. Griffith. Además de hacer apología del Ku Klux Klan, los negros –que llegan incluso a ser interpretados por actores blancos con las caras pintadas– son retratados como salvajes peligrosos.

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