Ensayo en familia contra el cambio climático

El Instituto de Investigación Climática de Potsdam desarrolla un experimento en 90 hogares de Berlín para modificar sus rutinas y reducir un 40% su «huella carbónica»

Elisabeth Nickel y Thomas Nickel, una de las familias participantes en el experimento

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«Lo primero es tomar conciencia», señala Fritz Reusswig, del Instituto de Investigación Climática de Potsdam, «una vez que tienes el hábito, no resulta tan complicado calcular qué tipo de conductas genera más gases de efecto invernadero y es perfectamente posible reducir la huella carbónica a la mitad sin perder para nada calidad de vida». Lo afirma cuando está llegando a su fin el experimento en el que durante un año han participado 90 familias alemanas . «Hemos ido acompañándolas durante todos estos meses y el resultado es evidente», defiende, «lo que nos ha sorprendido es la satisfacción que percibimos en ellos y el haber comprobado que llevar una vida climáticamente neutra hace felices a las personas».

Cada sábado por la tarde, Karin Beese y su marido hacen las cuentas. Durante la semana han ido anotando las emisiones de gases producidas por cada gesto rutinario de la vida de la familia, lo que incluye a sus tres hijas de 9, 5 y 3 años. Nika, la mayor, va al colegio en bicicleta. A las dos pequeñas las lleva su padre en una bici con dos asientos para niño, uno delante y otro detrás. «Aunque llueva, es nuestro medio de transporte. Solo vamos en coche si hay hielo en la calle y puede ser peligroso para ellas. Supone un trayecto de 20 minutos hasta el kindergarten y otros 30 minutos de allí hasta mi trabajo. Y lo mismo de vuelta por la tarde. Pero yo lo tomo como mi deporte diario. No necesito ir al gimnasio y resulta muy saludable», hace balance.

Se trata de hacer cuentas y evaluar qué pueden hacer en su propia casa . «Cuesta acostumbrarse, hay que añadir esa reflexión a todas las decisiones familiares. Por ejemplo, si las niñas quieren ir a clase de ballet, tratamos de calcular el coste en emisiones de calentar la sala, iluminarla, el transporte de la profesora hasta la escuela de baile y nuestra propia movilidad…», trata de explicar, «sé que puede parecer una exageración pero cuando te acostumbras todo se ve mucho más fácil y las decisiones son ya instintivas».

Mientras en Katowice 30.000 delegados llegados de 197 países negocian sobre posibles acuerdos de reducción de emisiones de gases con efecto invernadero , en Berlín estas 90 familias están a punto de poner en común los resultados del experimento. Coordinadas durante todo el último año por el Instituto de Investigación Climática de Potsdam, han llevado a cabo todos los cambios posibles en las rutinas familiares con el objetivo de que reducir un 40% su «huella carbónica» y los resultados son mejor de lo esperados. «Al principio era un poco escéptico», dice el marido de karin, «pero a medida que vi los primeros resultados me he ido volviendo más ambicioso y estas últimas semanas el ahorro de CO2 supera el 55%».

El asesor climático Fabian Bretel ha estado visitando a las familias regularmente. «Descubrió un par de bombillas de alto consumo y nos enseñó trucos como tener siempre un termómetro dentro de la nevera . Para una correcta conservación de los alimentos es suficiente con que el interior esté a 8 grados y cada grado de menos supone un 6% de energía», explica Joest Feenders, que al principio del programa emitía una media de 19,4 toneladas de CO2, cuando la media de un hogar alemán es de 11,60, y que ha logrado una reducción del 52%, sobre todo gracias a los cambios en la movilidad . «Ahora cada vez que cojo el coche siento culpa climática», confiesa, «creo que los ciudadanos podemos hacer mucho. Desde luego no podemos esperar que el problema lo resuelvan miles de millones de euros negociados en cumbres internacionales sin que nosotros hagamos cambios en cómo vivimos».

Los principales patrones de conducta de ahorro de emisiones se repiten: no viajan en avión, compran productos regionales , cultivan sus propias verduras y usan la bicicleta. Además están convencidos de que buena parte de la lucha contra el cambio climático consiste en sensibilizar a una mayoría de la población e intentan servir de ejemplo. «El diablo climático se esconde en los pequeños gestos», señala Bretel, anotando que una caza de café cuesta 60 gramos de anhídrido carbónico: 10 gr. en abono y pesticida, 1 gr. en deshacerse de la basura y el resto en transporte y energía de producción.

«Sobre todo está jugando un papel fundamental en la educación de nuestras hijas», dice Karin, que ha convertido el patio de su casa en un huerto familiar donde cultiva patatas, espinacas, zanahorias, y remolacha. «No es suficiente para autoabastecernos» , reconoce, «pero esas hortalizas no han tenido que ser transportadas desde muchos kilómetros para ser consumidas». El resto de los productos que los compran en un mercado bio y también son de procedencia local, con una brillante excepción: «somos vegetarianos y los pimientos tienen mucho hierro que necesitamos, por lo que nos permitimos ese lujo climático y consumimos todo el invierno pimientos que proceden de España».

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