Elizabeth Holmes: la «mala favorita» de EE.UU. que jugó a salvar el mundo

Quiso ser la Steve Jobs femenina con un revolucionario sistema para analizar muestras de sangre. Engañó a todos y ahora EE.UU. vive seducido por su historia de auge y caída

Elizabeth Holmes ABC

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A comienzos de esta década, pocas historias tenían tanto atractivo como la de Elizabeth Holmes . Era una veinteañera que aseguraba haber cambiado para siempre el mundo de la medicina: su compañía, Theranos, había creado un sistema revolucionario para realizar análisis de sangre. En lugar de una extracción venosa, una mínima punción en el dedo permitía realizar más de doscientas pruebas diagnósticas, de una forma mucho más rápida y barata que los laboratorios tradicionales .

Todo era posible gracias a The Edison, una máquina con aspecto de impresora doméstica, que, en esencia, era un laboratorio móvil y en miniatura. La gota de sangre se introducía en un cartucho, como si fuera una cinta de vídeo, y, poco después, «voilà!», la máquina entregaba los resultados: desde diabetes a cáncer .

Holmes desbarataba la práctica de la medicina con un artilugio que prevendría millones de enfermedades: cualquier podría tener uno cerca y hacerse exámenes poco invasivos y baratos. El cáncer se detectaría antes y se afrontaría mejor, las enfermedades cardiovasculares se tratarían con más precisión. El mundo saludó a Holmes como la nueva Steve Jobs , la nueva Bill Gates, la nueva Mark Zuckerberg. Pero ellos solo habían cambiado el mundo. Ella también lo iba a salvar. Todo, o casi todo, fue un engaño .

Tras haber sido seducido por el éxito Holmes, ahora EE.UU. está adicto a su caída al infierno . Esta semana, la cadena HBO ha estrenado «The Inventor», un documental sobre Holmes y Theranos que llega después de otro documental y un podcast de seis capítulos, ambos con el título «The Dropout», en los que la cadena ABC News ha trabajado tres años.

Adaptación al cine

Antes, el año pasado, el periodista John Carreyrou publicó el libro «Bad Blood», un superventas que este año tendrá su adaptación cinematográfica en Hollywood, con Jennifer Lawrence en el papel de Holmes y con la dirección de Adam McKay, que ha firmado películas sobre escándalos financieros y políticos como «The Big Short« y «Vice».

Nada es suficiente para un público que devora todo lo relacionado con Holmes. El documental de HBO se ha estrenado esta semana entre gran expectación y entre montañas de artículos, reportajes y comentarios en redes sociales. Los más fanáticos organizaron fiestas para su visionado, una especie de «Superbowl» del «fenómeno Holmes» .

¿Por qué atrae tanto su historia? El relato del «ángel caído» siempre es seductor, pero aquí alcanza un carácter posmoderno, recalentado por el fenómeno del «influencer millennial» y la condición de semidioses de los genios de Silicon Valley.

Holmes creyó ser uno de ellos. De niña, le preguntaron qué quería ser de mayor: «Multimillonaria», fue su respuesta. Siguió al pie de la letra el guión marcado por sus ídolos. Apenas duró un par de semestres en la prestigiosa Universidad de Stanford -cuna del emprendimiento tecnológico-, como hicieron antes los fundadores de Apple, Microsoft, Dell o Facebook. «Un par de cursos más de ingeniería química no me iban a aportar mucho», dijo después.

Idea genial

Su gran referente era Jobs. Vestía siempre de negro, con camisetas o jerséis de cuello vuelto, inspiración obvia en el creador del iPhone . Mostraba una conducta robótica, con unos ojos azules que siempre tenía demasiado abiertos y que no parpadeaban y una voz grave y ronca , que parecía forzada. Estos detalles grotescos solo lo parecen ahora, a toro pasado. Entonces, Holmes debió ser una presencia muy convincente y testaruda.

Phyllis Gardne r, una profesora de Medicina de Stanford con amplio historial en el sector empresarial, le respondió con claridad que su idea de cientos de análisis con una gota de sangre en laboratorios en miniatura era imposible.

«Imposible» es el adjetivo que a los emprendedores ambiciosos les gusta escuchar para convencerse más de la genialidad de su idea . Holmes persistió y convenció al decano de la Facultad de Ingeniería, Channing Robertson , para que le apoyara. Él le presentó a inversores y ahí comenzó la bola de nieve. Era el año 2003 .

Holmes era una joven brillante, decidida y con una idea revolucionaria. También, muy bien relacionada. Entre sus primeros apoyos financieros tuvo a Tim Draper , un inversor muy activo en startups y con gran éxito, de cuya hija era amiga Holmes. Estudió en el colegio St. John’s, el más prestigioso de Houston, y su padre trabajó en diferentes agencias federales y en el Departamento de Estado .

Inversión millonaria

Holmes convenció a George Schultz , que fue secretario del Tesoro con Richard Nixon y secretario de Estado con Ronald Reagan , para que entrara en el consejo de administración de Theranos. En poco tiempo, se unieron otros grandes de la política y de los negocios de EE.UU.: Henry Kissinger, secretario de Estado con Nixon; James Mattis, que fue secretario de Defensa con Donald Trump; o Richard Kovacevich, ex consejero delegado de Wells Fargo. Todos hombres de avanzada edad -Schultz y Kissinger, nonagenarios-, sin experiencia en el campo de la medicina o la ingeniería y seducidos por la idea de ser el trampolín de la «gran idea» que circulaba entonces en Silicon Valley. Además, la protagonizaba una mujer, una rareza en el sector.

Hasta 2013, Theranos se dedicó a desarrollar su sistema revolucionario. Aquel año, lo presentó al público con un acuerdo con el gigante de las farmacias Walgreens, que empezaría desarrollar el sueño de tener sus máquinas cerca de todo el mundo. Llovió la inversión: multimillonarios como Rupert Murdoch, Larry Ellison o Betsy DeVos -actual secretaria de Educación- dedicaron cientos de millones a Theranos, mientras Holmes ocupaba portadas, daba charlas en TED y se codeaba con gente como Bill Clinton o Joe Biden.

De puertas adentro, sin embargo, poco funcionaba. La máquina no conseguía los resultados que prometía. Se engañaba a los clientes : en la mayoría de las ocasiones, su sangre no la analizaba la máquina de Theranos, sino laboratorios convencionales. Los resultados de su máquina muchas veces no eran acertados y se daba información equivocada a los clientes. Holmes, embarcada en un romance con uno de sus inversores y director de operaciones, Ramesh Balwany, daba patadas hacia adelante , engañando a sus inversores y a la opinión pública.

Un soplón acabó con el fraude. Tyler Schultz, nieto de George Schultz y empleado de Theranos, se lo contó todo a Carreyrou, que volcó la historia en octubre de 2015 en un artículo destructivo en «The Wall Street Journal» . Theranos, que había llegado a tener 800 empleados y a una valoración de 10.000 millones de dólares, se cayó en pocos meses como un castillo de naipes .

Holmes y Balwany están acusados ahora de once cargos por fraude . Su juicio arranca el mes que viene con una sesión preliminar, en un proceso que se extenderá durante meses. EE.UU. prepara las palomitas.

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