Casi la mitad de la tierra quemada en Europa en 2017 corresponde a Portugal

El informe anual europeo sobre incendios cifra en 563.674 las hectáreas ardidas en el país vecino y cuantifica las pérdidas en más de 10.000 millones de euros

Imagen de los incendios de Portugal de 2017 EFE
Francisco Chacón

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El informe anual de incendios de la Comisión Europea, relativo a 2017, retrata el grado de catástrofe registrado en Portugal , pues casi la mitad del terreno ardido correspondió al país vecino. Concretamente, fueron 563.674 las hectáreas arrasadas , de un total de 1,2 millones en toda la Unión. Esto quiere decir que el 41% de la superficie quemada era lusa.

Un panorama dantesco en el año de la tragedia de Pedrógao Grande, donde murieron 66 personas en pocas horas y se dieron cita las peores circunstancias que se recuerdan, incluida la mala gestión de la crisis.

En el conjunto anual, perecieron 127 ciudadanos en Portugal y las pérdidas se elevaron a más de 10.000 millones de euros, un balance sin parangón en toda la UE.

El resultado se plasmó en un trauma colectivo que todavía no se ha disipado y que se trasladó a la alarma causada este verano por el prolongado incendio del Algarve.

Pero la dimensión de lo acontecido en Pedrógao Grande marcó un antes y un después al otro lado de la frontera. Tanto que las consecuencias siguen padeciéndose en todos los frentes, pues un año después continúan calibrándose las responsabilidades : por ejemplo, las irregularidades en la reconstrucción de las casas.

El que estalló el 17 de junio de 2017, se considera el incendio más devastador de la historia de Portugal . Un rayo, generado por las tormentas secas, se alió con las altas temperaturas y la incomprensible falta de medios para desembocar en desastre nacional . Los bomberos apenas tenían cómo responder a la violencia de las llamas cuando se desataron en el área forestal de Figueiró do Vinho.

De ahí saltaron a las casas habitadas y todos los vecinos de Pedrógao Grande se echaron a la calle para huir de la amenaza . Al menos 30 ciudadanos perdieron la vida en el interior de sus automóviles, como si de un atasco sobrenatural se tratase. Quedaron atrapados sin remisión por la inusitada virulencia.

El presidente de la República portuguesa, Marcelo Rebelo de Sousa, se desplazó al epicentro del horror en la misma noche de aquel sábado para acompañar a las víctimas, a sus familiares y al personal de los servicios de seguridad y salvamento. No pudo evitar emocionarse y llorar ante la gravedad de los acontecimientos .

La confusión reinaba en medio de la impotencia por el avance inexorable de cuatro frentes activos del fuego, que estuvieron horas y horas fuera de control.

La declaración del Estado de Contingencia sobrevino sin solución de continuidad y los tres días de luto decretados retrataron el grado de consternación que se extendió de norte a sur del país.

Numerosas instituciones activaron la solidaridad de forma inmediata y se apresuraron a abrir líneas de crédito para recaudar dinero y arropar a los afectados.

Sensación de fragilidad

Las contribuciones se propagaron aún con más rapidez debido a que la población era consciente de que el incendio (a diferencia de otras ocasiones) no tenía un origen criminal. Así creció la sensación de fragilidad ante la embestida de las llamas.

La misma que se manifestó en octubre, con el triste récord de 443 incendios en una sola jornada. La mayor incidencia se registró entonces cerca de Aveiro , donde las autoridades no tardaron en hablar de una ‘mano negra’ para azuzar el aluvión de catástrofes, en vista de que la mayoría de ellas presentaba diversos focos al mismo tiempo.

El primer ministro, António Costa, dejó fríos a los portugueses cuando dijo: «Situaciones como estas se van a repetir». Y la entonces ministra de Administración Interna, Constança Urbano de Sousa, se vio obligada a dimitir por su insatisfactoria gestión.

El caso es que fue necesario movilizar hasta 5.400 operarios para intentar frenar la avalancha del fuego , entre bomberos, militares e integrantes de la Autoridad Nacional de Protección Civil.

Con todo, los fantasmas del sufrimiento regresaron a Portugal, cuyos habitantes asistieron de nuevo a declaraciones oficiales que no hicieron sino sumirlos en el desánimo.

El informe actual europeo coincide con el presentado hace unos meses por el Fondo Mundial para la Naturaleza, pues difundió un documento donde alerta de que Portugal es el país europeo más afectado por los incendios en las tres últimas décadas. Y, para colmo, adolece de una «estructura profesional especializada» para la previsión y extinción.

Se certifica igualmente que es el enclave del continente con mayor tasa de incidencias de este tipo y donde los incendios fueron de mayor dimensión. Ahí quedan claras las deficiencias del Estado portugués para combatir este gravísimo problema, que hizo al Gobierno socialista priorizar la protección de las vidas humanas cuando las llamas se desataron en Monchique.

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