Los últimos limpiabotas de Sevilla

Antes había en la ciudad salones de betuneros y decenas apostados en puntos neurálgicos. Hoy sólo unos pocos lustran zapatos

Los últimos betuneros de Sevilla ABC
María Jesús Pereira

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Hace décadas que en Sevilla ya no hay salones de betuneros y los limpiabotas son rara avis que pasean por el Centro de la ciudad como fantasmas del pasado. Sin embargo, unos pocos continúan al pie del cañón. Juan Martín, Antonio Salazar y José Díaz viven aún de este trabajo en la capital andaluza, una ciudad donde hace décadas había betuneros apostados en todos los puntos neurálgicos.

Con pocos o ningún estudio, estos «limpia», como así también se les llama popularmente, se vieron abocados a lustrar zapatos como medio para sobrevivir, dada la escasa inversión y formación que exige la actividad. Basta una caja de zapatos de madera con reposapiés, betún, tapas protectoras para los calcetines, goma de tragacanto, cepillos y el «dandi», esa mezcla agua y tinte con una fórmula que todos guardan celosamente.

La crema Tractor, que usaban en los años 60, fue sustituida por Tarrago, pero en los últimos tiempos los pocos limpiabotas que aún trabajan en Sevilla presumen de usar Coimbra, rica en cera de abejas.

Estos limpiabotas son los últimos de Filipinas de un oficio en vías de extinción ante la p ujanza de las máquinas limpia zapatos y la moda del calzado de polipiel y tela . Ellos llevan décadas ejerciendo como «limpia», normalmente con clientes fijos, cada vez mayores y en su mayoría caballeros. Muchos de estos betuneros tienen una base de operaciones en un bar o restaurante, donde normalmente suelen dejar su caja de betunero y su banquito cada día antes de volver a casa tras una jornada de entre seis y siete horas de trabajo, en las que a duras penas logran cinco clientes.

Antes no había club o asociación de Sevilla de renombre que no tuviera su propio limpibotas. Incluso, el Círculo de Labradores aún conserva un sillón de betunero , que no se usa desde que hace quince años se jubiló su último limpiabotas, José. En muchos clubes, el trabajo del «limpia» lo hace ahora una máquina con rodillos giratorios que limpian y pulen los zapatos.

En los años 90 los temporeros del betún aún invandían Sevilla en la Feria de Sevilla . Gitanos de Granada y Málaga se desplazaban hasta Sevilla con sus cajones de mayores con reposapiés y sus banquitos. Muchos de ellos dormían al aire libre durante las fiestas buscando durante el día clientes en el Real y los toros. Los limpiabotas escasean incluso hoy durante la Feria.

José Díaz trabaja como limpiabotas en el Centro de Sevilla RAÚL DOBLADO

Cincuenta años como «limpia»

Cada mañana, José Díaz Montoya -al que también conocen por el apodo de «El Frijol»- sube a un autobús de Tussam en los Pajaritos para llegar al Centro de Sevilla. Tiene 73 años, aunque los años han pasado por él con mayor rapidez, y cada vez que se agacha siente rechinar sus huesos. José es de los últimos limpiabotas que quedan en Sevilla y se enorgullece de ello. «Llevo como limpiabotas desde hace 50 años y algunos de mis clientes los tengo desde hace más de 20 años» , cuenta este extremeño, que llegó a Sevilla en su juventud y se asentó en las Tres Mil Viviendas. Limpiar zapatos era para él una de las pocas salidas, teniendo en cuenta que a duras penas lee y escribe porque apenas fue al colegio.

«Un buen día puedo tener cinco clientes, aunque si llueve no vengo al Centro porque ya sé que no habrá negocio», admite José, quien normalmente está a la búsqueda de clientes en la capilla de San José de la calle Jovellanos, que une Sierpes con Tetuán, aunque también se acerca a la calle Albareda o la plaza de San Francisco buscando los clientes del Laredo o Barbiana.

La moda de los zapatos deportivos, de tela y polipiel ha mermado sensiblemente su trabajo. «Hemos llegado a ser diez limpiabotas en el Centro. Ahora quedo sólo yo porque hay gente que limpia zapatos pero sólo durante la Feria de Sevilla porque el resto del año vende lotería», añade este gitano, que ha tenido nueve hijos y tantos nietos que ha perdido la cuenta. José pasa todo el día en el Centro a la búsqueda de clientes para cepillar y lustrar sus zapatos y por la tarde se va a los Pajaritos «porque -dice- voy a escuchar la palabra de Dios a la Iglesia evangélica los martes, miércoles y jueves».

«Llevo toda la vida limpiando zapatos. Gracias a esto y a trabajos esporádicos en la construcción me he mantenido. En mi casa he sido el primer limpiabotas y ninguno de mis nueve hijos son "limpia"», declara José Díaz Montoya, quien recibe una pensión no contributiva de 495 euros, a lo que añade lo que saca a diario dando brillo y esplendor a los zapatos.

«Cobro cinco euros por limpiar los zapatos y tardo unos diez minutos por hacerlo. He tenido clientes muy generosos que me han dado propias de hasta 20 euros», indica este limpiabotas, que vive con una de sus hijas en Los Pajaritos. ¿Cuál es el perfil de sus clientes? «Caballeros, aunque también hay señoras. Algunos de ellos tienen más años que yo», ríe mostrando una dentadura que no ha conocido dentista.

El betunero Antonio Salazar busca clientes cerca del bar Samoa JUAN FLORES

«Mi padre y hermanos fueron betuneros»

A Antonio Salazar Campos, un gitano de 64 años y ojos que van del azul al verde, prefiere que le llamen «betunero» antes que «limpiabotas». Apodado «Rente» por su padre, lleva toda una vida cepillando zapatos para ganarse la vida y desde hace doce años acude cada día a buscar clientes al bar Samoa , en la calle Virgen de la Antigua, en el barrio de Los Remedios. «No fui a al escuela. Aprendí a leer y escribir solo. Mi hermano Basilio me daba un abecederario y me decía: Ajunta las palabras y así aprendí», rememora Antonio, al que siempre acompaña un cuaderno de crucigramas para matar el tiempo mientras espera clientes sentado en una de las sillas de Samoa.

Este «limpia» nació en Lisboa porque sus padres -extremeño y sevillana de Dos Hermanas- trabajaban allí como tratantes de ganado y vendedores ambulantes. Se asentó en Sevilla, en las Tres Mil Viviendas, en 1960. Antes que betunero, Antonio fue vendedor ambulante. «Dejé este trabajo porque nos exigían pagar unas licencias altas y las tiendas de chinos nos mandaron al paro», comenta.

«En 1969 trabajábamos más de ocho betuneros en el bar Plata, frente al arco de la Macarena. Hoy apenas quedamos tres dedicamos en exclusiva a esto porque el resto vienen de Granada y van deambulando por la ciudad, cuando no venden lotería». ¿ Por qué se dedicó a limpiar zapatos? «Era lo que había visto hacer a mi padre y a mis hermanos. Ellos trabajaron como betuneros en Portugal, Badajoz, Sevilla y hasta en África. Me enseñó el oficio mi padre, el mejor betunero de la ciudad», comenta este «limpia», que tiene 7 hijos y 15 nietos.

Con no pocas dificultades, Antonio ha vivido como limpiabotas y ahora, que ha perdido la visión de su ojo izquierdo por una úlcera en su córnea, tramita una pensión de invalidez absoluta. Quiere jubilarse en 2019, pero mientras espera esa pensión continúa como limpiabotas, trabajo por el que cobra 5 euros por cada servicio. «Tengo clientes fijos desde hace años, aunque como son mayores algunos se me mueren. No sólo a los caballeros les gusta que les limpien los zapatos. También hay mujeres entre mis clientes, algunas de las cuales me traen calzado de toda la familia para que lo limpie», declara Antonio, quien en un día de suerte puede limpiar y dar esplendor al calzado de hasta diez clientes, «aunque lo normal son cinco o seis».

Mientras usa sus dedos índice y anular para dar crema Coimbra a los zapatos de un caballero, Antonio recuerda a Manuel, « un cliente que de vez en cuando me daba una propina de 100 euros. Algo debió pasarle porque estaba mal del corazón y no lo he vuelto a ver». ¿Por qué ahora hay tan pocos limpiabotas? «Rente» es taxativo: «Ahora la droga deja mucho dinero».

Juan Martín, limpiando los zapatos de un cliente en plaza de Cuba M.J.P.

De tratante de ganado a limpiabotas

Juan Martín tiene 65 años, de los que 40 lleva como limpiabotas. Criado en Badajoz, antes que betunero fue tratante de ganado, como su padre, encofrador y jornalero . «Cuando se perdió el trabajo de las bestias me metí a betunero. ¿Qué otra cosa podía hacer sin formación?», comenta Juan, al que muchos conocen por el apodo de «Pastor». Trabajó muchos años como «limpia» en el Horno Real de la avenida de República Argentina. Ahora tiene su puesto base en el restaurante José Luis de la Plaza de Cuba , desde donde se desplaza muchas veces al Maricos Emilio a la búsqueda de clientes deseosos de tener sus zapatos lustrosos.

Recuerda Juan cuando en Sevilla abundaban los limpiabotas. «Ahora pocos más de tres que nos dedicamos sólo a esto. Algunas veces vienen limpiabotas de Granada para la Feria pero hay que tener cuiddo porque a algunos turistas les cobran hasta 20 euros».

En una jornada de trabajo de 9 a 13 horas, Juan apenas logra cinco clientes hoy en día. « Ajolá tuviera siempre cinco clientes cada día», apunta Juan mientras se emplea a fondo para dejar brillantes los mocasines de Román, un cliente de toda la vida. «Es que hay caballeros a los que llevo limpiándole los zapatos cuarenta años» , asegura este limpiabotas, que no pudo ir al colegio. «No sé escribir y lo poco que leo es gracias a lo que me ha enseñado mi mujer. Eso me permitió sacarme el carné de conducir», cuenta Junta, que tiene 8 hijos y 27 nietos. «Mis hijos sí que han ido todos al colegio», subraya este sevillano, que ahora vive con su mujer en un piso de alquiler en Bermejales, que comparten con dos hijos y dos nietos.

Su deseo es jubilarse pronto y para ello está tramitando ante la Junta de Andalucía una pensión no contributiva , según relata a ABC este gitano mientras ordena la botella de «dandi», los cepillos y tapas cubrecalcetines en una caja de trabajo que comenzó a usar hace 50 años. «Fue -dice- un regalo de un amigo mío que también fue limpiabotas».

Cobra 5 euros por limpiar los zapatos, aunque tiene clientes que algunas veces le dan una propina de 20 euros. «La mayoría de mis clientes son caballeros mayores. La juventud no se limpia los zapatos», añade «Pastor», quien antes también vendía lotería en Navidad, aunque lo dejó «porque apenas da beneficio y ahora todos los bares venden décimos».

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