Pioneras

Relatos en primera persona de mujeres sevillanas que asumieron el protagonismo de sus vidas

Siete sevillanas comparten los recuerdos de las mujeres que han sido las verdaderas protagonistas de las historias de sus familias

Nerea Liza Rocío Ruz

Pedro Ybarra Bores

Nerea Liza es arquitecta. Vive en Sevilla desde hace más de dos décadas, ciudad a la que llegó arrastrada por la crisis de la construcción en Bilbao. Desea compartir su historia en papel, tras hacerlo en las redes sociales, porque ahora «dicen que las mujeres nunca habíamos podido hacer nada y no es verdad. Lo que he visto en mi casa ha sido que las mujeres de mi familia materna han hecho lo que han querido», afirma. «Mi bisabuela materna, Ramona, era aldeana de un caserío cerca de Bilbao. Se casó muy joven con un señor mayor y tuvo siete hijos. Gobernó su caserío como quiso y cuando enviudó se volvió a casar con mi bisabuelo, diez años más joven que ella (en aquellos tiempos). Nadie le impuso nunca lo que debía hacer », afirma. «Volvió a tener hijos, y de sus hijas se casaron las que quisieron. Eran chicas de un caserío humilde que se trasladaron a Bilbao para mejorar, donde vivían en principio todos juntos en un piso muy pequeño», añade.

Ramona Bustinza, bisabuela de Nerea Liza ABC

«Mi abuela fue la más estándar de sus siete hermanas, ya que sólo se casaron dos. Trabajó y fue madre de familia. Siendo su padre nacionalista se casó con un guardia civil de un pueblo de Andalucía y se quedó a vivir en Bilbao. Se casó con quien quiso», dice.

Su abuelo envió a su madre a un internado, «pero mi madre decidió irse a Londres a estudiar secretariado a una academia y se lo financiaron sus tías. Tras aprender inglés —cuando todo el mundo estudiaba francés en aquella época— regresó a los dos años a Bilbao y comenzó a trabajar en una fábrica. Allí fue secretaria del director unos diez años, y conoció a mi padre y se casó a los 29 años. D e mis cuatro hermanos, las tres mujeres somos licenciadas y estamos ejerciendo, incluso hay doctoras cum laude », concluye.

«Mi padre nos dejó»

«Mi madre ha trabajado toda la vida y hemos luchado mucho», dice Toñi García . «Era una luchadora. Soy gitana, la mayor de siete hermanos y mi padre nos dejó cuando yo tenía 9 años. Le dijo a mi madre: “ Viste a los niños que voy a comprar tabaco que ahora vengo ”, y todavía estamos esperando. Eso no se me olvidará en la vida».

La madre de Toñi García

«Salimos adelante ayudando mucho a mi madre y con la unión de todos mis hermanos, aunque yo era la más rebelde. Nos hemos ayudado los uno a otros siempre pensando todo lo que habíamos pasado» recuerda. «Mi madre trabajaba haciendo escobas, jabón verde, en un bar, en los americanos, ha hecho de todo para sacar a sus hijos adelante. Antiguamente no daban ayudas. Íbamos a comer muchos días a San Juan de Dios. Se acostaba cada día con un vaso de achicoria con pan migao. Al ser la mayor de siete hermanos, mi madre se iba y yo me quedaba cuidando de mis hermanos», recuerda.

«Me casé a los 21 años con un payo, al principio lo llevaba mal, pero como siempre he sido muy rebelde y nos queríamos... tras 40 años de matrimonio tengo dos hijos, que se han sacado sus estudios y tres nietos, incluso alguno parece que podría tener altas capacidades», añade.

Madre monoparental

Teresa Ruiz es administrativa. Lleva trabajando desde los 17 años en una institución sevillana y decidió a los 45 años comenzar los trámites para adoptar un niño de forma monoparental. Inició todo el proceso que hay seguir en la Junta de Andalucía y «cuando ya te dan la idoneidad, que tardaron tres años, resulta que los monoparentales están los últimos en la lista para poder adoptar en cualquier país, ya que tienen preferencia los matrimonios. Dedicí ser madre sola. Mi familia encantada de que lo hiciera. Mi madre me apoyó en la idea y soy la primera de mi familia que optó por la adopción. El proceso es una angustia y una agonía», dice. «A la hora de trabajar con un niño y sola te cuesta sudor y lágrimas, porque el niño no se puede quedar solo y a la hora de la verdad no te ayuda nadie. No tuve ayuda de nadie, ni para un comedor, una matinal... Mi hijo ahora tiene 17 años», dice.

Millonaria en vivencias

Angelita Yruela , la capiller de la Iglesia de la Redención, lleva 70 años cantando saetas, «desde que tenía 12 años, Me aprendí con la gramola una saeta de la Niña de la Alfalfa (fue mi espejo como mujer porque rompió moldes y llegó a cantar ópera) y desde entonces no he dejado de cantar», recuerda. La primera fue en el Baratillo, «porque vivíamos enfrente. No se estilaba que las niñas fueran hermanas y las mujeres estábamos vetadas en todo y a mi me gustaba el mundo de las cofradías . Quería salir de monaquillo o nazareno porque cuando veía a mis siete hermanos salir de casa yo estaba deseando. Soy la segunda, y yo quería ser como mi hermano mayor “tu en casa con mamá”», decían. «Eran otros tiempos. No nos dejaban ni bajar a ayudar a limpiar los respiraderos. Mi madre era ama de casa con 9 hijos. Yo era de las dos hermanas la mayor. Me enseñaron a ser una señorita ama de casa. Llevar una casa, cocina, plancha, a mandar... Me realicé cuando me casé y he hecho cosas impensables como cantar saetas en la Catedral de Praga, contar la historia de la saeta en el Colegio Pontificio en Roma, en Barcelona, y hasta me metí en la Asociación Coral de Sevilla», señala.

Millonaria en vivencias, fue Fe de Montserrat a los 14 años, pregonera pionera (pronunció el pregón de El Rocío en Pilas en 1980), autora de la Historia de la saeta... enviudó en 1995, y nunca ha querido salir de nazarena.

Empezar de cero

Mariella Paz trabaja como conductora y recepcionista en una empresa de Sevilla. Se casó en Ecuador y tras un matrimonio de 13 años se divorció. «Conocí a un chico por las redes y me vine cruzando el charco por amor hace cinco años ». A sus 46 años reconoce que «fui criada por un padre y una madre maravillosos que me han enseñado a valerme siempre por mí misma y sobre todo a hacer frente a las cosas que nos suceden, porque son producto de nuestras decisiones. Tomé mi decisión y me vine aquí. Fuimos educadas con las mismas oportunidades que los niños. La historia de amor no salió bien y decidí quedarme en Sevilla a pelear pues tenía que empezar de cero aquí o en mi país. He intentado integrarme al sistema español de la mejor manera, trabajo, pago mis impuestos y pienso que debes buscar la manera de estar integrada de la misma manera en el sistema: trabajando, apoyando y pagando como todo el mundo».

Mariella tiene una niña de 17 años y está aquí «conmigo, peleando todos los días igual que yo. Para mi era inconcebible venirme sin ella y la he sacado adelante de la mejor manera que he podido. Trabajando duro», reconoce. «Me siento muy afortunada. Nunca me han tratado mal por ser inmigrante, ni por ser mujer, ni por estar divorciada, ni por nada. Jamás», dice. «Por ser mujer no merecemos ni más, ni menos, sino una oportunidad y ser iguales delante de la ley y de las oportunidades. Nada más, pero de ahí en adelante somos suficientemente capaces de defendernos por nosotras mismas», añade.

«En un mundo de hombres»

Rosa García tiene 52 años. Casada y con tres hijos, no se considera una mujer luchadora, «simplemente al ser aparejadora y arquitecta siempre he trabajado en un mundo de hombres. He estado siempre de obras en un mundo de hombres», afirma. «Por el hecho de ser mujer no puedo decir que en ningún momento me haya sentido discriminada, más bien todo lo contrario. Quizá han tenido un poco más de respeto de lo normal, a lo mejor a un hombre le hubieran hablado de otra manera y a mí me han tratado con un poco más de respeto a la hora de discutir con una subcontrata o un proveedor. Al ver que tu eres mujer siempre se dirigen a ti con un poco más de respeto. Siempre me he sentido muy a gusto y me han respetado muchísimo y me han tenido en consideración. No he tenido nunca ninguna mala consideración por ser mujer, en absoluto. A lo mejor hay alguien que se enfade por que le hagan pasar antes en el ascensor, no sé... si ese tipo de cosas las consideras discriminatorias, entonces apaga y vámonos. Foman parte de la educación de las personas y punto», señala.

«No somos iguales porque tenemos formas de entender la vida distintas, y de aproximarnos a las circunstancias diferentes, lo que no quiere decir que seamos mejores ni peores, somos diferentes. Lo que sí creo es que debemos tener las mismas oportunidades e igualdad salarial. En mi campo no ocurre porque no hay brecha salarial ya que las tarifas suelen ser estándares. La forma de seguir para adelante es seguir trabajando y dar ejemplo. Es mi opinión», concluye.

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