500º aniversario primera circunnavegación

Primera vuelta al mundo: La partida

Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recreará cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

La Virgen de la Victoria, hoy venerada en la iglesia de Santa Ana de Sevilla ABC

Ignacio Fernández Vial

El domingo día 2 de agosto del año 1519, el asistente de Sevilla, Sancho Martínez, en un solemne acto celebrado a la iglesia de Santa María de la Victoria y a los pies de su imagen titular, entrega el estandarte real a Fernando de Magallanes , de rodillas ante el altar mayor. Era el solemne acto que daba inicio oficial a la «Armada de la Especiería».

Así narra Antonio de Herrera cómo Magallanes, ante la imagen de la Virgen de la Victoria, se arrodilló para que «recibiese el juramento y pleito homenaje, según fuero y costumbre de Castilla, que haría el viaje con toda fidelidad como buen vasallo de su Majestad, y que el mismo juramento y pleito homenaje hiciesen los Capitanes y oficiales de la Armada a Hernando de Magallanes y que seguirían por su derrota y le obedecerían todo».

Ya investido de su cargo de capitán general de la Armada del Maluco , Fernando de Magallanes colocándose en el Evangelio con el estandarte real en su mano derecha, va recibiendo el mismo juramento y homenaje de sus capitanes, maestres, pilotos y demás cargos. Comprometiéndose todos ellos, en este acto presidido por el Cabildo sevillano y los oficiales de la Casa de la Contratación, a obedecer en todo al capitán general, de tal manera que si le faltasen incurrían en desacato real.

Cumplida esta formalidad legal, a los tripulantes les queda una semana para estibar en sus bodegas todos aquellos comestibles susceptibles de echarse a perder. No se pueden llevar a bordo hasta última hora, para así minimizar en lo posible el riesgo de que los alimentos frescos se estropearan a causa de las altas temperaturas que se alcanzan debajo de las negras cubiertas de las naos, expuestas al tórrido sol de la Sevilla de agosto.

Antes de partir de la ciudad de Sevilla, Magallanes redacta y entrega a sus capitanes el sistema de señales a utilizar para comunicarse entre ellos en la mar, tanto de día como de noche. Con ello no hacía sino hacer públicas las Instrucciones Reales que en su día les fueron entregadas por Carlos I. En ellas, se ordena que al atardecer todas la naves saluden con salvas de cañón a la capitana, la Trinidad , y que al mismo tiempo sus pilotos digan a viva voz cuál es la longitud y latitud estimada, de manera que todos pudieran oír a los demás y poder corregir cualquier error. Así mismo, se señala a los escribanos de cada navío que tomen nota cada día de las órdenes dadas por los pilotos. Al echarse la noche, las instrucciones son otras. «Su navío debía siempre preceder a las otros, y par que no se le perdiese de vista durante la noche llevaba una antorcha de tea, llamada farol, atada a la popa de su buque; si además del farol encendía una linterna o un trozo de cuerda de esparto, los otros barcos debían hacer otro tanto a fin de asegurarse por ello de que le seguían…». (Pigafetta).

Por fin, a primera hora de la mañana del 10 de agosto de 1519, resuena en Sevilla el cañonazo de leva. Se disparaba unas horas antes de las salida de la flotas, indicando a sus tripulantes que la hora de la partida había llegado y que debían de presentarse de inmediato a los maestres de sus naves. El fuerte estruendo de este cañonazo llega a oídos de los moradores de Sevilla: los tripulantes cogen sus últimas pertenencias y se dirigen a su barcos; sus allegados les acompañan por el Arenal y el barrio de Triana; los curiosos saltan rápidamente de sus catres para asistir a tan popular acontecimiento; los oficiales de la Casa de la Contratación , vestidos con sus mejores galas, se presentan en el muelle de Las Muelas para dar fe de la partida y despedir a Magallanes y a sus hombres; los monjes guardianes de la iglesia trianera en donde se adora la Virgen de la Victoria, revestidos con sus hábitos, acuden en cofradía para dar su bendición a las naves y a todos sus tripulantes.

La ciudad bulle de actividad, a primera hora de la mañana a orillas de sus muelles se agolpa la multitud. El pueblo hispalense despide a la Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Victoria y la Santiago , que disparan sus bombardas y falconetes y largan amarras enarbolando orgullosas todos los estandartes, pendones y tafetanes que flamean bajo el impulso de una suave brisa. El pueblo sevillano las contempla desde las orillas del Guadalquivir, sabedores de que estaban viendo partir a unas naves que, dado lo arriesgado de la empresa, era muy probable que no más volvieran a ver jamás. Así nos lo cuentan los cronistas: «El 10 de agosto de 1519, lunes por la mañana, la escuadra, llevando a bordo todo lo necesario, así como su tripulación, compuesta de doscientos treinta y siete hombres, anunció su salida con una descarga de artillería, y se largó la vela del trinquete. Descendimos por el Betis hasta el puente de Guadalquivir, pasando cerca de San Juan de Alfarache, antiguamente ciudad de moros muy poblada, en la que había un puente del que no quedan vestigios, excepto dos pilares bajo el agua y de los que hay que guardarse, y para evitar el riesgo se debe navegar por este lugar con pilotos, aprovechando la marea…».

La iglesia de Santa María de la Victoria se encontraba situada en Triana, barrio unido al gremio de los marineros. Se levantaba muy cerca del muelle de las Muelas. A mediados del siglo XIX la imagen es trasladada a varias iglesias trianeras, hasta que el año 1883 se aloja en la que hoy se considera por sus vecinos como la catedral de Triana, la parroquia de Santa Ana, donde aún se venera. Con motivo del IV Centenario del regreso de Elcano y la Nao Victoria a Sevilla, la imagen fue restaurada. El puerto trianero del muelle de las Muelas recibe su nombre porque fue asfaltado con muelas de molino. Era el único atraque sevillano que contaba con un piso firme, el resto de los muelles eran de arena, incluido el gran muelle del Arenal.

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