Reloj de arena

Paco Lira: Noches de bohemia y de ilusión

Ese rey del carbón, de las cuadras donde nacieron quejíos y salvadores de nuestra cultura, se llamaba Paco Lira

El carbón que Paco Lira vendía en aquel local tan singular ardía con fuego de bohemia Raúl Doblado

Félix Machuca

Pasabas aquel portón rojo y te recibía la penumbra de las carbonerías , acicaladas con antigüedades en las paredes y baldaquino eclesial, con una barra de madera trasatlántica y una campana muda que, quizás, en sus mejores tiempos, se echó al vuelo para pregonar acontecimientos especiales.

Había mesas, vino gordo, cerveza rubia de la localidad, poetas ciegos, punkis despistados, novelistas sin punto final, flamencos con ayes que vender, culturetas en la postura, falangistas y peteros, guiris buscando al Tenorio, un alemán que tocaba el piano, una platanera en el patio y, como un rey de reyes, un hombre que decía: «No se puede uno fiar de la gente normal».

Lira era un tipo discreto, tímido, con retranca y que convirtió las antiguas cuadras del palacio del hebreo Samuel Leví, tesorero de Pedro El Cruel, en La Carbonería más famosa y frecuentada de Sevilla.

El carbón que Paco Lira vendía en aquel local tan singular ardía con fuego de bohemia , entre Valle y Ressendi, cobijando conferencias sobre heráldica o celebraciones de bodas como la de un hijo de Juana la del Revuelo, que duró dos días. Sobre heráldica sabía lo suyo Carlos Puig, hijo de un procurador en Cortes en tiempos de Franco que fue la llave que posibilitó el indulto del abuelo del lloroso Pablo Iglesias, «El Coleta» para el común.

Lira fue la música de las noches largas que Paco tañía con tacto exquisito, sin más carné en almario que el de identidad. Tuvo amigos en las dos orillas. A su derecha y a su izquierda. Lo mismo le cambiaba una radio por una gramola a León Degrelle en sus tiempos mozos que departía con Pepe Su ero sin importarle los sonidos de su flauta.

«Abrió tres cuadras antes de convertir La Carbonería en el local más activo de la cultura para ejercer el mecenazgo más generoso que se conoce»

De los pocos desencuentros que se le conocen uno lo tuvo por el desamparo de un día esquinado, donde tropezó con una diputada socialista, guapa y rubiales como los trigos a la salida del sol, por culpa de Soledad Bravo. ¿La recuerdan? Me refiero a Soledad Bravo , la gatita del cono sur, brava de encaste más allá de sus letras, canciones y apellido, roja como la vergüenza y picante como el chile cubano, novia que fue de Jesús Quintero al que volvió más loco de lo que ya gastaba.

Por alguna razón, Lira no compartía punto de vista con la señora diputada. Y fue que aquello terminó como el estribillo que hoy canta Rosalía: «tra/tra». Un dato para la botánica del local. La famosa platanera del patio de La Carbonería es hija de unos plantones que Soledad le regaló a Paco Lira.

La Carbonería pilló tal vuelo que hasta universidades yanquis, canadienses y francesas colaboraron en las iniciativas por las que apostaba su dueño. Allí se colgaban exposiciones o se presentaban libros. José Bergamín presentó su «Música callada del torero», dedicado a Rafael de Paula con «addenda» para el faraón Curro Romero . Y de oreja y rabo fue la presencia de Frank Zappa en los albores del 92, cuando vino a sacar adelante un proyecto con la Expo que nunca llegó a cuajar.

En el álbum de los recuerdos de La Carbonería hay fotos que hablan, escriben, bailan, claman y reclaman para este local el blasón de su pedigrí de copas largas, besos apretados y gatos sin tejados.

Al reclamo de las noches sin sueño fueron a por el carbón candente de la noche de la Carbonería gente como Camarón, Farruco el abuelo, la Fernanda y la Bernarda de Utrera (de cuyas pretensiones puede hablarnos con su lengua sin amnesia la pintora Isabel Gómez Oñoro) Pete Seeger, Agustín García Calvo, Paco Molina, Jack Lang, Alberti , Pepe Hierro, Víctor Carande, Vázquez Montalbán , Klaus Kinski, El Cabrero, Nina Hagen y un poeta de ánimo encogido pero de rima aplicada que dormía en lo alto de la barra, acogido por el corazón de ONG que tenía el bueno de Paco.

«Nunca se le vio discutir con clientes ni servir una cerveza. Excepto con una diputada socialista por culpa de la cantante Soledad Bravo»

Venir a Sevilla y no entrar en La Carbonería era como ir a Nueva York y no visitar el bar Carlyle donde Woody Allen toca el clarinete con una banda de jazz para exquisitos. Al poeta que dormía en la barra, jerezano y autor de epitafios para vivos, le dio de comer Rafael Benítez Toledano, que frecuentaba el local junto a Felipe Benítez Reyes, intentando dar con el soneto exacto donde se abrazaban los plenilunios y la canalla. Parte de lo que allí pasó está escrito en un libro notarial que el llorado Rafael de Cózar y Miguel Ropero coordinaron para que la memoria más fiable siempre sea la impresa.

Se fue dulcemente en enero de 2015. Seguro de que, en el cielo, tampoco se iba a fiar de la gente demasiado normal…

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