Hablaba con los comuneros, mediaba y evitaba los tribunales

«Las juntas de vecinos eran antes en la azotea y llevaban hasta aceitunas»

El administrador de fincas más longevo de Sevilla narra a sus 92 años cómo era el oficio

José Luis Baena en la sede colegial. En la vitrina, a la izquierda en una caja, la medalla de oro del colegio Juan Flores

Amalia F.Lérida

Trabajar, no tener prisa nunca, comer lo preciso, escuchar a las personas y hacer cuatro crucigramas diarios , son algunos de los secretos de José Luis Baena Camacho , el administrador de fincas más longevo de Sevilla.

A pesar, de tener un pulmón y cinco costillas menos , un brazo lesionado y la asignatura pendiente de estudiar Medicina que una tuberculosis le impidió superar, parece que tuviera 70 años, en vez de los 92 que cumplirá el próximo día 28. Es prodigioso. Y no ya por su aspecto físico, sino por cómo recuerda con precisión (no lleva papel con apuntes que le auxilie para la entrevista) fechas, direcciones exactas de bloques que administró, cuotas de las comunidades, el precio de las inyecciones que se ponía cuando estaba enfermo o lo que le cobró el médico por la operación, por no decir que hace sumas larguísimas sin ayuda de la calculadora.

Es lo que se dice un precursor de la profesión , un mediador que no se iba a su casa hasta que no ponía paz, orden y concierto en las reuniones y un artesano de la administración de fincas. Un oficio que llevó con acierto y alegría con una Hispano Olivetti de carro grande, cuartillas, papel de calco y la ayuda de sus hijos y su mujer que más de una vez iban por las casa cobrando los recibos porque él empleaba gran parte del día en una oficina de una empresa constructora para llegar a fin de mes.

José Luis Baena se acuerda de todo menos del número de colegiado que tiene desde que en 1969 se fundó el colegio sevillano y él ingreso en la entidad.

«Yo nunca he tenido prisa y hablaba mucho con los comuneros para no ir a los juzgados y que todo fuera bien»

Es el 3.963 de España y el 155 del colegio de Sevilla , en el que ha desempeñado también el cargo de secretario y de vocal en varias juntas. Le ha dado la medalla de oro y el reconocimiento expreso de todos los compañeros y presidentes que han pasado a lo largo de estos años porque José Luis Baena es, ante todo, una buena persona.

Por eso empezó en el oficio. Porque confiaron en él los vecinos allá en la década de los 50 en Madrid, en un bloque de 36 pisos de la calle Alcalde López Casero número 5 , donde él vivía. Además, como trabajaba en una oficina, «sabía de cuentas y eso es lo que yo hacía, y cobrar lo recibos y pagar la luz y el agua que tenía que ponerme en unas colas interminables, y pedir los permisos al Gobierno Civil para celebrar las reuniones de la comunidad, que la hacíamos en el bar de abajo», relata.

Era una casa fácil de llevar porque el único servicio que había era la calefacción y porque, y eso es lo principal, los vecinos eran como una familia. Por esos años y décadas posteriores, las juntas de propietarios se celebraban el rellano de la escalera o en la azotea «y alguno se llevaba un platito de aceitunas, otro de papas fritas y se hablaba de todo menos de lo que se tenía que hablar». «Yo aparecía por mi casa a las dos de la madrugada porque nunca he dejado algo por hacer y, si llegaba, por ejemplo, la hora del café de la mañana y estaba hablando con un comunero por teléfono no me iba al bar. Lo primero son los comuneros», dice José Luis Baena.

Por lo años sesenta se vino a Sevilla porque quería estar cerca de Arcos de la Frontera, su pueblo natal y de Palos de la Frontera, el de su mujer que tiene 87 años, ha sido y es el báculo de su existencia. «Y para colmo —sigue riéndose— me fui a vivir a la calle Trabajo que es lo que he hecho siempre, sin prisa, pero sin parar ¿no sé si me explico?».

Aquí en Sevilla y hasta que se jubiló en 1992 llevó bloques por toda las zonas. Los primeros fueron «en San Vicente de Paúl 20 y 22 ; Bami 15, Bami 21, Castillo de Constantina 8, Polígono de San Pablo bloque 813, unos cuatro o cinco bloques frente al campo del Betis...».

Un oficio que llevó con acierto y alegría con una Hispano Olivetti de carro grande, cuartillas, papel de calco y la ayuda de sus hijos y su mujer

Empezó con comunidades que pagaban 30 pesetas de cuota hasta otras que superaban las 1.000. Porque poco a poco «la cosa se iba complicando, con servicios nuevos como las piscinas, que daban muchos quebraderos de cabeza, los conserjes, los porteros automáticos, los aparcamientos o el giro de los recibos por el banco».

José Luis Baena siempre lo llevaba todo al día y «arreglaba las cosas para no tener que ir al juzgado». Tampoco tuvo problemas con los morosos y empleaba el tiempo que fuera preciso para que todo el mundo quedara contento» aunque llegara a mi casa de madrugada», insiste.

Sin móvil, correo electrónico, calculadora, ordenador , despacho, convocatorias a juntas en sedes sociales, y muchos menos virtuales como quieren ahora los administradores introducir en la Ley de Propiedad Horizontal, José Luis Baena llevaba los bloques de antes de forma bien sencilla.

Los recibos los extendía él por escrito con los movimientos de la comunidad y los llevaba a las casas de puerta en puerta . Si había que celebrar una reunión, «también de puerta en puerta, se mandaba razón o dejaba la cuartilla en los buzones». Para ello se valía de la Olivetti de carro grande, horas de trabajo y la ayuda de su mujer y sus hijos. Le decía a los niños: «El que no cobre lo menos 50 recibos no va a la playa». Y le daba un taco de recibos a cada uno.

«Entonces se ponían todos a cobrar por las casas —recuerda— después de hacer los recibos uno a uno con papel de calco , que uno de mis chiquillos quería poner hasta tres para acabar antes. También iba mi mujer. A veces, como nos conocíamos todos, se quedaba un rato en la casa charlando. Era todo muy bonito y familiar».

Y no había inseguridad ciudadana . Los niños iban por la calle con el dinero como si tal cosa.

Es más, una vez le hicieron un recado y le recogieron 20.000 pesetas de una comunidad. El sobre que llevaba el recadero se le extravió en un centro comercial. Aunque un allegado suyo del trabajo quiso dárle el dinero por su cumpleaños dado el disgusto que tenía, por la tarde una señora le llamó para decirle que se lo había encontrado y que se lo devolvía. Él le dió 500 pesetas de gratificación.

Para este hombre joven de 92 años «el que tiene un título no vale más que el que tiene experiencia» pero aún así tiene claro que hoy día «no me hallaría si tuviera que ejercer la profesión, porque hace falta mucha especialización y hay muchos servicios en las comunidades y normativas que hay que entender y manejar». No sabemos si hubiera sido más feliz acabando la carrera de Medicina que dejó en primer curso por mor de la enfermedad. Siendo ginecólogo como fue su amigo y hermano al que conoció en 1947 cuando estudiaba en Utrera y vino a Sevilla a ponerse gafas, y que luego, siendo ya un profesional, murió en accidente de tráfico.

Baena habla con nostalgia de esa profesión. Se emociona , pero no sabe si hubiera sido más feliz.

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