Reloj de arena

Javier García Pelayo: Los managers de Huelva

En sus cuarenta largos años de profesión, como Alicia al otro lado del espejo, ha visto realidades de todo tipo

Javier García Pelayo, manager musical de artistas como María Jiménez, Triana, Burning, entre otros ABC

Félix Machuca

En tono chusco, pura ironía roquera, Kiko Veneno y los hermanos Amador le echaron el dulce veneno que tuvieron a mano de su inalcanzable talento a unos managers que eran de Huelva, uno medio calvo y el otro con coleta.

A la letra del tema, imprescindible para comprender el grado de amateurismo de aquellos años, la envolvía una música de verbena estival de plaza de pueblo italiana, con algo de tarantela napoliotana y, también, por qué no, de comparsa carnavalera.

El caso es que el tema reflejaba una realidad vivida por el grupo en su estreno en la discoteca chipionera Buggy de Daniel Durán en otoño del setenta y nueve. Javier García Pelayo estuvo en aquel concierto.

Su hermano Gonzalo, entre pleamares y almejas a la marinera, rodaba la película «Frente al mar», catalogada «S» en la que Javier actuó y no salía de la cama… Por la tarde desconectaban. Y la mejor forma de hacerlo era irse a la discoteca.

Allí fueron testigos directos de cómo «el Perico con su moto, el Matías con la coleta, el Rafa con su Tofito y el Nono llevando la mesa» llenaron el estreno de Veneno de acoples acústicos y horripilantes alaridos eléctricos. «Y la gente decía: ¿qué es lo que pasa?/ ¡qué oscuridad tan grande!/ Qué es esta guasa…»

Eran tiempos difíciles para ser manager y profesional. Los cubatas y el polen te confundían y la inexperiencia te hacía vulnerable a los caprichos de la electrónica. Javier recuerda cómo a Pulpón le pedía siempre dos tomas para el aparataje eléctrico. Y Antonio le respondía: «Querido, yo vendo artistas y no watios».

En la feria de Lebrija tomaron la luz de una farola. Y dejaron al pueblo de los gitanos rubios a oscuras, como La Habana tras el ciclón Fidel. Pero el concierto salió adelante, sin acoples ni chirriantes chasquidos eléctricos, limpio como una balada de Norah Jones.

«Lo fue de la desastrosa gestión electrónica que soportaron los Veneno en una disco de Chipiona y que inspiró a Kiko el tema los Managers»

Si llevabas a Smash o a Storm para actuar en algún pueblo, como no vieras, cien kilómetros antes del destino cartelería, anuncios en las radio o en los periódicos de la zona, sabías que eras hombre muerto. Y que te encontrarías, como mucho, una hoja de bloc escolar escrita a mano anunciando la actuación en la misma plaza de toros.

Lo de cobrar era tan difícil como memorizar la tabla periódica. En Águilas tuvo el auxilio de la Guardia Civil, que recaudó el dinero en taquilla. Y en otros frentes, tan duros como el del Ebro tuvieron que cobrar con dinero del farmacéutico del pueblo, padre del osado chico que contrató la gala.

Javier García Pelayo iba para neurólogo o psiquiatra. Pero unas noches sin estrellas ni almohadas en Carabanchel, rodeado de majaretas, lo convencieron de que vivir es una hermosa locura. Y perpetró la más grande de su existencia: hacerse manager. Lo fue de Triana, de Gualberto, de Burning, de Hilario Camacho, de Azahar, Cai, Alameda, Medina Azahara, María Jiménez, Remedios Amaya, Gato Pérez

Y trabajó para Michael Jackson, Tina Turner, Joe Cocker , Frank Zappa. Con su sombrero tejano y su moto de alta cilindrada, a lo «Easy Rider», cabalgó kilómetros por las peligrosas carreteras del artisteo sin que se le reconozcan pinchazos clamorosos. Quizás porque aprendió el oficio del rey de los cabarets españoles: José Luis Fernández de Córdoba.

Un tipo listo y audaz como suelen serlo los que ganan nueve bancas seguidas al bacarrá en un casino , invierten el dinero en patrimonio inmobiliario en Torremolinos y llevaba las manos llenas de tumbagas con brillantes, sin ser rapero, ni amigo de Don King o una alta dignidad de la corte del Príncipe Gitano.

«Pasa por ser uno de los manager más tops de España. Descubrió a Triana y trabajó para Michael Jackson, Tina Turner, Frank Zappa…»

En Sevilla llevó a Smash y a Storm, vía García Pelayo, a la discoteca Don Felipe, pagando como los caballeros de postín. A Javier le dio dos consejos que apuntó en su libro de cabecera profesional: tus contratantes te tienen que ver llegar en taxi y no hagas nunca nada si no hay una firma de por medio.

A José El Negro , un gitano venerable que cantaba a capela el romance de la invasión mora de España, le tuvieron que dar fraccionadas doscientas mil pesetas porque decía que no lo dejaban entrar en los bancos a cobrar ningún cheque; a Sabina , para que acudiera a una grabación, lo citó por telegrama y lo esperó debajo del balcón de su casa; a Smash los llevó a actuar en Madrid y pese a que no se pusieron de acuerdo y cada cual tocaba un tema a la misma hora y en el mismo sitio, aquello fue tan grandioso que hasta la revista «Triunfo» lo ponderó.

Como con determinado arte abstracto , lo que no se entendía o era una filfa, se aplaudía como sobrenatural . A Jackson lo sacó en Barcelona de la burbuja de aire puro en la que se sumergía antes de las actuaciones y lo llevó hasta un escenario en el Nou Camp que se entregó con el artista como si se llamara Messi. Soñó con vivir y se hizo manager . De aquella bendita locura le quedan siete libros por escribir y una sonrisa para el punto final.

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