RELOJ DE ARENA

Antoñita Jiménez: La niña y el mar

El mar seguía inundando con mareas de fortuna el patrimonio familiar y ella lo reflejaba con sus batas de cola

Antoñita Jiménez Archivo personal Pepe Camacho

Félix Machuca

En su vida, si alguna vez entró la Alfonsina a la que le cantaba desbordada de melancolía Mercedes Sosa , no fue para hacer del mar el sudario de un reposo buscando cinco sirenitas que la llevaran por caminos de algas y de coral. El mar entró en su vida con la fuerza de las bendiciones de la Virgen del Carmen , porque fue el galeón donde su padre, su querido y añorado padre, transportó quintales de nácar para hacerse el rey del mejillón. Antes de su principado marino, el patriarca, intentó alcanzar la gloria en los ruedos, apadrinado por Joselito El Gallo . Pero un cornalón feo y febril en un glúteo, con curas dolorosas y sin penicilina, lo llevó del albero a las rías gallegas para darle la vuelta al ruedo de su vida y poner de moda la gastronomía del mejillón en unos años en los que a Sevilla no le hacía ni fú ni fá. Antoñita era, por entonces, una niña inmensamente feliz, con Navidades inolvidables en la casa de la Macarena, donde su padre plantaba un pino para que Papá Noel colgara los regalos que nunca faltaron en aquella casa donde se podían atar los perros con longanizas.

Cada vez que llegaba una visita de amigos a la casa del rey del mejillón, orgulloso de la voz de sirena que tenía su hija, la invitaba a cantar para los amigos. Y la niña lo hacía con voz prometedora y con el desenfado de las tablas que aún no tenía. Así fue hasta que Antoñita, por decreto de su temperamento, tan suave como el algodón por fuera y tan decidido como un general por dentro, le dijo al padre: o me llevas a aprender con Adelita Domingo o no canto más para tus amigos. Y dicho y hecho. No sé cuántas clases recibió con Adelita. Pero podría decirse que de su casa pasó a debutar en el Lope de Vega acompañada de lo mejor de la clase, con primeras figuras como Marifé, Lolita Sevilla, el Beni…Antoñita cantó para cumplir un sueño y soñando debía de estar porque la gente le gritaba que era una muñeca de escayola, hierática como una princesa egipcia y con los brazos extendidos como los de una virgen articulada. Posteriormente aprendió a moverse y a bailar con Matilde Coral , para alcanzar los conocimientos escenográficos que la acercaron más a Triana que al Egipto de la octava dinastía.

El mar seguía inundando con mareas de fortuna el patrimonio familiar y Antoñita lo reflejaba en el gusto, coste y diseño de sus batas de cola. Los mejores modistos la vistieron para que su arte, su largo de pelo de 135 centímetros recogido en una trenza y sus adorables maneras refulgieran como si fuera una de las Nereidas, aquellas ninfas mitológicas que simbolizaban los aspectos más amables del mar.

Por su amabilidad y generosidad, muchos transformistas de los ochenta, vistieron los vestidos de la alta costura cañí que rebosaban en el vestidor de Antoñita. Siempre ha regalado sonrisas. Pero también lo mejor de su corazón y de su patrimonio. En muchas instituciones benéficas de Sevilla, en las fechas más señalaitas, nunca faltaron las delicias de ese mar que su padre no necesitó circunnavegar para ganarlo para su patria familiar. En un pueblo de la provincia la reclamaron para que cantara. Antoñita se llevó una de aquellas batas de cola que parecían cosidas con agujas de oro y volantes de menta. Colgó la bata en su camerino varias horas antes de la actuación. Salió al escenario y no lograba encontrarse con ella misma cantando un pasodoble. Un insoportable picor se apoderó de todo su cuerpo. Fue darle una «patá» a la bata y comenzaron a salir decenas de grillos, tantos como en un trigal. Grabó cinco discos, la llamaron de China y Miami para actuar, pero le tenía una jindama enorme al avión. Y decía siempre: el que quiera escucharme que venga a Sevilla.

Pero la escuchaba toda España. Sobre todo como contertulia de la mesa camilla que Encarna Sánchez tenía en la Cope. Allí se daban cita las tonadilleras con más mantones del cartel. Lenguas como las de Marujita Díaz, Paca Rico, Carmen Jara . Y sin perderse un detalle, entre bambalinas, estaba una íntima amiga de Encarna Sánchez que hace unos días se acaba de tirar de un helicóptero para que la fama no se le duerma en una isla de famosos. En la radio colaboró estrechamente, durante muchos años, con Pepe Camacho , que presentó su último disco en casa de la artista. Una casa por donde han pasado desde las Infantas hasta la añorada duquesa de Alba , con la que Antoñita entregaba la cuchara...de plata. Alguna vez, en un programa de televisión, le confesó a Carlos Herrera que era el único hombre al que no le importaría darle unos masajitos. «Un metro noventa, esos andares toreros, la que de verdad no suspire por ti, Carlos, es que no es mujer». Y se le apagó el puro al líder de las ondas. Qué piropazo. Hoy amadrina al cantante gaditano Jonathan Piñero, que es responsable de su club de fans. Cádiz, la salada claridad, el mar siempre acompañando a aquella niña que quiso cantar como las caracolas…

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