PRovincia

Trabajadores gaditanos para el campo francés

gaditanos

Todos los años, un nutrido grupo de vecinos de Alcalá del Valle se van varios meses a Francia para trabajar en la vendimia, la manzana y el melocotón

Vecinos de Alcalá del Valle trabajan desde esta semana en la campaña de la manzana. L.V.

Álvaro Mogollo

Cádiz

Desde tiempo inmemorial, muchos vecinos de Cádiz han tenido que hacer las maletas e irse fuera de su tierra para buscar su sustento. A otra provincia, otra comunidad, otro país u otro continente. El trabajo marca el paso y el ritmo de las vidas de esas personas.

Ese es el caso de distintos grupos de trabajadores de localidades gaditanas como Alcalá del Valle que, año tras año, se van a Francia para faenar durante varios meses en la fruta y ponen distancia con un municipio del que se acuerdan diariamente mientras van descontando días para abrazar a su gente. Lo hacen desde hace décadas.

Se esfuerzan con ahínco a lo largo de muchas semanas para lograr un empujón a una economía que completan con otros trabajos en los meses en los que están con los suyos en su tierra.

Esta misma semana ha partido hacia Les Barthes, en la región de Midi-Pyrénées, un grupo de hombres y mujeres para trabajar en la manzana y que han sido recibidos con una temperatura infernal que con el paso de las semanas debe ir cesando hasta el frío propio del mes de noviembre en el que acabarán su cometido.

Durante las semanas de exilio, la rutina es inalterable: se levantan casi de noche y acaban a primera hora de la tarde, con un rato de descanso a mediodía para recuperar fuerzas. Así de lunes a sábados, con el domingo de asueto.

Dos de las mujeres que recolectan las manzanas. l.V.

Francisco Ponce, miembro de una familia con enorme tradición en estas lides, es el encargado de los 39 jornaleros que recogen este año la manzana. Reconoce que en esta ocasión le ha costado más trabajo del habitual confeccionar la cuadrilla: «Hemos tenido que ir a otros pueblos buscando gente porque hay muchos vecinos que están en Perpiñán en el melocotón y también trabajando en la albañilería. Cada vez se tienen menos niños y afortunadamente les podemos dar estudios, así que considerando esas dos cosas, es más difícil conformar un retén».

Este año cuenta con personas de Córdoba, Sevilla, Setenil, Ronda o incluso Portugal. La dureza del trabajo o el estar lejos de casa durante varios meses hacen que no cualquier persona esté dispuesta a aceptar este oficio. No hay tono de reproche en las palabras de Francisco ni de recelo hacia las generaciones más jóvenes, ya que tiene a más de un estudiante en su cuadrilla, más bien asume que se trata de una labor dura, más aún para quienes la ejercen por primera vez.

Si estos días están soportando mucho calor, también les llegará el momento de aguantar aguaceros y bajas temperaturas: «Es muy raro que perdamos un día de trabajo aquí. Tiene que haber una tormenta con rayos para que no vengamos a trabajar», comenta Francisco Ponce, que a sus 58 años lleva ya 44 yendo a trabajar a Francia.

En cuanto al salario, perciben unos 11 euros por cada hora trabajada. A partir de las 35 horas, las siete siguientes las cobran un 25 por ciento más caras y de las 42 en adelante, un 50. El año pasado los trabajadores ganaron 7.300 euros en la campaña, a los que hubo que restar unos 200 en concepto de alimentación y los gastos privados que cada uno asumiera.

El gasto de la comida lo asumen los propios trabajadores, si bien Francisco reconoce que al ser tantas personas, la manutención no llega a tres euros al día. Además, se traen algunos alimentos desde España como las legumbres o el aceite de oliva parapoder hacer potajes y comidas típicas de la Sierra de Cádiz, especialmente cuando bajan las temperaturas.

Verónica, cocinera de Ronda que les prepara comidas típicas de la Sierra. L.V.

«Estamos en una de las pocas casas en las que el patrón, además de pagar el viaje a los trabajadores poniéndonos un autobús, contrata a una cocinera que viene con nosotros para que nos prepare la comida, algo poco común. Al menos de ese asunto nos despreocupamos porque nos sirven el desayuno, el almuerzo y la cena», señala.

Como en esta ocasión van personas de distintas localidades, las horas de descanso sirven para conocerse mejor y fomentar el sentimiento de hermandad, una cuestión muy deseable en una empresa en la que se pasan muchas horas codo con codo.

El paso de los días hace mella moralmente y a partir de septiembre, cuando las noches llegan antes, la añoranza de la familia se va acrecentando. Afortunadamente los tiempos han cambiado, y aunque la experiencia sigue siendo exigente, los avances tecnológicos hacen que la distancia se haga menor: «Hace 40 años, los sábados me tenía que poner a escribirles las cartas a las personas mayores que no sabían escribir. No había teléfono y el correo tardaba 15 días en llegar de un punto a otro. Teníamos que leer las cartas a quienes no podían hacerlo y muchas veces se les saltaban las lágrimas. Ahora podemos hacer videollamadas y yo veo a mi nieto a diario».

A la vuelta, a muchos de ellos les espera la aceituna entre los trabajos que llevan a cabo durante sus meses en Alcalá: «Se va haciendo lo que se puede o lo que va saliendo, como el espárrago».

Hablando de su trayectoria, se le hace imposible no hablar de su padre, Victoriano Ponce Bastida, que fue por primera vez a Francia en 1965: «Hablaba un poco de francés y por eso lo hicieron medio encargado. Después de esa experiencia, le encomendaron la labor de conseguir una cuadrilla de gente y desde entonces estuvo viviendo a Francia hasta hace 13 o 14 años. Un año trajeron 64 personas».

Cuadrilla de trabajadores en la manzana. l.v.

Si recuerda a sus mayores, también a sus hijas: «Las tres están ya trabajando, gracias a Dios. Les he podido dar estudios a todas. La mayor de ellas, que es profesora, también ha estado aquí faenando con nosotros durante 8 ó 10 años».

Francisco, al ser interpelado para la realización de este reportaje, no duda en resaltar su gaditanismo: «Que la gente sepa que nosotros también somos gaditanos. No somos el último pueblo de Cádiz, somos el primero. El que viene de Madrid y llega por Antequera, el primer pueblo de Cádiz que se encuentra es Alcalá».

Y aprovechando que este fin de semana es el arranque liguero, recuerda que en el bar al que van los domingos, un establecimiento regentado por portugueses, luce una gran bandera del Cádiz C.F.

«Nosotros lo que hacemos es llevar dinero a nuestro pueblo, no nos vamos a Suiza». «No estamos mal aquí, pero hay mucho trabajo. Si conoces a alguien en paro, me lo mandas», finaliza Francisco con sorna y agradeciendo el hecho de tener presentes a los emigrantes de la provincia.

Melocotón

Victoriano Ponce, hermano de Francisco, está en Perpiñán desde abril con la campaña del melocotón. A su cargo se encuentran 13 trabajadores, de los 50 que están destinados a la misma tarea.

Entre esas personas hay gente de su máxima confianza como son sus cuñados, sobrinos y amigos, una garantía en el trabajo pero a la vez un apoyo en el plano personal, algo que se antoja indispensable durante tantas semanas de arduo trabajo.

Estarán en Francia, aproximadamente, hasta el 15 de septiembre: «Ya vamos echando días para fuera, que estamos deseando ir para allá. Que se echa mucho de menos». Durante el periplo galo, se han perdido fechas muy señaladas en su pueblo: «Nos hemos perdido la Semana Santa, la Romería y también la feria». En total, están cinco meses lejos de su casa.

Victoriano, que hereda el nombre de su padre al que menciona en repetidas ocasiones, lleva yendo 25 años a trabajar a la fruta en el país vecino, 20 a la manzana.

Trabajadores en la cosecha del melocotón en Perpiñán. L.V.

Este año el calor está siendo extraordinario, por lo que el patrón está optando por imponer jornadas intensivas durante las fechas en las que la temperatura es más alta. En esos días suelen trabajar desde las 6.00 de la mañana hasta las 14.00.

Las libranzas dependen de cómo vengan las cosechas o del estado de la campaña. Normalmente, trabajan de lunes a sábado. La tarde de la jornada sabatina la suelen emplear en hacer la compra. El domingo, día libre, lo utilizan para limpiar sus alojamientos, facilitados por su empleador, y para ir a la playa.

Al volver a Alcalá, en fechas muy próximas al comienzo del curso escolar, plantean sus próximos trabajos, generalmente en la aceituna, explica Victoriano: «Primero al verdeo, es decir, a la aceituna de mesa, y posteriormente a la que se destina a hacer aceite». Sin olvidar el carácter buscavidas que caracteriza a sus vecinos: «A lo que salga, hay que estar preparados. Entre otras cosas, la poda, que allí hay muchos terrenos para trabajar».

Lo siguiente, la vendimia

La próxima semana llega el turno de la vendimia, otra de las actividades pujantes entre los habitantes de la Sierra de Cádiz, aunque algo venida a menos en los últimos años.

Así lo confirma el alcalde de Alcalá del Valle, Rafael Aguilera: «Sé que está habiendo algunos problemas, pero es verdad que antes iba muchísima gente a la uva».

La temporada del melocotón terminaba antes en julio, dos meses antes que en la actualidad, lo que aprovechaban los vecinos para compatibilizar campañas: «Se volvían, echaban un mes de verano en Alcalá y se iban luego a la campaña de la manzana o a la vendimia».

«El año pasado fueron varios vecinos a trabajar a la vendimia, pero este año no me consta que vaya nadie», comenta Santiago Galván, alcalde de Zahara de la Sierra, otro de los municipios con amplia tradición emigrante.

Melocotones, manzanas y uvas tendrán en el exilio a muchos paisanos durante varios meses para ganarse el pan. Pero volverán a su tierra, esa en la que piensan en los momentos de flaqueza como aliciente para tirar hacia delante.

Alcalá, una historia de emigración de muchas generaciones

«Yo lo que he conocido es emigración. Mi abuelo estuvo en Alemania y el otro en América. Mi bisabuelo murió en Sao Paulo, mi padre ha estado viniendo toda la vida a Francia y mi mujer nació cerca de Frankfurt, que la mandaron con pocos años al pueblo porque si no se hubieran quedado allí», cuenta Francisco.

Estatua al emigrante en la plaza homónima de Alcalá del Valle. l.v.

Una emigración que va inherentemente unida a la historia de Alcalá del Valle, la de la adaptación de sus vecinos a las circunstancias y el buscar soluciones a los problemas, aunque eso signifique tener que salir de su tierra.

Por eso en la localidad hay una estatua y una plaza dedicada al emigrante, orgullo de una población que ve en esos viajes, algunos de ida y vuelta, otros que fueron para siempre, la fortaleza ante la adversidad y la capacidad de plantar cara a las dificultades cuando la cosa se aprieta. Buscarse la vida, en definitiva.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación