Con 'C' de Cádiz

Manuel Jaén: «Los Salesianos hicieron mucho bien a los niños de Valcárcel»

Manuel Jaén Luna. Editor y exalumno de valcárcel

Vivió su niñez, adolescencia y parte de juventud entre los muros del mítico colegio gaditano y, más de medio siglo después, rememora sus vivencias y las de más compañeros en el libro 'Breve historia de un internado'

Manuel Jaén muestra el original de su libro sobre Valcárcel. Antonio Vázquez
Alfonso Carbonell

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Hace no mucho, un par de décadas tal vez, la redacción de un periódico era un hervidero y bien que se podría parecer a una de esas centralitas que se veían en las películas donde no dejaban de entrar llamadas a la espera de la voz de la telefonista de marras. Antaño, el sonido de las llamadas era incesante y no se descartaba dejar descolgado algún teléfono que otro para poder teclear en paz para llegar al cierre. De eso ya ha llovido mucho y las llamadas a la centralita han cesado con el paso del tiempo, que las han enviado a los móviles de cada redactor. Por eso, que en estos tristes tiempos para el periodismo llegue una llamada a la redacción es poco más que una bomba al aire porque pocas son las veces que vienen acompañadas por buenas noticias para los redactores. No ha sido el caso de la que hizo a LA VOZ hace poco más de un mes don Manuel Jaén Luna (Jerez de la Frontera, 1948) preguntando por un servidor. Lejos de parecer enfadado, que es la tónica de las llamadas que uno puede recibir escribiendo como escribe, el hombre parecía agradable, servicial, educado, entregado y agradecido por una entrevista que celebré junto a don José Calvo Fernández, profesor que nuestro protagonista de hoy tuvo en Valcárcel.

Este antiguo interno del Hogar de la Milagrosa (con las monjas de las Hijas de la Caridad) y después del colegio Valcárcel (con los curas de Salesianos) se encuentra a las puertas de publicar un libro sobre sus vivencias y las de otros muchos compañeros que vivieron sobre los techos de un centro donde aprendió mucho de lo que sigue siendo. Fue así, rebuscando información para su obra, como llegó a la entrevista del que fue su querido profesor. Y claro, uno no se queda con su agradecimiento si no que plantea una cita para conocerlo y, de paso, entrevistarlo. A la primera del día convenido no pudo ser por desbarajuste del plumilla, que sabía que todos los viernes don Manuel viene a Cádiz por obligación, pero qué más obligación para el que escribe que ir a la feria de Sevilla al reclamo de la amistad. Así que dicho viernes no se da el encuentro establecido por incomparecencia del anfitrión, que pide reiteradamente disculpas a su entrevistado, que lejos de molestarse facilita más aún las cosas y se muestra dispuesto a celebrarla el pasado lunes, que ya sí.

Más que puntual a la cita llega don Manuel, elegante como pocos y maleta en ristre, como es habitual en una persona que no descansa, que no para de una ciudad a otra. Junto a sus pertenencias lleva el original de un libro que pronto estará a la venta y en el que verá la luz las historias de muchos de los que fueron sus compañeros internos en Valcárcel y a los que ha encontrado tras tres entregados años de búsqueda. Nada como una conversación sosegada con él para hacerse una idea del estoicismo con el que vivieron una serie de muchachos desamparados y al cobijo, primero, de unas monjas y, después, de unos sacerdotes que les prepararon para la vida desde la austeridad, la disciplina y una educación con la que se abrieron a un mundo que conocieron rayando la mayoría de edad.

-¿Cuándo ingresó en Valcárcel?

-En el 1953, con 5 años.

-¿Cómo llegó a Valcárcel, por qué?

-Mi madre trabajaba para la familia Domecq y consiguió, éramos 6 hermanos, ponernos a cada uno en un sitio distinto y a mí me tocó Valcárcel de Cádiz. En aquella fecha, era Hogar de la Milagrosa, anteriormente, hospicio; y anteriormente una inclusa, que era donde dejaban a los niños abandonados.

-¿Recuerda con exactitud cómo fue llegar a Valcárcel con cinco añitos?

-Pues sí. Llegué de la mano de mi madre; me abren la puerta, me coge de la mano una monja y mi madre le da un papel; y acto seguido mi madre de desapareció. No volví a verla hasta aproximadamente siete u ocho años después.

-Uffff. ¿Cómo se lleva eso siendo un niño?

-¿En un chaval de cinco años?

-¿Lo recuerda?

-Y tanto. Recuerdo perfectamente que me ponen un plato de 'habishuela'; pero antes, en la enfermería, me quitan la ropa, me dan un pelele, que servía para todo; estuve mucho tiempo porque no me comí las 'habishuela'; era la primera vez que las veía y no me gustaban, y después, como te decía, me pasaron a la enfermería, me hicieron chequeos médicos, y de ahí, al grupo de 300 niños aproximadamente que había en una sala donde dormíamos 'tol' mundo. Y así empezó el día a día con las Hijas de la Caridad, como relato en el libro que se está escribiendo.

-Ahora llegaremos al libro. Antes cuénteme cómo eran las monjas.

-Pues mantenían una disciplina estricta. Nos lavaban todos los días la cabeza con un jabón que era más bien oscuro, eh, porque sabíamos que era de aceite usado; era lo que había. Hasta años después no vino el famoso lagarto. Y bueno, teníamos un número. El mío era el 60.

-¿Le llamaban por el número o por el nombre?

-Sí, por el número. Aunque dependía. El 41, por ejemplo, que llevo varios años buscándolo hasta que aparece, me dice para que lo reconociera. 'Yo soy el 41, y me llamaba Francisco'. Allí teníamos todo un número. En unos casos llamaban por el número y en otros casos por el nombre. ¿Cómo me decían a mí muchos? El Luna, por mi segundo apellido. También el armario, por la estatura; cada uno tenía un nombre.

-¿Hasta que edad estuvo allí?

-Yo estuve hasta los 18 años y medio. ¡Ojo! Y de allí no se salía nunca.

-¿Para nada? ¿Ni para la playa ni para nada?

-Eso, los tres meses de verano, en la Caleta. Los meses de verano, todas las mañanas y todas las tardes, los niños estaban en la playa.

-¿A cargo de alguien o por libre?

-No, no, estábamos con las monjas; también había celadoras y cuidadoras. Había una parte de la playa para los niños del internado y la otra parte era para los visitantes, que normalmente era gente que paraba en el balneario porque aquello era un hotel.

-¿Recuerda su infancia bonita?

-Bueno, bonita... Ehhhh, ¿en qué sentido?

-En el que le quiera dar.

-No, no fue una infancia bonita porque el único conocimiento que tenía del mundo era el que estaba en el internado. Había días de salida; cada mes y medio o dos meses se salía en fila de a dos, como hoy vemos en la calle a los alumnos de cualquier colegio.

-¿Cómo eran esas salidas?

-Te daban una vuelta por Cádiz y al balneario. Había un uniforme para salir solo a la calle.

-Y 'tos callao' detrás de la monja de turno...

-Y 'tos callao' detrás de la monja. Entonces, la rutina era levantarte, lavarte, que te lavaban con cinco o seis años; te lavaban las monjas, no te lavabas tú. Te enseñaban a hacer la cama, la hacías y, al mismo tiempo, al rosario. Se iba a misa; la misa era diaria. Inmediatamente, de la misa a las clases y a la hora del almuerzo, a comer. Un pequeño descanso, y a las clases; y a las ocho de la tarde a dormir. El desayuno era un trocito de pan en la primera etapa.

-Sin aceite ni 'ná'...

-Nada, un trocito de pan. El almuerzo era un plato único. Nunca conocimos la carne, nunca conocimos el pescado. Si tenías hambre, te daban más del mismo plato y te lo tenías que comer. Las monjas pegaban al que no comía. Y la cena era después de las clases porque no existía merienda en esa primera etapa.

-Ufff... ¿Cómo era el recreo, los ratos libres? ¿Se jugaba al fútbol o algún juego?

-Los niños corriendo en el patio interior, en el invierno. Eso era lo que se hacía en los descansos.

-O sea, una infancia dura.

-Fue una infancia dura, sí. Pero allí, una gran mayoría, hemos salido muy contentos de lo que tuvimos. Porque fuimos capaces de defendernos solos.

-¿De qué se tenían que defender?

-Pues mira. ¿De qué nos teníamos que defender? De todos los inconvenientes, de todas las privaciones que tenías. Allí no poseías nada personal. Tú eras allí un niño que estaba sometido.

-Una cárcel.

-Una cárcel de la que no se salía; veías el mundo desde las rejas del patio exterior. Y todos los juegos eran en el patio interior. ¿Qué eran los juegos? Corretear. No había ningún muñeco. El día de Reyes, por la mañana, había un montón de juguetes y te iban dando el que te tocaba. A mí personalmente me tocó una cabeza de caballo de cartón con un palito.

-Mítico. Ya tenía 'pa' correr 'to' el año.

-Duraba hasta que el caballo se rompía. Otro año me tocó, de madera también, un carro chiquitito del que se tiraba con una cuerda.

-Uhhh, eso ya era un avance.

-¡Eso ya era un avance! Otro año me tocó un tren de lata que era hueco y que estaba 'pintao'. Lo recuerdo perfectamente.

-Por las lógicas limitaciones de la cabeza de un niño no pensaba que estaba encerrado, privado de libertad.

-Efectivamente, no me permitían saber.

-Me ha dicho que estuvo interno hasta los 18 años. ¿A qué edad toma conciencia de que está encerrado?

-Cuando llegan los Salesianos, en el 1962, y reemplazan a las monjas de las Hijas de la Caridad. Yo ahí tenía 14 años.

-¿Cómo fue el cambio?

-Un día por la mañana bajamos al patio central, como todos los días, y nos pusimos en la fila como siempre. Allí tú llegabas al patio y te ponían, tenías un sitio ya determinado. Y ese día vimos que no había ninguna monja.

-¿No tenían noticia alguna de nada, de ningún cambio, ningún rumor, nada?

-Nada, nada, nada, nada. Y de repente vemos a una serie de sacerdotes frente a nosotros, digamos, en lugar de monjas. Había cambiado todo.

-¿Pensó de entrada... 'ufff, estos van a ser peores'? Jajajaja

-Jajaja. No nos dimos cuenta de nada. Y empezaron a hablarnos, terminaron de hablar, y fuimos a las mismas clases que teníamos, pero el maestro era un cura o un profesor privado. Entre ellos, don José Calvo Hernández.

-Y ahí cambia todo.

-Pasamos de tener un libro único y aprendido de memoria a tener un libro por cada asignatura, que además eran de color. Y, además, te permitían que tú opinases en la clase sin que te pegasen.

Manuel, una vez jubilado, creó su propia editorial. a. vázquez

-Vamos, que entra una cierta alegría.

-¿Una cierta alegría? Una gran alegría. Sobre todo, el lenguaje era otro. No era un lenguaje impositivo, era un lenguaje dialogado, comentado. Y que allí, además, todos obedecíamos porque veníamos de la educación inicial.

-En definitiva, que si los Salesianos eran buenos de por sí, para colmo se encuentran a un alumnado de lo más disciplinado.

-Eso es, porque éramos muy buenos en general. Aunque es verdad que había algunos niños que las monjas les pegaban mucho, porque siempre estaban andando con travesuras. Y con los curas, igual. Claro, después comprendí el motivo de todas esas circunstancias. Eran niños que nadie venía a verlos. Nunca. Eran los que se llamaban niños expósitos. Que no eran de nadie. Teniendo presente que el día de visita era un drama. Porque las monjas te llamaban si venía tu padre o alguien a verte debajo. ¿Me explico?

-Y tanto. ¿Quién le solía ir a ver a usted?

-Recuerdo que en todo ese periodo mi madre vino en tres o cuatro ocasiones. No podían económicamente hacerlo. Recuerdo que el día de la primera comunión fue un drama. En el libro se aportan fotos de ese día y se ve a todos los niños, alrededor de las monjas, preguntando que 'si habían venido mis padres'. 'No, todavía no', contestaban. Nos dábamos cuenta que 'el todavía no' es que no iban a venir. Hubo quien lloró ese día.

-Uff. Acaba esos últimos cuatro años en Valcárcel de manos de los Salesianos y ¿cómo sale del internado?

-Con un título de oficial de mecánica. Y después hice la maestría industrial, que me permitió dar clases en el FPO, Formación Profesional Obrera. Salí con unos conocimientos. Hay que tener presente que las clases allí eran de lunes a sábado inclusive; comenzaban a las nueve de la mañana y terminaban a las ocho y media de la tarde, con un descanso para comer. Era diario. La lectura era obligatoria. Los Salesianos nos pusieron 'mushos' libros para leer. Y de noche, don Alfredo Galindo Bozada, que ha fallecido recientemente, era el que nos daba una charla; nos preparaba a través de las conversaciones para la vida. Teníamos que pensar que estar allí era transitorio, que teníamos que darnos cuenta que nuestro futuro estaba en la calle. Sabían que estábamos desde los cinco años y que ahora teníamos ya quince, dieciséis, diecisiete.

-Os formaban ya para la vida.

-Correcto.

-¿Le pasó como se ve en algunas películas como a esos presos que después de tanto tiempo encerrados temen salir a la vida?

-No, vamos a ver. Llega el momento en el que salgo con dieciocho años y seis meses; me montan en una furgoneta que era de la marca alemana DKW, de la Segunda Guerra Mundial; no tenía asientos, era todo metálico. Ese es el primer día que salgo. Y me dejan en la Plaza del Arenal de Jerez de la Frontera. Yo llevaba una dirección, pero no sabía dónde estaba la casa de mis padres porque nunca estuve. Salí con cinco años y volví con dieciocho y medio [dice casi que con un nudo en la garganta]. ¿Qué opinas?

-Muy duro, ¿no?

-Es lo que había.

-¿Ese qué año sería?

-Era el año 1967. Recuerdo que cuando llegué a la casa me atendió una vecina que me preguntó '¿tú eres el hijo de tal?' Y dije que sí. 'Pues tu madre no viene'. Mi madre trabajaba, y mi padre también. O sea, no sabían que yo había salido del colegio. ¿Qué opinas?

-Uff. ¿Y sus hermanos?

-Mis hermanos estaban todos en un internado distinto. Los conozco después de tener dieciocho años. ¡Casi que no sabía que tenía hermanos!

-¿Y cómo es esa acoplamiento a esa nueva vida en familia?

-Natural. Natural. Fue un acoplamiento natural. Todos sabíamos que teníamos padres y que no tenían posibilidades económicas. Todos sabíamos que nos habían puesto para estudiar.

-¿Y cómo se va desenvolviendo con la vida laboral?

-Entro a trabajar en Plaza Janés Editores.

-Olé, una mítica y que sigue siendo de las punteras. ¿Cómo fue eso?

-La editorial está en Barcelona, pero había una delegación en Cádiz.

-¿En 'Cádi, Cádi'?

-'Cádi, Cádi'. La oficina estaba en Bahía Blanca, al lado del Instituto Hidrográfico.

-¿Y de qué? ¿Porque sus conocimientos eran de mecánica, no?

-Sí, yo era mecánico, pero ¿qué sucede? Que me contratan por mis conocimientos culturales.

-¿Como editor del tirón?

-No, para formar a los vendedores. España era analfabeta. En España no se leía nada. En España, en un porcentaje alto. no se sabía leer ni escribir. No lo digo como crítica, sino como una realidad. Entonces, Plaza Janés me contrata y me manda a Barcelona para formarme con la finalidad de que sea el formador, el profesor de las distintas oficinas que tenía por el país. Y estuve viajando por España diez años con la editorial. Conocí a todas las redes de venta, a todas las sucursales que se iban abriendo.

-Qué bonito. De estar encerrado en un internado más de una década a recorrerse el país siendo joven. Envidiable.

-Entonces, bueno, eso me permitió dar un gran salto profesional. Independientemente de que antes de entrar en Plaza Janés fui militar. O sea, hice la mili. Plaza Janés fue un gran despegue porque me abrió el mundo. Es verdad que también salí con una formación y una disciplina que, hoy con 77 años, mantengo.

-Doy fe, doy fe... Y ahora me imagino lo que debe pensar de mí tras no haber ido nuestra primera cita jajaja. Dirá de mí que 'vaya elemento o menuda juventud esta' Jajaja Ya me he disculpado, pero insisto en hacerlo de nuevo. Ya le dije que creí que venía todos los viernes a Cádiz por castigo.

-Jajaja. Tranquilo, jajaja. Es verdad que vengo todos los viernes a Cádiz, no te preocupes. Además, sigo con la misma metodología. La ropa ordenada, soy más bien austero; no me falta de nada, pero no me gustan los lujos.

-¿Cuál fue su recorrido en la editorial?

-De formador pasé a editar libros durante una serie de años. En la época de la democracia montamos una distribuidora, y con don Antonio Sancho, que entonces era jefe de protocolo de la Diputación de Cádiz, y con el grupo llamado 'de Alcalá de los Gazules' [Interrumpo].

-El clan de Alcalá.

-¡Efectivamente, el clan de Alcalá! Pizarro, Alfonso Perales, Rafael Garófano...

-El PSOE de la época, sí. Eso fue con Plaza Janés, ¿no?

-Sí, fue una época muy bonita, porque se expansionó muchísimo. Entonces, llegamos a acuerdo con Diputación para distribuir los libros de la Diputación y de Caja de Ahorros de Cádiz. Era el boom de los libros locales. Diputación hizo una colección y editó la historia de cada pueblo de la provincia; nosotros fuimos los encargados de la distribución. ¿Qué sucede? Que cuando llega el año 77, con la democracia, una editorial llamada Santillana [Interrumpo de nuevo].

-Uhhhhh, Esa fue la que se hizo con más de la mitad de los colegios de España. Por ahí andaba Jesús del gran poder de PRISA (Jesús de Polanco).

-Pues esa nos quitó la distribución y se la dieron a ellos, porque pensaban que todos los libros de Andalucía y de Cádiz iban a vender en el norte de España. A los cinco o seis meses devolvieron la totalidad de existencia, la mayoría de los libros estropeados, porque, claro, los libros los repartían por todas las librerías de España.

-Es verdad que poco pintaban en el norte estos libros sobre la provincia de Cádiz.

-Bueno, Diputación creyó que la difusión de estos libros iba a ser mejor que una editorial que estaba en todos los colegios de España y que vendía libros de texto. El problema fue que a los cinco o seis meses todo vino devuelto. Claro, quisieron volverse atrás. Y se les dijo que no. Se equivocó Diputación cuando el clan de Alcalá pensó que los libros que ellos fabricaban iban a ser leídos en Madrid, en Burgos, en Guadalajara, en Extremadura, en Tarragona... Fue un gran error pensar la editorial podía distribuir, pero eso no significaba que podía vender. Y aquello fue un fracaso. A raíz de ahí vino ya la ruina, hubo que saldar los libros; total, lo de siempre.

-¿Y qué hace una vez deja Plaza Janés?

-Monto mi propia editorial, Jafrasa, que son las siglas de los apellidos de los tres compañeros que montamos la distribuidora. Entonces, cogimos la distribución de muchísimas editoriales hasta que el ministro Francisco Fernández Ordóñez publicó una ley cambiando que el libro estaba exento de impuestos; y dijo que el libro era una actividad comercial y no cultural y le puso los mismos impuestos como a cualquier empresa. Ya no era rentable distribuir libros. Porque los impuestos se comían los beneficios.

-Vaya.

-Y paso a otro sector, al de la formación de empresas. Estuve como coordinador unos 15 años.

-¿Dónde vivía?

-En Jerez y en Cádiz.

-¿Qué hace cuando se jubila?

-Al jubilarme, ¿qué sucede? Pues que ese gusanillo, ese amor a los libros me hizo formar una editorial, Ediciones Formativas MJ, que es la que va a editar el libro 'Valcárcel, historia de un internado contada por los internos'.

-Y llegamos al libro. Por así decir, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? O sea, ¿montó la editorial para escribir el libro o ya que la montó aprovechó para escribirlo?

-No, no. La idea primera es editar a desconocidos; dar la oportunidad a personas que creen en sí mismo; ellos hacen un libro y nosotros corregimos, lo vemos y se lo editamos. De hecho, el último libro fue 'La pirámide ¿Para qué me traes a este mundo?' Es un ensayo que se hace la pregunta sobre 'tú, ¿para qué quieres tener hijos?' Se ha distribuido en España y está casi vendida la edición; quedan cuatro o cinco libros. Y a raíz de ahí se han editado otras pequeñas cosas más. Luego, me tomé un tiempo de reflexión y el Covid nos hizo parar; ahora estamos retomando y la nueva obra es esta que te comento.

[Don Manuel saca de su maleta un borrador para presentarme la obra en ciernes que saldrá a la luz en pocas semanas y lo planta sobre la mesa para enseñarme el formato]

-[Leo] 'Breve historia de un internado'.

-Empieza en el 1776, con las monjas, y termina con los recuerdos de todos los que estamos vivos, que quedamos unos 50 o 60.

-¿Ha contactado con ellos?

-Llevo tres años contactando con ellos. Se escribe, se puede leer todo lo que cada uno me ha dicho. Hay una coincidencia en muchos en la disciplina, en la alimentación que tuvimos. Cada uno tiene sus recuerdos, lógicamente, pero muchos de ellos son muy similares. Personalmente, y me sucede a mí y a otros muchos compañeros, no tenemos ningún trauma del internado, ¿eh? Allí recuerdo perfectamente que las cáscaras de plátano se rascaban y te comías la piel de dentro.

-Jajajajaja Ya pasaron hambre, ya.

-¡Síííí! Y está muy buena. Cógete un plátano y hazlo.

-Jajajaja Qué arte.

-Es que no había más.

-Me río pero por la humildad y la dulzura con la que cuenta algo tan duro.

-Es que es verdad. ¿Me explico? Y gracias a los americanos, en el 53 mejoramos porque venían cajas de queso amarillo que nos gustaba, y también vino la leche en polvo. Gracias a la leche en polvo empezamos a tomar leche con agua.

-Vamos, que cuando ve a un niño no comerse algo o dejarlo en el plato se pondrá usted...

-Ufff. ¡Ojo! Mañana comemos los dos y yo pido una cantidad y el plato lo dejo limpio; nunca dejo comida. Nunca.

-¡Ojo! Yo tampoco, pero lo mío es otro rollo...

-Jajajaja. Ya, ya, otro rollo. Jejeje. Todo eso que te cuento fue una realidad y compañeros que tienen 70, 75 años me lo han contado. Algunos casos son espeluznantes. Uno de ellos, que está enfermo y en fase terminal, su madre falleció con 35 años dejando 8 'hijosssss' y los ocho en el internado. ¿Dónde estaba el padre? No se sabía.

-¿Ha contactado con algunos de esos expósitos que me habló antes?

-Este era uno, por ejemplo. ¿Cómo daban oficialmente la noticia? Vamos a ver. Te cuento. Hay uno que con quince días su madre lo deja en la inclusa con un papel que dice 'este niño se llama tal, tal y tal'. Vale. Pues cuando tiene cinco años lo mandan al internado, que estaba al lado. Te estoy hablando de San Acacio, que todavía está la placa. Entonces, lo mandan al internado; este tenía nombre pero muchos otros no. Y cuando pasaban al internado... '-¿Qué nombre le ponemos? -El Santo del Día -¿Cuál es el primer apellido? -Expósito, para distinguirlo de los demás. -¿Cuál es el segundo apellido? -Pérez, García, Hernández...' Se fabricaban un nombre para que ese niño expósito, que no era de nadie, que lo habían dejado abandonado, tuviera una identidad. El origen del apellido Expósito es algo que no es de nadie

-Le tengo que preguntar por el famoso Batallón Infantil.

-Ah, bueno El batallón fue una historia. Fue en el año 62-63.

-¿Fue partícipe de él? 

-Sí. En el libro vienen muchas fotos del Batallón. En España estaban prohibidos los carnavales, y ¿qué nombre se le puso al Carnaval de Cádiz? Fiestas Típicas Gaditanas. Huyendo de la censura. Se hacía después de febrero, en el mes de mayo. Y resulta que se les ocurre nombrar de reina de las Fiestas a la nieta de Franco, María del Carmen Martínez-Bordiú. Se creó un batallón con los niños del internado. Fue un exitazo.

-¿Qué instrumento tocó usted?

-Yo era tambor.

-En la banda de música había internos de Valcárcel y niños bien de Cádiz, ¿no?

-Sí, también se metieron a niños bien, que eran los oficiales. La marcialidad era absoluta, eh. Los que hacían de oficiales tenían el papel asumido. Además, llevaban las estrellas de capitán o de comandante, ¡con su espada! ¿Me explico? O sea, esos duró unos ocho años.

-Fueron a Madrid, a El Pardo, a la tele...

-Es que fue un exitazo. La nieta duró dos años porque al siguiente tenía que venir a entregar su corona a la otra. Eso engrandeció a Cádiz muchísimo.

-Con alegría, pero también con hambre, con pena, con monjas, con disciplina, con curas, pero con orgullo. Veo que Valcárcel le forjó para la vida.

-Y tanto. Los Salesianos hicieron mucho bien; nos abrieron el mundo, nos prepararon para la vida, nos prepararon para el futuro. Aprendías un oficio, venía maquinaria nueva, pasabas por una serie de actividades profesionales y te quedabas con la que te gustaba. Los Salesianos hicieron mucho bien a los internos de Valcárcel y a Cádiz. Y sobre todo se accedió al bachiller; algunos a la universidad. De Valcárcel salieron mucha gente con titulaciones y compañeros que han alcanzado puestos importantes; un capitán de la Guardia Civil, un comandante del Tercio de Marina. O sea, hubo mucha gente y buena,

-¿Y balas perdidas?

-Algunas balas perdidas había, pero pocas. Como en todos los colegios. Allí, los más conflictivos eran aquellos que se sentían solos de solemnidad. Solos de solemnidad. Los Salesianos, es verdad, mantienen una disciplina, pero no pegaban. Las monjas pegaban a lo más mínimo.

-Hablemos de ese Cádiz que conoció encerrado.

-Bueno, yo Cádiz lo conozco de toda la vida porque he vivido 50 años en Cádiz.

-Hábleme de ese primero que conoció siendo siendo un niño.

-Había mucha miseria en Cádiz.

-Vamos, que aquí no llegó el Plan Marshall.

-No, aquí no llego el Plan Marshall porque aquí había mucha miseria y se notaba en la calle. Hay que tener presente que el Pay Pay era un lugar con mucho bullicio.

-¿Lo conoció de joven?

-Nunca entré.

-Jaja. Solo se asomaba, como en el colegio viendo por las rejas, ¿no?

-No, no, no. Nunca, nunca. Hoy sí entro. Bueno, he ido varias veces y se nota un cierto sabor añejo de lo que fue.

-Se mantiene un poco, sí. Hay una película ('Besos para todos') que lo recrea.

-Sí que lo mantienen un poco y en la película se ve, efectivamente. Había gente rara, que se veía por la calle. Lo acepto, es normal; el tipismo. O sea, no el tipismo, la forma de ser de personas de esa época. No es criticable porque eran otros tiempos. Y sobre todo [y baja la voz como el que cuenta un secreto], una gran cantidad de compañeros eran hijos de prostitutas que los dejaban ahí. Uno de ellos me ha contado su historia; con quien tenían relaciones, por ejemplo, con el jefe de la policía. O sea, con gente importante de la ciudad. Eran las protegidas. He conocido a la madre, una señora mayor de 84 años.

-¿Y sale en el libro?

-No. Sale el texto que él me ha dado: me enseñó la foto, pero no la meto en el libro. Una señora elegantísima. Ten presente que los barcos llegaban al puerto directamente; había barcos de vela en aquella época, en los años 50. Llegaban marineros y gente del puerto con dinero y en Cádiz había mucha miseria...

-De aquellos tiempos a estos. ¿Cómo ha visto la evolución de Cádiz?

-Es una gran ciudad. Teófila Martínez le dio un cambio tremendo. Hay que tener presente que yo he conocido bloques de edificios donde había una letrina y una cocina para todo el bloque; lo he visto. Tú cocinabas a la hora que te tocaba durante el día, fuera de ahí no podías entrar a la cocina. Y la letrina te tenías que 'agashá', como en un 'cuarté'. Eso estaba aquí y no hace tanto. ¿Me explico?

Otra historia distinta que ha pasado aquí es la viruela; los niños que utilizaron como conejos fueron los niños expósitos del internado, en el 1800. Ojo, está en los libros. O sea, utilizaron niños del internado después de haber comprobado que no tenían ni tíos, ni allegados, ni nadie.

Otra es con los niños de la explosión de Cádiz, que don José Calvo se hizo cargo de todos en Valcárcel. Entonces, bueno, estas historias no son conflictivas, pero son duras, difíciles. Era lo que había. Pero nosotros no nos quejamos. Éramos un grupo muy grande que no nos quejamos.

-Ya no solo los niños del internado, sino todos los de la posguerra están hechos de otra piel.

-Están hechos de otra piel, efectivamente. Están hechos de defenderse solos. Y hoy, estos compañeros siguen con la misma austeridad, que no es racanería. Es lo que han aprendido, y lo mantienen. Y gracias a eso me han dicho 'soy como soy, he triunfado, sigo triunfando'.

-La última y ya un poco más socarrona para terminar. ¿Jerezano o gaditano, de dónde se siente usted?

-De 'Cádi'.

-Jejeje

-De 'Cádi'. Yo estoy buscando volver a 'Cádi' porque 'Cádi' es un encanto.

-¿Dónde vive ahora?

-Yo vivo en Sevilla desde hace veintitantos años. Me fui por trabajo, motivos profesionales dado que viajo mucho y está mejor comunicada.

-Bueno, no se me queje que en Sevilla no se vive nada mal.

-No, pero en 'Cádi' se vive mejor.

-Jajaja. Pues con eso me quedo don Manuel. Ha sido un verdadero placer.

-El placer ha sido el mío.

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