HIJA ADOPTIVA CÁDIZ 2025
«Cádiz es el lugar al que siempre quiero volver»
ENTREVISTA
La médico Amparo Mogollo Galván, referente nacional en Cuidados Paliativos, recibe este miércoles el título de Hija Adoptiva de la ciudad
Sin paliativos
Amparo Mogollo Galván, la médico que recibirá este miércoles el título de Hija Adoptiva de Cádiz.
Hay etapas en la vida que requieren tanta ciencia como acompañamiento. Los cuidados paliativos son una de ellas. Son ese tramo final del camino donde la medicina no busca ya curar, sino aliviar, tender la mano y dignificar el tiempo que queda. Donde la técnica se une al alma y la humanidad se convierte en la herramienta más poderosa del médico. En ese terreno difícil, pero profundamente humano, ha brillado durante décadas la doctora Amparo Mogollo Galván, quien este miércoles 22 de octubre recibirá el reconocimiento de Hija Adoptiva de Cádiz por parte del Ayuntamiento.
Nacida en Sevilla, pero gaditana de corazón. «Cádiz es el lugar al que siempre quiero volver», confiesa. Amparo ha dedicado más de treinta años de su vida profesional al Hospital Puerta del Mar, convirtiéndose en una referente nacional en Medicina Interna y Cuidados Paliativos. Su carrera, larga y ejemplar, es también historia de una mujer que supo compatibilizar la exigencia de la medicina con la entrega de su familia, madre de cuatro hijos, tres de ellos médicos, a quienes ha contagiado el amor por una profesión «tan sacrificada como vocacional».
La medicina paliativa llegó a su vida casi por casualidad. «Mi jefe no pudo acudir a una mesa redonda sobre ética médica en Córdoba y me pidió que fuera en su lugar», recuerda. «Allí habló el primer médico de cuidados paliativos en España. Mientras le escuchaba, supe que aquello era lo mío. Fue una especie de relevación, una caída del caballo, como la de San Pablo».
Aquel viaje fue el punto de inflexión de una carrera que ya acumulaba experiencia en Medicina Interna, en pacientes oncológicos y en atención hospitalaria. «Hasta entonces siempre me quedaba la sensación de que faltaba algo», confiesa. «Tratábamos la enfermedad, pero no atendíamos a la persona en su totalidad. Yo intuía que había algo más, una forma de acompañar distinta. Y cuando escuché aquella charla lo supone. Eso era lo que faltaba».
Desde entonces, y con la fuerza tranquila que la caracteriza, Amparo Mogollo impulsó en Cádiz un modo nuevo de entender la atención al final de la vida. «El mayor avance en los cuidados paliativos no ha sido técnico ni farmacológico, sino haber aprendido a mirar sin miedo la enfermedad terminal, a acompañar al paciente en lugar de ocultarle la verdad, a dejar que tome decisiones sobre su propio final», relata.
Una vida de entrega
Nacida en Sevilla, sí, pero criada en Cádiz. Amparo Mogollo siempre ha sentido esta ciudad como suya. Licenciada en Medicina, doctora y especialista en Medicina Interna, comenzó su carrera profesional en el Hospital de Mora, pasó por el Hospital de Algeciras y regresó finalmente a Cádiz, al Puerta del Mar.
Fue profesora asociada en la Universidad de Cádiz, investigadora y autora de una sobre sobre el cáncer de mama, que compaginó con su vida familiar y sus embarazos. «Recuerdo que por las mañanas iba al hospital y pro las tardes preparaba la tesis», recuerda riendo.
Amparo también es un ejemplo de una generación de mujeres que abrieron camino en la medicina desde la conciliación y el sacrificio silencioso. «Siempre intenté compaginarlo todo sin descuidar a mis hijos. La medicina siempre ha sido una forma de vivir», comenta con sencillez.
El alma de la medicina
Hablar con Amparo es escuchar una lección de ética, ternura y humildad. Habla despacio, con ese tono sereno de quien ha aprendido a mirar de frente el dolor sin temerlo. «He aprendido más de mis pacientes de lo que yo les he podido enseñar», dice. «Ellos me han enseñado a vivir. En el final de la vida se produce una intensidad, una lucidez, una fuerza que a veces no se ve en otros momentos. Muchos pacientes están más vivos que nunca cuando se acerca el final».
De esas vivencias conserva cientos de recuerdos, al mayoría guardados en la confidencia del respeto y profesionalidad. Pero hay escenas que, sin nombrar a nadie, retratan el alma de su trabajo. «He visto matrimonios que, después de cincuenta años juntos, se decían cosas que nunca antes se habían dicho. He visto reconciliaciones, sonrisas en medio del dolor, y una vitalidad inmensa en quienes sabían que se marchaban».
Por eso le cuesta entender a quienes hablan de mantener «distancia» con los pacientes. «Nunca he creído en eso. Hay que mantener cercanía, no distancia. El paciente necesita cariño, necesita sentir que lo miras con respeto y con empatía. No se trata de perder la profesionalidad, sino de tratar a la persona con la humanidad que merece».
Una profesión con «dificultades»
La doctora Mogollo también reflexiona sobre el presente de la sanidad pública, con al sabiduría de quien ha vivido sus luces y sombras desde dentro. «El problema no es de voluntad, sino de estructura. Faltan médicos formados y la demanda ha crecido mucho. Pero no hay que politizarlo. Antes de criticar hay que preguntarse ¿qué puedo hacer yo para mejorar?».
Y añade, con esperanza: «Aún con todas sus dificultades, la sanidad pública es uno de nuestros mayores tesoros, y merece ser cuidada tanto como los pacientes a los que atiende». En su mirada no hay nostalgia, sino gratitud. «Me jubilé en 2016, con 67 años, y me costó muchísimo. Todavía sueño que estoy trabajando. Echo de menos a mis compañeros y a los pacientes. Pero me siento muy agradecida. He recibido tanto cariño que la jubilación fue casi un duelo», reconoce con ternura.
Hoy, a sus 76 años, sigue vinculada a la Universidad de Cádiz como alumna visitante en el programa de mayores, donde estudia «por puro placer». «Siempre me ha gustado aprender. Y ahora tengo tiempo para hacerlo sin prisa».
El amor por Cádiz
Pero Amparo Mogollo es, sobre todo, gaditana. «Cuando salgo y vuelvo, siempre pienso: qué bien estoy aquí», manifiesta sonriendo. «Cádiz es mi casa, el lugar donde he criado a mis hijos, donde he trabajado, donde me siento en paz».
Por eso, recibir el título de Hija Adoptiva tiene para ella un significado especial. «Nunca lo hubiera imaginado. Cuando me llamó el alcalde para comunicármelo, me quedé sin palabras. Supongo que alguien pensó en mí con cariño. Me hace mucha ilusión, pero también me da pudor. Yo no tengo más méritos que muchos de mis compañeros», insiste con su habitual modestia.
Aun así, la ciudad entera parece querer agradecerle una vida dedicada a cuidar, enseñar y humanizar la medicina. «Cádiz es una ciudad muy buena para vivir y para volver —declara—. Tiene algo que te atrapa. A veces pienso que es como una familia: puedes alejarte, pero siempre te espera con los brazos abiertos».
Este miércoles, cuando Amparo Mogollo reciba el título de Hija Adoptiva de Cádiz, no será solo un reconocimiento institucional. Será un homenaje a una forma de entender la medicina y la vida. La que atiende con respeto, cura con cariño y acompaña sin miedo.
A una mujer que ha sabido unir ciencia y compasión, conocimiento y sensibilidad, razón y corazón. «Yo no me siento orgullosa. Me siento agradecida. Agradecida por haber aprendido tanto, por haber podido cuidar, y por seguir viviendo en esta ciudad que tanto quiero».
Y quizá esa gratitud, esa forma de mirar el mundo sin ruido ni ego, sea el verdadero legado de Amparo Mogollo Galván. Recordarnos que vivir —como cuidar— también es un acto de amor.
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