El alga asiática hunde a la pesca artesanal gaditana

Su expansión compromete gravemente el equilibrio ecológico y la actividad pesquera tradicional en la zona de Conil y Tarifa

Asi llegaban las redes del 'Nuevo Ángel Diego' al puerto de Conil LA VOZ

LUISMI MORALES

CÁDIZ

La pesca artesanal en la provincia de Cádiz atraviesa uno de los momentos más delicados de su historia reciente. Silenciosa pero imparable, la expansión del alga asiática Rugulopteryx okamurae ha golpeado con dureza al sector, que ve cómo sus redes se llenan de biomasa invasora en lugar de pescado. Lo que empezó siendo una molestia se ha convertido en una auténtica amenaza existencial para decenas de embarcaciones y familias.

Originaria de las costas del Pacífico —con presencia en Japón, Corea, China, Taiwán o Filipinas—, esta especie fue catalogada como exótica invasora en España en 2020. Su llegada se atribuye al vertido de aguas de lastre por parte de buques internacionales que transitan entre Asia y el Estrecho de Gibraltar. Desde entonces, ha colonizado extensas zonas del litoral andaluz, especialmente en la provincia de Cádiz y en el Mediterráneo occidental, con una capacidad de propagación que desborda cualquier previsión.

El Rugulopteryx forma densos mantos sobre fondos rocosos, bloqueando la luz solar e impidiendo la fotosíntesis de las algas autóctonas. Disminuye el oxígeno del agua, desplaza especies locales y transforma el ecosistema marino. A ello se suma un daño directo al trabajo pesquero: se enreda en las redes, arrastra los aparejos y dificulta la entrada de peces, convirtiendo cada jornada en una lucha contra lo inútil.

Pero el problema no se limita al mar. En tierra, su retirada de las playas mediante maquinaria pesada arrastra arena y daña ecosistemas costeros ya de por sí frágiles. Pequeños invertebrados, esenciales para la cadena alimentaria, desaparecen. La reposición de arena y la limpieza de residuos suponen además un coste millonario para los Ayuntamientos y la Junta de Andalucía, que asumen año tras año una factura creciente sin solución a la vista.

El impacto en la pesca artesanal es demoledor. La embarcación 'Nuevo Ángel Diego', con base en Conil, regresó hace apenas unos días con las redes colmadas de algas y ni un solo pez. Una escena que se ha vuelto tristemente cotidiana entre los miembros de la Organización de Productores Pesqueros Artesanales (OPP72), donde faenar con éxito se ha convertido en excepción. La flota sufre parones constantes y pérdidas que se acumulan mientras la administración, denuncian, «mira para otro lado».

Los pescadores lo explican con desesperación: en invierno, los temporales impiden salir a faenar; en verano, cuando deberían recuperar ingresos, el alga lo paraliza todo. «Queremos pescar, no subsidios. Queremos vivir del mar como lo hemos hecho siempre», repiten una y otra vez. Pero la realidad va en sentido contrario: más gastos, menos ingresos y un horizonte que se oscurece.

Hablamos con Nicolás Fernández, gerente de la Organización de Productores Pesqueros Artesanales de La Lonja de Conil. Es pesimista ante lo que está ocurriendo y lo certifica con datos: «En los diez años que estas algas llevan entre nosotros hay algo que sí podemos decir, y es que están transformando los caladeros. Estas necesitan tiempo para aclimatarse a estos fondos», afirma. Fernández asegura que «se ha perdido el 30 % del caladero de Conil y la flota ya no tiene dónde pescar».

El papel de las Administraciones Públicas está en entredicho ante la «omisión» latente en esta crisis. «Hay dos ministerios, como el de Agricultura, Pesca y Alimentación, y el de Transición Ecológica y Reto Demográfico, además de dos Consejerías». Para Fernández, los «políticos tienen una responsabilidad por omisión y seguimos sin respuesta».

El responsable de la lonja conileña resume el sentir de los marineros: «Estamos hartos de algas, pues solo tenemos gastos, esfuerzos y pérdidas». Lo cierto es que «así no podemos seguir». «Es muy triste recoger las redes y encontrar solo algas y no ver ni un pescado», se lamenta.

Mientras llegan las soluciones, sostiene que necesitan «ayudas compensatorias, pero no como la que se realizó en su tiempo con el 'café para todos», en alusión a subvenciones que no se ajustaban a las necesidades reales ni contemplaban las particularidades de cada zona o flota.

La expansión del alga no da tregua. Su capacidad de adaptación es tan alta que conquista nuevas zonas cada temporada. Lo que comenzó entre Conil y Estepona ha alcanzado ya aguas más lejanas. Barbate y Conil, dos de los principales puertos pesqueros de la provincia, se encuentran entre los más afectados. En Barbate, los barcos han perdido el 95 % de su caladero habitual y se ven obligados a desplazarse a zonas compartidas con Conil, donde la sobreexplotación ha reducido en un 70 % el área útil de pesca en solo cinco años. La convivencia se complica, los recursos escasean y los conflictos aumentan.

«Esto será nuestro fin», afirman con crudeza algunos veteranos del mar. Lo describen como «un desastre ambiental sin precedentes» y una cuenta atrás que nadie parece querer detener. Las embarcaciones siguen saliendo, pero regresan vacías. Las cuentas no cuadran. «Los costes son los mismos, pero no hay capturas. Es frustrante, es doloroso. Hacemos un llamamiento urgente a las instituciones, porque el día a día es ruinoso», lamentan desde tierra firme, donde las algas continúan acumulándose sin control.

Tarifa, con apenas 18.600 habitantes, es otro de los municipios más afectados. Según estimaciones de la Junta de Andalucía, el coste anual derivado de la limpieza de playas y la pérdida de capturas ronda los tres millones de euros. Una cifra insostenible para un municipio de su tamaño, que además ve cómo la problemática afecta al turismo y al medio ambiente.

La gestión de esta crisis no es sencilla. Todo lo que el mar arrastra a la orilla es considerado residuo sólido urbano, lo que sitúa la responsabilidad de su retirada en los ayuntamientos. Hay otro factor que tampoco ayuda a su prevención, no se puede saber con exactitud cuándo ni cuánta cantidad de alga llegará, lo que impide una planificación eficaz. La logística, el almacenamiento y el tratamiento posterior son caros, complejos y, en muchos casos, ineficientes.

La alteración del ecosistema marino es también evidente. Muchas especies tradicionales han desaparecido o migrado. Solo el atún rojo parece resistir, aunque su pesca está prohibida para la flota artesanal. «Vemos el atún, pero no podemos tocarlo. Y lo poco que se pesca, no compensa», lamentan los marineros.

Mientras tanto, los servicios municipales siguen luchando contra una marea vegetal que se renueva sin pausa. A diario, toneladas de alga son retiradas de las playas para mantenerlas limpias ante la llegada de turistas. Parte se reutiliza como abono para jardines y zonas verdes, pero la mayoría acaba como residuo. La gestión sigue siendo costosa, provisional y poco sostenible.

En paralelo, el mundo científico busca salidas. Investigadores españoles estudian usos industriales del Rugulopteryx okamurae, con propuestas que van desde envases alimentarios con aislamiento térmico hasta membranas capaces de filtrar metales pesados como cadmio, mercurio, arsénico o cromo del agua contaminada. Aunque estas investigaciones son prometedoras, su desarrollo comercial aún está lejos de ofrecer un alivio inmediato al sector pesquero.

El gran desafío, insisten los expertos, no es solo ecológico o económico: es político. Hace falta voluntad, coordinación institucional y financiación suficiente para convertir esta amenaza en una oportunidad. Si se lograra transformar el alga en un recurso útil, podría abrirse una vía alternativa para sectores como el agroalimentario o el ambiental. Pero mientras tanto, la realidad es otra: la pesca artesanal sobrevive como puede.

Sin capturas, sin ayudas eficaces y sin soluciones a corto plazo, los pescadores del litoral gaditano continúan faenando a la deriva. Con las redes vacías, pero con la dignidad intacta. Porque no solo defienden su trabajo: defienden una forma de vida.

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