Donald y Melania Trump, durante la toma de posesión
Donald y Melania Trump, durante la toma de posesión - REUTERS

Tertulianos al Potomac: Así narró la televisión la llegada al poder de Trump

Lo indicado era seguirlo todo por ABC, la CNN o FOX (que acaban de incorporar a Nigel Farage como colaborador), porque la cobertura española fue pobre

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Trompetas de un cesarismo romano y protestante anticipaban su entrada. Melania citaba a Jackie Kennedy en su vestido, y Trump, de abrigo y corbatón bermejo, entró cuando ya tenía, por fin, a todo el establishment sentado. Los últimos pasos los dio solo, como Gary Cooper aunque parecía más bien John Candy. Al llegar al borde del Capitolio miró a la cámara como un futbolista antes de salir al campo: «Hello».

Y habló. Insertó un discurso populista en el engranaje de la República y la Democracia. Antes le había pedido a Dios ayuda para proteger la Constitución que permite ambas. No la-que-nos-hemos-dado. Pudimos ver bien a su equipo y allegados. A Stephen Bannon, por fin sin su gabán, y a Kellyanne Conway con un traje de patriota de Gucci (las marcas se adaptan a todo contexto político). Y los Trump, con sus magnéticas facciones. Al haberlos tenido con mujeres diferentes, sus hijos son tres estaciones del trumpismo.

El pequeño Barron es el trumpismo dentro del trumpismo. Es Donald más Wes Anderson, con algo de pequeño James Dean. El John-John de Trump. Sus hijos mayores tienen rostros de patricios blancos de los que se vengan en los vídeos de porno interracial, e Ivanka va a crear el rol de Primera Hija. Al lado de los Trump, Mike Pence parece uno de esos aparatos para absorber la humedad o la negatividad. Es como un pararrayos de temores bíblicos.

El discurso fue Trump con las debidas cláusulas institucionales. Le regaló a la transición de Obama la palabra «magnificent» y pidió unidad en la diversidad. A partir de ahí: trumpismo puro.

Es lo que han votado 60 millones de personas. En Twitter tardaron poco en encontrar que «Transferir el poder de Washington a la gente» era una frase literal del «Caballero Oscuro». Del villano, aunque Trump se quiere Batman, y Washington un Gotham de burócratas.

America First

Pero no es el populismo de Monedero, sino un populismo que forma parte de la sólida tradición política americana, como el aislacionismo: America First. «No impondremos más nuestro estilo de vida». Esto es un cambio que inclina la rotación entera del planeta. Menos gasto militar y más dinero para otro de los hitos del discurso: las infraestructuras. Las repasó una por una y algún magnate ibérico tuvo que relamerse: puentes, carreteras, aeropuertos, estaciones… El pequeño New Deal que ya prometió. En la Globalización se lucha por puestos de trabajo.

Recalcó el proteccionismo comercial y la inevitable concesión al corazón paranoico republicano: «Estaremos protegidos; y lo más importante: protegidos por Dios». Al parecer, fue el «Inauguration Day» con más oraciones.

Hubo un patriotismo encendido que pudo sonar a la acepción americana, más blanda, de nacionalismo; y un cambio retórico hacia la simplicidad: «Haremos el trabajo»; «basta de palabras vacías, comienza la acción». Con una expresa llamada al fin de la cultura de la queja (esto estaba ya en la virilidad conservadora y herida de Tony Soprano, el no quejarse más).

Trabajo, frontera y libertad. Desempleo, Consenso y «Welcome refugees» tenemos aquí. Al oír a The Donald, corresponsales extranjeros se lanzaban al Potomac.

Al acabar, Trump saludó a Obama, que musitó «good job», pero la cara de Michelle era una declaración política. Aplaudía y decía que no con la cabeza. Su labio inferior es de un encono extraordinario. ¡Cómo no iba a ser Obama un genio retórico con ella en casa! El experto en gestos del «24 horas» lo tuvo que notar. El lenguaje no verbal de Michelle era solo un poco menos llamativo que el de Beyoncé en Single Ladies. Ni siquiera rozó a Trump en el momento de darle dos besos. Hillary la miró como si entre las dos ya hubiera una promesa.

Provincia lejana

Lo indicado era seguirlo todo por ABC, la CNN o FOX (que acaban de incorporar a Nigel Farage como colaborador), porque la cobertura española fue pobre. En el 24 Horas, Garrigues Walker («Este hombre sabe mucho...») mencionó el voto viejo del Brexit, y en La Sexta rotularon con el hashtag «EnTRUMPados» y se centraron en los altercados.

Nada en el resto. Somos una provincia tan lejana que nos creemos centro. Por la mañana solo estuvo Ferreras. «No duermo tranquilo con Trump dueño de las bases», informó el podemita Bustinduy. Uno de sus tertulianos alumbró para Trump la palabra «extraordinariedad». Otro (un experto) le confirmó que sí, que se pronuncia Tromp. «¿Con algo de o entonces?». Estuvo Nart, que ha puesto a todo la misma cara de preocupación, y Marhuenda, que dijo una cosa extraordinaria: «Acerté el Brexit, acerté a Trump y acierto con Mariano».

Ante este panorama, ante esto, si no hubiera un océano de por medio, ¿no intentaríamos entrar en masa en Estados Unidos? ¿No haríamos lo posible por tener sus trabajos, conocer a sus Melanias? ¿No podemos, entonces, comprenderles?

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