La primera carta de ajuste de TVE
La primera carta de ajuste de TVE - ABC
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Así fue el primer programa de TVE

Las primeras imágenes vivas y en directo que transmitió la cadena pública fueron las de la Santa Misa

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Unos minutos antes de las seis de la tarde del 26 de octubre de 1956 Gustavo Pérez Puig y Carlos Muñiz, los regidores del equipo inaugural de TVE, colocaron sobre un atril del único y mínimo plató del Paseo de la Habana un cartón con la Carta de Ajuste. Bernardo Ballester había preparado un escenario adecuado para el acontecimiento y Cesar Fraile lo iluminó con el criterio cinematográfico de su procedencia.

En una esquina, temblorosa, una actriz debutante, Luz Márquez, repasaba las dos líneas del guión que debía recitar, llegado el momento, ante las dos cámaras -plumbicones- que manejaban Lombardía y Cabanillas. En el vestíbulo, frente a un sofá de plástico que prestó sus servicios hasta la inauguración de Prado del Rey, en 1974, el director general de Radiodifusión, Jesús Suevos y José Luis Colina, director y responsable del medio naciente, cumplimentaban al ministro de Información y Turismo que se disponía a inaugurar lo que desde entonces, unas veces mejor y otras peor, ha sido fiel compañía y mediocre testigo del acontecer nacional.

Trescientos televisores -la antena emisora, en VHF, cubría un radio de unos pocos kilómetros- integraban el parque de receptores de Madrid. En su mayoría eran obsequio del Ministerio a altos cargos y representantes notorios del franquismo. A las seis en punto, con un fondo de música de Falla, la famosa «Carta de Ajuste» iluminó esas 300 pantallas. Quince minutos después Mariano Ozores y Enrique de las Casas, realizadores del acontecimiento, sustituyeron la «Carta» por una cabecera filmada y animada. Joaquín SánchezCordobés, el ingeniero responsable del acontecimiento y su ayudante, Manuel Rodríguez, empiezan a respirar tranquilos: la emisión sale al aire.

Las primeras imágenes vivas y en directo que transmite TVE fueron las de la Santa Misa, desde un altar allí instalado, oficiada por monseñor José María Bulart, a la sazón capellán de Franco en El Pardo y párroco del Buen Suceso, solar de una de las primeras y escandalosas grandes especulaciones urbanísticas del Madrid contemporáneo.

La locutora, Luz Márquez, maquillada porel también cinematrográfico Goyo, repetía en un rincón las brevísimas frases de su prevista intervención. Junto al estudio que, siendo único, lucía en su puerta orgullosamente el rótulo de «Estudio 1», un chiscón con barra de poco más de dos metros cuadrados, atendido por la familia Montes, servía de espera, café en mano, para Vicente Llosá, Pedro Amalio López, Alfredo Castellón... y otros pocos nombres que lamento no conocer.

Pronto llegó el momento del primer y divertido trompicón de TVE. La locutora, la citada Márquez, debía anunciar: «A continuación les dirige la palabra el excelentísimo señor ministro de Información y Turismo, don Gabriel Arias Salgado». Al verse apuntada por la cámara, la pobrecilla llegó a decir «a continuación». Sólo eso. Salió corriendo y no se volvió a saber de ella. Fue, como acuñó Antonio Fraguas -hoy Forges-, que pronto se incorporaría como operador de telecine, un «esborcio», palabra que sigue siendo de generalizado uso, y práctica, en las televisiones españolas.

Habló Arias Salgado sobre la importancia de la televisión como factor de cultura y entretenimiento y le sucedió en el uso de la palabra quien era director general de Radiodifusión -no de Televisión-, Jesús Suevos, a cuyo cargo estuvieron las emisiones previas, experimentales y eventuales. Suevos era un viejo falangista, culto, a quien se debe en buena medida la calidad personal y profesional de la primera promoción de trabajadores de la casa. Pérez Puig, por ejemplo, era ya premio nacional de Teatro -por sus estrenos de Miguel Mihura y Alfonso Sastre- y todos los demás tenían oficio probado en alguna disciplina y una gran curiosidad por lo que todavía algunos, como el gran sociólogo del momento, Juan Beneyto, decían estar «más cerca de la Física recreativa que de la Comunicación propiamente dicha».

A los discursos siguió un brevísimo informativo -«España hoy»-, en cuya redacción intervino Ángel Marrero, pero del que no he podido averiguar quién presentó en pantalla. Los grandes nombres de la información llegaron poco después, convocados por Victoriano Fernández Asís y José de las Casas: Jesús Álvarez, David Cubedo, Eduardo Sancho... con redactores tan espléndidos como Miguel Pérez Calderón y Javier Alonso.

Actuaron, y es un milagro dado el espacio disponible -96 metros cuadrados en total-, los Coros y Danzas de la Sección Femenina. No consta en ninguno de los archivos disponibles en que consistió su participación, pero caben sospechas que, en aplicación de las costumbres vigentes, remataran su tiempo con una vibrante jota aragonesa. Se estrenó el NO-DO A. El NO-DO, ya entonces con dos ediciones semanales, A y B, más el documental «Imágenes», fue, con proyección obligatoria en todos los cines, la escuela de imágenes que marcó aquel tiempo y debe decirse en su honor lo que no puede repetirse para TVE entre 1956 y 1965: el mejor archivo de imágenes de su tiempo. Las de televisión, amontonadas e inclasificables, ardieron en una pira cuando la inauguración de Prado del Rey.

Volvieron con más repertorio los Coros y Danzas, se estrenó el NO-DO B, repitieron los discípulos cantantes y danzantes de Pilar Primo de Rivera y llegó el momento del segundo gran tropezón de la jornada. Estaba prevista la emisión de «Mercedarios blancos», documental producido por la televisión pública francesa. Se había doblado al castellano para la ocasión en Madrid Film pero los duendes, que forman parte del fenómeno, confundieron las películas -el videotape era ignorado todavía y el primero, para los discursos de Franco, no llegó hasta 1962- y la emisión se realizó en el idioma de nuestros vecinos. Nadie se inmutó por ello. A esas alturas de la emisión, muy posiblemente, ya no permanecería encendido ninguno de los trescientos televisores existentes.

La orquesta de Roberto Inglez continuó el espectáculo. Era uno de los grupos de música ligera frecuentes en las buenas salas de fiesta madrileñas, aún con el privilegio de la música en vivo. Actuó como vocalista Mona Bell, y para que la «frivolidad» no lo acaparara todo, cerró el espectáculo la actuación del pianista gaditano de fama internacional José Cubiles. No coinciden las versiones de los supervivientes de aquel emocionante momento, pero domina el supuesto de que interpretó, entre otras cosas, un pequeño fragmento de «Noches en los jardines de España», de Manuel de Falla.

Remató las 3 horas largas de este primer programa regular de TVE lo mismo que siguió haciéndolo hasta que cesó la pausa entre los días y las noches de la hora de programar: una versión del Himno Nacional sobre imagen de una bandera española agitada por el viento.

A partir de ese momento el desarrollo de la televisión es más lento de lo que cabría esperar. Cuando, en 1959, se extiende a Barcelona, desde los estudios de Miramar, la programación de TVE, el parque madrileño no llega a los 12.000 televisores. Ello no impide que María José y Coque Valero, Laura Valenzuela, Blanca Álvarez y tantos otros nombres posteriores no compitieran ya en popularidad con las máximas figuras del cine y del teatro.

Una tasa sobre tenencia de receptores de radio y, posteriormente, de TV, ineficazmente recaudada por el servicio de Correos -la tele en España nació «de pago»-, financió esos primeros tiempos de su existencia. No quiero entrar en los siguientes, ya en 1957, con José María Revuelta como director general de Radio y Televisión, para concentrar en un solo programa, el primero de todos los que han sido, la gloria y el mérito de los pioneros. Claro que a los pioneros, como dice Miguel Martín, uno de aquellos titanes de hace medio siglo, les matan los indios y les cortan la cabellera. Lo bueno es llegar cuando ya funciona el ferrocarril.

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