«Mario y los perros», la forja de un premio Nobel

«Imprescindibles» descubre hoy (21.35) la infancia y juventud de Vargas Llosa

Mario Vargas Llosa, en su juventud TVE

Manuel Garrido Agudiez

Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) vivió una infancia huérfana de padre hasta los 11 años, cuando Ernesto Vargas, al que daba por muerto, apareció en su vida para arruinarle la niñez bien llevada en la provincia de Arequipa, alternando las palizas con caricias falsas. Pasó su juventud secuestrado en la rutina carcelaria del Colegio Militar de Leoncio Prado, donde aterrizó a los 13 años por gracia de su padre y esa manía tan suya de hacerle la vida más difícil. Allí ganaría su primer jornal como escritor: un puñado de soles peruanos que le arrancó a un compañero los días que le mendigaba cartas de amor para sus amantes furtivas. Allí nació también esa afición por la escritura que afinó a escondidas de las miradas inquisitorias de su padre y que se convirtió en su válvula de escape y, más tarde, en su oficio. Después llegó un trabajo precoz en la sección de sucesos del sensacionalista «La crónica», un matrimonio de conveniencia a los 18 años con su tía política, diez años mayor, y un viaje a París donde entabló amistad con escritores como Julio Cortázar, Jorge Edwards y un largo etcétera. Estas son solo algunas de las revelaciones sobre la infancia y juventud de Mario Vargas Llosa que recoge el director Chema de la Peña (Salamanca, 1964) en el documental «Mario y los perros », el testimonio de una catársis literaria, la forja de un escritor que se convertiría en premio Nobel.

Esta producción, que relata los episodios vitales del escritor desde los 10 hasta los 26 años , cuando publica su ópera prima «La ciudad y los perros», se estrena hoy en el programa «Imprescindibles» de La 2 (21.35). Su primera proyección pública, sin embargo, se produjo el jueves en la Cineteca de Madrid, donde acudieron el propio Vargas Llosa e Isabel Preysler , su pareja.

Precisamente «La ciudad y los perros», que habla de la necesidad darwiniana de pertenecer a un grupo para sobrevivir y de la forma en la que el poder coquetea con la violencia, fue la excusa literaria que sirvió al cineasta Chema de la Peña para acercarse al escritor peruano y engendrar esta criatura documental.

Con un estilo poético , muy aplaudido tras la proyección, el director alterna entrevistas con imágenes de archivo en blanco y negro a las que ha podido acceder con la venia del escritor. De la Peña tuvo la suerte de contar para este documental con material epistolar inédito y autobiográfico por la costumbre del peruano de conservar todos los escritos. «T iene todo guardado, hasta sus primeros textos », confesó el realizador en el preestreno.

La relación entre Mario Vargas Llosa y su padre marca la línea argumental del documental, donde el escritor desvela que la lectura fue su trinchera: «Fue un refugio donde yo podía vivir otras vidas», se sinceró el autor de «La casa verde» (1966). «Mi padre me daba tanto miedo que a veces me acostaba muy temprano para no verle», añade.

«Él es muy individualista, siempre en contra de la autoridad y eso se lo da a su padre, que quería acabar con los intereses artísticos de Mario porque pensaba que era gay. Cuanto más le prohibían, con más tesón lo hacía», declaró Chema de la Peña.

Por el documental también desfilan Julio Cortázar, Carlos Barral –para recordar cómo Vargas Llosa salvó la censura cuando aceptó el mandato de Carlos Robles Piquer, censor por aquella época, de cambiar siete frases de «La ciudad y los perros»- , Jorge Edwards, Carlos Aguirre… Todos ellos dan cuenta de los avatares y las experiencias del Vargas Llosa que fue, es y será.

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