Televerité

Camilo

Era un luminoso torrente con las querencias mediterráneas marcadas y una sofisticación adicional

Detalles de la capilla ardiente del cantante español Camilo Sesto Guillermo Navarro
Hughes .

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Desde los 90 y hasta su alejamiento del mundo, de Camilo Sesto nos llegaban algunas entrevistas cercanas al mundo del corazón o aquellas cosas de Cárdenas y Arús, divertidas pero grotescas, que convertían al artista en un friqui (Arús, Sardá... ay, la televisión desde Cataluña). Era visible también un poderoso lado kitsch. Su último éxito, «Mola Mazo», que es una genialidad absoluta, podía haber sido un gran himno gay con el «Si me dejan ser quien soy».

Pero para «descubrirlo» había que tener una sensibilidad distinta, ya superada, o dejarse intrigar por la grandeza detrás del ebrio «Vivir así es morir de amor».

Y efectivamente, cuánta grandeza había.

Con ese nombre de emperador alcoyano, Camilo era, como Bruno Lomas o Nino Bravo, un luminoso torrente valenciano con las querencias mediterráneas bien marcadas (se perciben claras en «Melina» o «Algo más»), pero con una sofisticación adicional, un glam natural y setentero, un romanticismo desmedido y profundo en el que se expresaba un individuo distinto, ambiguo, un poco extraterrestre.

¿Quién es el tú de las canciones de Camilo en las que se habla del “alma” y de una insatisfacción? En su homenaje a Valencia («En Valencia») busca algo más que el sol («Es muy triste el día porque no tengo con quién compartir»). En «Algo más» expresa un anhelo distinto: «Yo contigo busqué algo más, que no acabase cuando la vida se va».

Tiene canciones asombrosas como «¿Qué nos pasa esta mañana?» (que luego cantó Bertín Osborne) en la que su voz lujosa y pletórica suena a Broadway y va más lejos. Camilo era un hombre cantando y sintiendo como la Jurado. Un hombre distinto, bellísimo y lleno de misterio. ¡Qué lejos de la zafiedad ambiental!

Hay algo tan de la época y a la vez tan intemporal en esa canción que al escucharla casi podemos ver a la muchacha que en los 70 la oía en su transistor. Ver sus ojos jóvenes llenos de vida e ilusión, escuchar su voz cantándola, y sentir algo parecido.

Por eso Camilo Sesto no necesita homenajes, porque tiene ganada la eternidad.

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