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«Crashing», humor más allá del cinismo

La serie de HBO está escrita y protagonizada por Pete Holmes

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Una de las nuevas series de HBO es « Crashing», dirigida por Judd Apatow, y escrita y protagonizada por Pete Holmes haciendo de «himself». De la peor versión de sí mismo: cuando su novia le dejó y él decidió irse a Nueva York a intentar hacer comedia, el «stand up comedy».

«Crashing» es estrellarse, lo que hace contra el público en el escenario, porque Pete no tiene gracia. Tardará en tenerla. Unos cinco años, según los dueños de los clubes. Así que se dedica a presentar a los cómicos veteranos, a hacer el precalentamiento, a pulirse en una escuela de decepciones y sarcasmos ajenos.

Está a años luz de «Louie» o «Seinfeld», las grandes series sobre la vida de un cómico, pero pese a todo tiene algo.

Algo leve, agridulce, y poco enfático que se hace agradable. Quizás sea la actitud del propio Pete Holmes, que es un cómico raro. Es un cristiano evangélico, un joven que aspira a ser bueno, servicial, correcto, que se define a sí mismo como «puta espiritual». Alguien entusiasmado con la trascendencia.

Pero su humor (o su falta de él) no es pretencioso, sino muy ligero. No es cínico, solo hace bromas sobre su poco estruendoso fracaso, pero sin el tono habitual. Parece un intento de encontrar un humor distinto, candoroso. No es una forma alternativa de ser sexy, como las cargantes «Girls».

Pete Holmes tiene la virilidad ascética de un Will Ferrell sin surrealismos.

El efecto de todo es paradójico porque todos los cómicos que colaboran (Sarah Silverman o el belushiano Artie Lange) parecen profesionales, divertidos, consagrados y a la vez anticuados, protagonistas de un humor muy viejo. Dueños de una causticidad que no lleva a ningún sitio nuevo.

Casi sin querer, las historias buscan el tono reflexivo, «low fi», acústico y más bien triste, de comedia sin sonrisas del último Louie CK. Sin su genialidad ni su amargura.

Pete es infantil, previo a la hombría, naíf y en el fondo más optimista. La comedia se convierte en su alternativa a la desesperación, su forma de vida humilde. Una religión de predicadores itinerantes que establecen fugaces relaciones de comprensión en locales de aforo reducido.

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