«La otra mirada» revisa sus propios privilegios y prejuicios en su segunda temporada

La serie de Televisión Española, ambientada en una academia de señoritas durante los años veinte, retoma cuestiones como el clasismo y el feminismo e incorpora otras como el racismo y las enfermedades mentales

Imagen promocional de la segunda temporada de «La otra mirada». De izquierda a derecha, Melina Matthews, Macarena García, Patricia López Arnaiz y Ana Wagener como las maestras de la academia de señoritas RTVE

Óscar Rus

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La otra mirada

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Este artículo se ha escrito tras ver los primeros cinco capítulos de la segunda temporada de «La otra mirada»

Lo de «La otra mirada» , la serie de La 1 sobre una academia sevillana de señoritas durante los años veinte, es digno de elogio; a nivel creativo, pero también por su supervivencia televisiva. Su segunda temporada , ahora en emisión, es fruto de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. A pesar de su «baja» audiencia hace un año, la serie se ganó el favor de la crítica y la fidelidad del público, en parte por tomar el pulso de la sociedad actual ; después, durante el limbo renovación/cancelación, vinieron los reconocimientos como el premio Ondas a su protagonista, Patricia López Arnaiz . Atribuir su continuación a la caridad de la nueva administración de RTVE es baladí, pues la Corporación necesitaba, desde hacía tiempo, ampliar su catálogo de ficción de larga duración más allá de «Estoy vivo» y «Cuéntame», el termómetro para medir el rendimiento del resto de títulos de la casa. Para mayor carambola, la serie está ahora, cada lunes (22.45 h.), entre lo más visto del horario de máxima audiencia con un millón y medio de espectadores , números similares con los que se estrenó hace un año.

Tras el final de la primera temporada, «obligado» a resolver el enigma con el que abrió la serie, quedó aún más abierto el destino de sus maestras protagonistas. Manuela ( Macarena García ) vuelve con su marido, Teresa (López Arnaiz) es encarcelada por el supuesto asesinato de su padre (una trama que cubría la cuota thriller , pero que nunca terminó de cuajar), Ángela ( Cecilia Freire ) recibe una amenaza anónima con desvelar su homosexualidad tras su «canita al aire» con una retratista; y Doña Luisa ( Ana Wagener ), después de su particular revolución sexual, se quita el doña y decide replantearse su vida y oficio durante el verano.

La segunda temporada, con una elipsis de varios meses, zanja en falso estas tramas: Manuela continúa con su marido Martín ( Jordi Coll ), Luisa sigue como maestra tras mudar de ideas, Teresa sale de la cárcel tras demostrarse su inocencia y Ángela se ha marchado de Sevilla con su marido e hijos. La ausencia de Cecilia Freire podría deberse a una decisión de guion, pues su arco argumental era un callejón sin salida por muy idílica que sea esta acrónica Sevilla; o la actriz, recientemente en «Justo antes de Cristo» (Movistar+), simplemente tenía otros compromisos. Que Freire se «despida» mediante voz en off es un bonito gesto... y una triquiñuela, pues su personaje regresará esta noche en el capítulo 19 («Un hombre de palabra»).

Aún así, la despedida de Ángela funciona como uno de los motivos para que Teresa regrese a las aulas y, de paso, estreche lazos con su imprevista aliada, Manuela, la siempre en apuros directora de la academia y ahora «divorciada» de puertas adentro. Algunos seguidores desean que ambas tengan algo más que palabras, pero resulta más transgresor ver que dos mujeres sin parentesco puedan preocuparse tanto la una por la otra sin necesidad de que estén enamoradas .

Aunque la duración de cada capítulo ha descendido a los 65 minutos (hasta diez menos) debido al nuevo estándar de TVE , la serie ha optado por no tocar lo que funcionó. Sí se intuye la intención de sus guionistas, ahora todas mujeres, en reciclar las dos grandes tramas de misterio de la primera temporada en un doble examen sobre el trauma : las consecuencias del encarcelamiento de Teresa y de la violación de Roberta; ambos hechos, encima, difundidos por toda Sevilla. A ello hay que añadirle además el descubrimiento de que son hermanas por parte de padre; su renovado tira y afloja , dentro y fuera del aula, es una de las dinámicas mejor exploradas este curso.

En el caso de la profesora, ha pasado de ser aquel personaje que pregonaba su modernidad y fortaleza a, poco a poco, deslizar cierto conservadurismo y fragilidad. Esta es precisamente una de las virtudes de «La otra mirada»: cómo voltea los tópicos . Teresa, que podría haber caído en el estereotipo de «la lesbiana» , acaba en un ahora sí ahora no sentimental con Ramón ( Juanlu González ), el «chico para todo» de la academia cuya ruda apariencia no tiene nada que ver con su compasión, inteligencia y apertura de miras.

Algo similar está ocurriendo con el personaje de la alumna Roberta ( Begoña Vargas ). El equipo de guionistas, en vez de hacer borrón y cuenta nueva, está mostrando las consecuencias psicológicas y sociales de aquella violación y su posterior juicio ; tanto el estricto como el mediático. Su evolución sirve además para endosarle un furtivo interés romántico (Tomás, el bueno de los Peralta) que no se antoja artificial y así montar el triángulo amoroso de rigor con Flavia ( Carla Campra ), ahora en un matrimonio de conveniencia que seguramente la prive de estudiar Derecho para ser abogada. Pero, en otro ejemplo de revertir el cliché, dura muy poco el secretismo de la relación de Roberta y Tomás ( Álvaro Mel ).

Justo lo contrario sucede con Luisa, cuya presentación como viuda y férrea maestra derivó en una progresiva segunda juventud. Ahora, sin casa ni hijo nini de por medio, se ha entregado al «amor después del amor» con Vicente ( Joaquín Notario ), un cartero cuyo interés por ella y la química responde a una agenda política. Y he aquí el renovado factor thriller junto a la llegada de una nueva profesora, Carmen ( Melina Matthews ), todavía en segundo plano y en modo espía para los Peralta.

Pero el tonteo entre estos dos viudos muestra, más allá del patio de vecinas generado, una consecuencia interesante: ella ve que su reputación como docente se ve afectada por su romance, tal y como le hace ver Doña Manuela ( Gloria Muñoz ), un personaje que cae antipático precisamente por ser el más ceñido a la época. Será curioso ver la reacción a largo plazo de Luisa tras descubrir el engaño de Vicente, pues durante la primera temporada ya sufrió las mentiras de su hijo Arcadio ( Paco Mora ).

Estos dilemas y otros mucho más explícitos (los recortes económicos de la academia; hasta qué punto el derecho a huelga justifica los medios empleados; la responsabilidad individual y colectiva de rescatar a las mujeres de la Historia) siguen vertebrando los episodios de la serie, que tampoco ha abandonado su lado más didáctico.

El mejor ejemplo es el tercer capítulo de esta segunda temporada (serán solo ocho), dedicado al cine y a su pionera Alice Guy , que sirve para reivindicar esa «mirada femenina» sobre la que teorizó Laura Mulvey.

Escrito por Ana Muniz Da Cunha , el mensaje que se transmite está en la línea de la reflexión que su ahora coordinadora de guión, Alba Lucio , dio a ABC el pasado verano : «La verdadera igualdad consiste en que las mujeres podamos escribir, dirigir y producir películas de acción o de ciencia ficción, y podamos seguir escribiendo historias protagonizadas por hombres igual que ellos pueden escribir historias sobre mujeres».

De hecho, el primer guion que ruedan las alumnas –con cameo de Los Javis en modo «Operación Triunfo»– es la típica historia de amor, pero tras varios imprevistos, acaban realizando una película de aventuras y piratas.

De todos modos, ha habido suficientes novedades como para no parecer una mera prolongación de la primera tanda. Ahí está el creciente protagonismo de la remilgada y elitista Margarita ( Lucía Díez ): sigue funcionando como alivio cómico, pero su flechazo por el jardinero de la academia ( César Vicente , el albañil y objeto de deseo de «Dolor y gloria» ) sirve para hablar de clasismo y enfermedades mentales (esto último ha tenido gran importancia en «Skam España» ).

De clase y raza también se habla a través de la nueva alumna negra, Inés ( Dariam Coco ), la doble «percha» de Teresa para volver a la academia y distanciarse –en un primer momento– de su nueva hermana, Roberta. También sirve para demostrar el racismo de estas señoritas preocupadas por sus dramas del primer mundo. La serie, al igual que sus propios personajes, está revisando sus privilegios y reajustando ligeramente su enfoque.

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