Kristen Durnst y Colin Farrell
Kristen Durnst y Colin Farrell
Festival de Cannes

A «El seductor» de Coppola le falta un Clint Eastwood

En Un Certain Regard se proyecto «La Cordillera», con un presidencial Ricardo Darín

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Esa mezcla de rareza, ADN, posibilidades infinitas y modernez que tiene la imagen de Sofia Coppola le devolvió algo de interés y de brillo a una sección competitiva que será recordada por su racanería y su pasito corto. Presentó «The Beguiled», conocida en España como «El seductor» y porque de la novela de Thomas Cullinan ya hizo Don Siegel una película en 1971 con Clint Eastwood de protagonista. Coppola la rehace ahora con Colin Farrell en el personaje del soldado yanki herido que acogen en una escuela de señoritas del Sur durante la Guerra de Secesión.

La historia es un monumento a lo turbio y a la morbosidad sexual, o entre sexos, y lo primero que se puede decir de esta versión coppoliana es que cambia suciedad por estética; tensión por «flou» y buen gusto visual y musical, y un relato visceral de deseos retorcidos, pulsiones eróticas, celos y manipulaciones, por un aura de cuento infantil aunque oscuro y de complejas intenciones.

Lo segundo que se puede decir es que, no teniendo el tacto electrificado que tenía la de Siegel, consigue hacerse interesante justo por lo contrario: el lado malicioso femenino, magníficamente interpretado aquí por Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning, le cambia por completo el calibre a la munición de la historia, puesto que Colin Farrell está a mil millas de distancia de Clint Eastwood, al menos en lo tocante a producir tensión, hormigueo y sensación de fuerza, control y peligro.

Farrell parece aquí un profiterol que se puede zampar cualquiera en cualquier momento. No parece un error de perspectiva, sino intención de Sofia Coppola, con lo cual se llega a la conclusión de que la más maliciosa es ella, que desarma más de lo conveniente al personaje masculino y el talento interpretativo de Kidman, especialmente de ella, que maneja a la perfección y transmite con miradas, gestos y frases curvas todo ese parterre en el que la suave crueldad femenina planta rosas y crecen cactus.

Puede que «El seductor» de Don Siegel sea mejor, o tenga más grados, pero aquí precisamente no es contra Siegel con lo que compite «El seductor» de Sofia Coppola, sino contra las otras películas a competición, y dadas las circunstancias pues igual pilla, aunque sea con pinzas, algún premio, por ejemplo a Nicole Kidman, que está en esta edición de Cannes con más títulos que el Barça y el Madrid juntos.

La que no tuvo la repercusión que se esperaba (en el pulso de la competición) fue el «Rodin» de Jacques Doillon, que interpretaba con sospechosísima barba Vincent Lindon. La película era un muestrario de secuencias del artista en su taller, pellizco va, pellizco viene, al material de su obra en construcción, y de escenas de amor y bronca con Camille Claudel, y también de momentos de escarceo entre artístico y verdusc’on con el trajinar de modelos coritas antes de convertirse en piedra. No resuelve, ni pretende, los muchos supuestos que hay entre los flujos y autorías de Rodin y Camille, y Doillon se esfuerza en dejar hecha una película académica y marmórea. Uno sale con la impresión de que, viéndola, ha tenido que darse más cincelazos contra el mármol que el propio Rodin.

Darín en Un Certain Regard

En la Sección Un Certain Regard se proyectó «La cordillera», película argentina de Santiago Mitre que le cambiaba por completo el «chip» a la jornada del festival; en realidad, incluso se cambiaba el «chip» a sí misma sobre la marcha, hasta el punto de producir en el espectador ese efecto poco habitual (y en festivales, más que inusual, insólito) de terminar antes de lo esperado.

El protagonista es el presidente de Argentina, al que interpreta Ricardo Darín como si realmente hubiera ganado él, y no Mauricio Macri, las últimas elecciones, y la trama política y familiar ocurre durante una cumbre de presidentes iberoamericanos en Chile. Filmada con mucho gusto y en parajes realmente asombrosos, propone una intriga paralela, los manejos (sin entrar en detalles) de los cancilleres, de los jefes de Estado, el de Brasil, el de México (está realmente vistoso en ese papel Daniel Giménez Cacho)…, y por otra parte un oscuro pasado y presente familiar de Hernán Blanco (Ricardo Darín) y su hija (Dolores Fonzi), que adorna el director con todo tipo de trucos y fuegos de artificio (incluida una sesión de hipnosis) que corta en seco o, más directamente, guillotina… Pocas veces tiene uno al final tanta sensación de que le han amputado algo o que falta el capítulo 2 de la serie.

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