Los rostros de la matanza noruega en Utoya

Desde la perspectiva de los adolescentes que la sufrieron, Poppe recrea la masacre de Breivik que perpetró Breivik en 2011 en «Utoya. 22 de julio»

María Estévez

Noruega todavía tiene el corazón roto por la tragedia ocurrida en 2011, cuando Anders Breivik acabó con la vida de 77 personas, la mayoría adolescentes, después de una explosión en Oslo y un tiroteo en la isla de Utoya. Paul Greengrass retrató hace dos años para Netflix el que es el ataque más sangriento que ha sufrido Noruega desde la Segunda Guerra Mundial, pero es el director Erik Poppe, con «Utoya. 22 de julio», quien ha conseguido la obra definitiva sobre el brutal crimen, al evitar la figura del asesino y concentrarse en Kaja, interpretada por Andrea Berntzen, una joven de 18 años que trata de encontrar desesperadamente a su hermana tras los disparos en el campamento de verano donde trabajan ambas.

La cámara, en esta ocasión, no sigue al terrorista, disfrazado de policía, sino a las víctimas, que cuentan desde dentro el horror sufrido hace ya ocho años. «No sé si es demasiado pronto. Para mí, lo importante era describir los hechos desde la perspectiva de la gente joven, de las víctimas , no del terrorista. Pensé que era posible dar una giro a esta historia y transformarla en una película. He pasado dos años tratando de estructurarla y al final decidí que lo importante era mostrar a las víctimas. Es el público el que se implica en la realidad de estos adolescentes y en su experiencia en la isla durante ese día. Por eso se titula “Utoya. 22 de julio”», revela Poppe.

Intentando devolver protagonismo a los que sufrieron la tragedia, el director se aleja de la figura del terrorista y de sus ideas neofascistas. «Es importante mostrar que esta masacre ocurrió y cómo ocurrió. Necesitamos recordar a la audiencia a qué nos enfrentamos. Como director, creo que es el momento adecuado, porque tal vez luego puede ser demasiado tarde», explica el realizador, que enseñó la cinta a los investigadores: «La Policía me dijo que la película les había ayudado a entender lo que ellos vivieron. Ese es el poder de este tipo de narraciones».

Como Gus van Sant en «Elephant», Popper recrea la tragedia con rigor, intentando «fotografiar con realismo la historia y ser fiel a lo que vivieron estos jóvenes» . Lo hace desde una perspectiva inédita para evitar caer en la narrativa del terrorista, de quien prescinde en todo el largometraje. «Tras el estreno en Noruega, se abrió un debate sobre la necesidad de crear un monumento a las víctimas. Quizás el filme podría ser ese homenaje, no por mi esfuerzo, sino por los chicos que la hicieron conmigo. Lo que vivieron es indescriptible, los respeto muchísimo».

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