Rodrigo Cortés: «Las expectativas son enemigas de las películas, porque las matan»

Lo bueno de que una película salga de las salas es que, al poco, llega a los salones. Le acaba de pasar a «Blackwood», que ya está disponible en Filmin y en Blu-Ray

Rodrigo Cortés Isabel Permuy

B. P.

Lo bueno de que una película salga de las salas es que, al poco, llega a los salones. Le acaba de pasar a « Blackwood », de Rodrigo Cortés , que ya está disponisble en Filmin y en Blu-Ray.

Nada en particular: uno hace, simplemente. Hace. Intenta no esperar. Se vive con cierto alivio, casi con sorpresa, que alguien vea en la película lo que uno ha escondido en ella, como si la brujería hubiera funcionado. Diría que las reacciones que más me han interesado, buenas o malas, son las de quien ha estado dispuesto a dejarse afectar por la luz, por la música, por las interpretaciones, por el sonido. Me interesa menos el espectador, incluso si le gusta la película, para el que todo es ya el capítulo de una serie y evalúa sólo lo que «pasa».

Empieza a ser así, lo que, como casi todo, es tan bueno como malo. Es bueno porque soluciona problemas de espacio y, potencialmente, da acceso a un catálogo amplio que uno nunca adquiriría. A la vez puede banalizar la experiencia, convertirla en trivial: el objeto impone una relación más íntima con quien hace el esfuerzo de adquirirlo.

Cada vez veo menos cine en casa, esa es la verdad. A cambio, voy dos o tres veces por semana al cine, diez o doce por mes. En casa, leo.

Es directamente parte de la trama, un elemento protagónico, más allá de lo alegórico. Víctor Reyes ha encarnado a varios compositores a la vez: al impresionista francés que presenta la academia, al narrativo, al abrupto e inclemente que conduce la película a su paroxismo... Y también a Wilhelm Kestler, compositor decimonónico con ecos de Listz del que hablan los personajes y que, sin embargo, nunca existió. Hasta que Víctor le dio vida.

Como montador trato de olvidar al director. Cuando veo el material, lo hago ya sólo con el cuerpo, el intelecto desempeñó ya su función. La escena me gustaba mucho, era un flirteo a través de la música que empezaba con una lína melódica improvisada que devenía en tonada simple y juguetona, y adquiría por fin, contra todo pronóstico, arreglos virtuosos y concertísticos. La escena en sí me gustaba, fue divertida de diseñar y montar. Pero venía después de otro sector musical de peso y lastraba un tanto el ritmo de la película.

En realidad, no se lo diría, si a alguien no le atrae la película tiene donde elegir, no querría que pasara un mal rato. Le diría simplemente que he tratado de hacer una buena película. Que seguramente no sea del todo la que piensa.

Nada es entaramente como uno lo imaginó, para bien y para mal. Ni enteramente como uno habría querido. Pero no siento frustración al ver la película, me reconozco plenamente en ella y recuerdo los motivos por los que la hice, y para quién. Gran parte de la energía que lleva preparar, rodar y posproducir una película se destina a intentar que tal cosa suceda.

Sólo si son directores didácticos y reflexivos, que sientan respeto por el lenguaje cinematografico y sean capaces de explicar con honestidad y rigor su proceso de trabajo, los motivos que les condujeron a tomar ciertas decisiones. Hay audiocomentarios destinados a informarnos de cómo comieron todos, de cómo se llevaron o si llovió mucho o poco. Esos, claro, no son muy relevantes.

Si la historia de «Blackwood» tiene alguna rama más será otro quien se cuelgue esta vez de ella, la película está hecha, toca hacer algo distinto. Desafiar de nuevo, si es posible, las expectativas. Las dichosas expectativas...

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación