Nieve negra

Ricardo Darín: «A lo mejor cometo la altísima traición de hacer una serie de TV»

El actor protagoniza, junto con Leonardo Sbaraglia, «Nieve negra», una historia de codicia por una herencia que enfrenta a dos hermanos

MAdrid Actualizado: Guardar
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Cuando una realidad es demasiado compleja se tiende a simplificarla mediante el tópico. A Ricardo Darín (Buenos Aires, 1957) se le ha definido como un argentino que ya es medio español, como un actor que siempre borda su papel aunque el personaje sea plano, o se ha destacado su negativa constante a Hollywood. Detrás del cliché se encuentra un hombre de tantas aristas como talentos. En su última película, que hoy llega a los cines, interpreta a un ser herido, un muerto en vida que se enfrenta por una herencia a su hermano (Leonardo Sbaraglia) tras un trágico suceso ocurrido 20 años atrás.

¿Cómo se prepara un papel así?

Hay una discusión permanente con el director para encontrar el vehículo más adecuado con el que mostrar todo lo que no decimos pero que sí subyace, y que es una carga para el personaje.

Por ejemplo, nos dimos cuenta de que este personaje cada vez que abría la boca nos embarraba. Es un personaje con malas pulgas, bastante intolerante, muy herido y con una carga de resentimiento muy pesada. Nos resultaba difícil y no nos convencía que hablara demasiado. Nos pusimos cada vez más económicos en términos de texto y casi acaba siendo un personaje que no habla.. Yo hubiera incluso «muteado» muchas más cosas.

Ha hecho cine, televisión, teatro... ¿Cómo varía su manera de trabajar?

Dependiendo de cada caso. El cine te permite cosas como las que le contaba. El trabajo de escritorio previo, de revisión de diálogos, es importantísimo. Cuando te pones en acción te das cuenta de que una mirada abarca tres líneas de diálogo. En el teatro, el proceso es totalmente distinto. Digamos que esa especie de puesta en pie de los personajes ocurre mucho más rápido, y la aproximación a lo que queremos hacer se da de forma más episódica; en el cine estamos más urgidos.

«Nieve negra» es una película argentina pero, a nivel de actores, muy española. ¿Cómo es ese trabajo combinando nacionalidades?

Es fantástico, formidable. Cada vez se da con mayor frecuencia. Antes había actores argentinos que vivían en España y actores españoles que vivían en Argentina. Los actores argentinos tenían que imitar el acento español, cosa que les salía por lo general horrible. Hoy vivimos una situación idílica. Nos combinamos, en aspectos técnicos o interpretativos, se producen fusiones, y vivimos una retroalimentación permanente que nos viene muy bien.

¿Ya no hace falta forzar acentos?

No. En realidad, nunca debió hacer falta, pero el mercado español durante una época fue muy duro para los argentinos y, si no intentaban forzar el acento o imitarlo, estaban como fuera de carrera.

¿La historia que subyace en «Nieve negra» es la pugna entre un personaje con apego a su tierra y otro que quiere emigrar?

Nunca lo había pensado, pero ahora que lo dice puede ser. Lo que sí está en la película es el elemento de la codicia, que modifica absolutamente todo, hace que todo salte por el aire y que finalmente sepamos lo que ocurrió con ellos en el pasado.

Laia Costa, que hace de mujer de Leonardo Sbaraglia, ¿está perdida por ser extranjera en ese territorio?

Sí, está perdida, pero más que de extranjera es el papel de una persona que llega tarde a la vida de estos seres. Podría haber nacido en Lanús oeste o en el conurbano bonaerense. En realidad, es todo una metáfora porque no fuimos a otro lado que no fuera Andorra. Se rodó en Andorra (risas). Esto es lo que genera el cine, digamos: la ficción. Podemos mentir, creernos que es un lugar y en realidad es otro…

Fuera del cine, ¿le gusta la ficción que se hace en televisión, las series?

Me gusta mucho, me han ofrecido ahora hacer una. Quiero terminar de entender muy bien de qué va la historia y cómo serían los capítulos y demás. Me he resistido bastante, lo que pasa es que desde aquel famoso lío que se armó con los guionistas americanos en 2007 y 2008, que terminó en una gran huelga general, los grandes estudios se dieron cuenta del gran negocio: ¿para qué van a hacer una película, si pueden vender 13 juntas?

Y todo cambió...

Todo el talento se fue para la televisión, se desarrolló mucho, y han proliferado muchas plataformas para ver cine desde casa. Todo esto es un atentado contra el cine, vamos a decirlo como es, al que no pienso dejar de defender, pero como soy un rehén de las historias... A mí lo que me movilizan son las historias. Si esta que me proponen es todo lo fuerte e intensa que parece ser, a lo mejor termino cometiendo la altísima traición de hacer una serie.

¿Es en Netflix?

Sí, sí. En ese tipo de plataforma.

¿Pero es en esta en concreto?

Sí, se supone que sí (risas).

¿No le parece que hay series que tienen dos puntos de tensión por capítulo y luego nada más?

En muchos casos hacen un estiramiento perverso para tenernos atrapados, para ser rehenes. La que me están proponiendo es de esas que son cortas, que están trabajadas y con un plan predeterminado, no de las que hacen siete u ocho temporadas. Eso es un delirio, todas terminan mostrando la hilacha. Pero algunas cortas son buenas, bien interpretadas, bien realizadas. Hay que reconocer las cosas como son porque si no nos ponemos necios. Yo no soy muy amigo de las series, y eso que consumo series, pero no soy amigo de hacerlas. Pero si de lo que me plantean me muestran el desarrollo de los ocho capítulos que pretenden hacer, y son serios y están bien hechos… A lo mejor me desdigo un poco de esto.

Volviendo al cine, ¿en Argentina es tan criticado el cine nacional como en España?

Aquí son muy duros con el cine español, injustamente duros. Es como si se olvidaran de sus grandes películas de todos los tiempos, y la verdad es que esto te da bronca, pero en todos los lados es un poco así, en Argentina también. Esto de no ser profeta en tu tierra... Pero no está mal ser críticos. De la crítica hay superación, aprendizaje, se eleva el nivel. De lo que yo estoy en contra es de la crítica perversa, salvaje, injusta, que se olvida de que detrás de una historia hubo más de cien personas trabajando durante dos o tres años…

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