El placer de someterse a noventa minutos de terror

La adrenalina de pasar un mal rato en un entorno controlado lleva a las salas a jóvenes y mayores. Directores y actores de culto agrandaron el género

Escena de «La matanza de Texas»
Fernando Muñoz

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Se cierra el plano, los ojos vidriosos del protagonista ocupan toda la pantalla, la música de unos violines rechina… Cambio de plano. El malo de la película aparece de repente en la imagen, un ruido seco acompaña el corte y el protagonista lanza un chillido agudo . La sala de cine estremece y los espectadores reciben su dosis de adrenalina . El objetivo se ha cumplido.

El miedo es una de las emociones más básicas . Incluso la más humana. Por eso el terror funciona tan bien en el cine. La luz siempre se encenderá después de los créditos. No importa qué lo origine: extraterrestres («La guerra de los mundos»), payasos («It») , muñecos diabólicos («Chucky»), espíritus («Poltergeist»), casas encantadas («El resplandor»), animales («Tiburón»), la propia muerte («Destino final»), el dueño de un motel («Psicosis») o hasta una cinta de vídeo («The ring»)... El público quiere enfrentarse a lo que teme, someterse a la sensación de peligro... pero sin peligro.

«En general, a todas las personas nos atraen al menos un poco las películas de terror o de miedo porque durante esos momentos se segrega adrenalina», explica la psicóloga Verónica Seoane . «Durante esas situaciones se produce una excitación, como cuando se va al parque de atracciones, en un entorno controlado en el que sabemos que no nos va a pasar nada», prosigue.

Los detractores del género critican un posible sadismo entre los que disfrutan viendo estos filmes. Una teoría que, para la psicóloga, está descartada. «Además de la teoría de segregar adrenalina, hay otras posibilidades por las que gusta el terror: al ver una película, de cualquier tipo, empatizamos con los personajes que sufren, nos enganchamos para ver qué les va a pasar y queremos que todo acabe bien. Por eso la teoría del sadismo está desechada hoy. No solo no hay sadismo sino que se empatiza con el que sufre».

Los adolescentes son una pieza clave en el engranaje de la industria del miedo. Después de las superproducciones y la animación, el terror es su género favorito, unas películas que la mitad de ellos dejarán de ver cuando se adentren en la edad adulta, según un estudio de Movio. Una realidad que tiene su base en la psicología. « La adolescencia es cambio, es enfrentarse a lo desconocido, por eso el terror les atrae . En el cine se enfrentan a lo desconocido en un espacio controlado, y eso les prepara para lo que viven en sus vidas. La adolescencia se caracteriza por experimentar, por buscar sensaciones, y aquí lo hacen del mismo modo que si experimentan con drogas», advierte la psicóloga Seoane . En palabras del director Paco Plaza durante la presentación de su filme «Verónica», «la adolescencia es la época que más miedo da».

La empatía es una de las claves de las películas de terror . Y eso lo saben los guionistas y productores a la hora de crear una historia. Según el estudio de Movio, en los filmes de miedo los adolescentes y «millennials» están representados en un 47 por ciento de las ocasiones. De esta manera, el espectador al que se dirigen muchas de estas películas siempre va a verse reflejado en pantalla. Es lo que sucede en «Carrie» y llega hasta «Scream» y sus derivadas: un grupo de adolescentes a punto de abandonar el instituto son las víctimas ideales de los más perversos personajes.

En el terror juvenil , ayuda especialmente que los actores no sean rostros conocidos: es más fácil empatizar con el sufrimiento del protagonista si antes no se le ha visto convertido en el gran héroe de una película popular, según apuntan desde las distribuidoras. Del mismo modo, para las películas de terror en las que los sustos son más importantes que la consistencia del guión los directores suelen ser desconocidos.

Decir que el terror es solo un género hecho para adolescentes es un error. Cabe mucho más. Por eso, entre la saga «Annabelle» o «Psicosis» hay un abismo tan grande como entre la acción y la comedia romántica. Pese a todo, ambas películas se categorizan dentro del mismo género. En unas priman los efectos sobre el guión y en las otras, contar una historia con el miedo como herramienta para atrapar al espectador . Por eso en el terror psicológico y en el suspense sí que se han visto grandes nombres, como Joaquin Phoenix en «El bosque» o Mark Wahlberg en «El incidente», ambas de M. Night Shyamalan; o Jack Nicholson en «El resplandor» , por poner algunos ejemplos.

Son películas dirigidas a un público maduro. El adulto no se cree la historia si no hay un trasfondo, una profundidad. Cuanto más adulta es la audiencia, más verosímil tiene que ser el objeto del miedo para lograr que se estremezca.

Este fin de semana hay en cartelera hasta ocho títulos de terror de diversos subgéneros. Destaca «Verónica», que en poco más de dos semanas ha acumulado casi dos millones de euros de recaudación y ya es el octavo título español más visto del año. También «It», que se estrenó el viernes como número uno . El verano es, según advierten los que venden las películas, la época propicia para las cintas de terror. Pero no solo ahora. En seis de los ocho meses que llevamos de 2017, al menos un filme de terror o intriga se ha colado en el top diez de las más vistas .

Roman Polanski, Alfred Hitchcock, Jacques Tourneur… Grandes maestros del género que han puesto al terror en lo más alto. No todo es sangre, ni sustos a base de trucos de cámara y sonido. Nada provoca más tensión que saber que sucederá algo malo. Hitchcock lo explicó con su teoría para diferenciar el susto y el suspense -no es igual la sorpresa de ver cómo explota una bomba que la tensión de saber que una bomba va a explotar-.

El miedo es la más pura y humana de las emociones . Y el miedo, al menos de una manera simbólica, ha estado en el cine desde sus orígenes. Aquellos primeros espectadores que vieron «La llegada del tren» (1896) salieron despavoridos ante el temor de que ese monstruo de hierro y carbón se les viniera encima.

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