Hirozaku Kore-eda
Hirozaku Kore-eda - AFP

Hirozaku Kore-eda, cineasta de juventud, familia y muerte

Su rango se extiende del documental a lo fantástico pero lo que caracteriza a Kore-eda es ese humanismo que le convierte en artista universal

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Sería ajustado decir que Hirozaku Kore-eda es el cineasta de la juventud, la familia y la muerte; aunque también sería jugar sobre seguro: cubrir ese ciclo vital ha de ser la vocación de todo artista a quien nada humano le sea ajeno.

Lo que importa es la forma en que se despliegan esos temas, la visión personal. Y ahí es donde se afirma la singularidad de Kore-eda, en un principio considerado un miembro más de la neo-nueva ola que sacó al cine japonés de un cierto marasmo a finales de los 90: Kawase, Suwa, Aoyama y Kitano, aunque este siempre va por libre. A diferencia de otros, Kore-eda no venía de la cinefilia ni del trabajo en estudios de cine, se formó rodando documentales para televisión.

Esa tensión con el cine de lo real informa su cine de ficción, en donde debuta en 1995 con «Maborosi», que prolonga un documental suyo anterior sobre un caso de suicidio. La película le puso en el mapa del cine global de festivales y su estilo despojado se calificó de trascendental y suscitó comparaciones —era inevitable— con el de Ozu.

Se supera tres años después con la bellísima «Afterlife»: un grupo de fallecidos arriba a un «limbo» en donde se les permite elegir un solo recuerdo que se llevarán para la eternidad, una premisa fantástica que hizo que la Fox le comprara los derechos para un remake.

Tras «Distance», un film improvisado sobre los supervivientes de una secta suicida, vino la joya que completa la «gran trilogía original» de Kore-eda: «Nadie sabe» conmovió al mundo en 2004 con la historia de cuatro niños que han crecido aislados, y su difícil relación con sus mayores.

La muerte y la memoria ceden paso a un nuevo interés por la familia. En «Still Walking» aplica sus dotes de observación a la reunión de una familia tocada por la tragedia. En «I Wish» contrasta a dos niños que viven con sus respectivos padres separados, en una versión lúcida de «Tú a Boston y yo a California»…

Y en su reciente «De tal padre, tal hijo» el título lo dice todo. Kore-eda ha hecho también una película de samurais y ha adaptado un anime («Air Doll») sobre una muñeca sexual hinchable que se convierte en humana, más cerca de la serie Westworld que de Pinocho. Su rango se extiende del documental a lo fantástico pero lo que caracteriza a Kore-eda es ese humanismo que le convierte en artista universal.

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