Festival de Cannes
Los subsuelos de Hollywood en la lynchiana «Under the Silver Lake»
La francesa «En guerre», de Stéphan Brizé, es una realista lucha a brazo partido por la dignidad laboral y las incoherencias empresariales
Ni el armario de Lady Gaga tiene la variedad de colores, tamaños y texturas que las películas que salen aquí a diario, pero este miércoles, la sección competitiva se puso extrema en el maridaje de dos obras cuyo único punto en común es que había espectadores enfrente: La muy moderna «Under the Silver Lake» y la muy sindicalista «En guerre». La primera está dirigida por David Robert Mitchell y tiene otro punto de cocción que su magnífico título anterior, « It follows » (Está detrás de ti), aquí escucha la respiración de un Los Angeles enrevesado y en una mezcla imposible de reflejos chandlerianos y guiños al voyeurismo de Hitchcock y a lo rarito de David Lynch, y retrata el desamparo de sus personajes y la ilusoria tristeza de unos ambientes entre la paranoia y el absurdo .
El protagonista no es Marlowe, sino un tipo solitario, curioso y demencial que se empeña en buscar a una chica desaparecida y hurgar en un submundo de claves y códigos secretos con todo el aspecto de enorme chaladura. El protagonista es Andrew Garfield, con el mismo aspecto equilibrado que Anthony Perkins sin tomar su medicación, lo que le procura a la trama de « suspense » una rara calidad de incomprensible comedia, pero también sensación de soledad, de amargura. Hay algo en esta exploración de la película en los subsuelos y claves ocultas de una ciudad que recuerda a « La torre de los siete jorobados » de Edgar Neville , aunque aquí, con la obsesión de diseño y retrato «cool», se desbarata por completo esa impresión. El aire surrealista, los acentos paranoicos y conspirativos, las referencias cinematográficas y el jaleo mental y sexual son lo que mueven al argumento como si buscara a Lynch en Mulholland o en una carretera perdida .
Y vista esta película intrincada y post hípster en el mismo pack que la francesa «En guerre», de Stéphan Brizé, es como meter la sopa y el postre en el mismo «tupper».
La película francesa es una tortilla de ficción verité en la que se cuenta, a cámara viva, la lucha sindical de unos obreros de una fábrica ante la amenaza de cierre, a pesar de que sus resultados económicos son buenos, pero no lo suficiente para sus accionistas. Es una película convulsa, a pleno grito de asambleas, reuniones con los directivos, conflictos entre los huelguistas y mucho trapío sobre las correlaciones de fuerzas y las acciones violentas.
El primer plano de la historia recae sobre el actor Vincent Lindon, habitual del cine de Brizé y con el que ganó aquí el premio de interpretación hace tres años con «La Ley del Mercado», y que tiene la virtud de empastarse por completo en el paisaje y fundirse entre el resto de personajes, más reales que intérpretes y como sacados un momento de su habitual actividad sindical. La película es texto, pancarta, reivindicación y análisis precipitado y sentimental de las situaciones económicas, laborales y empresariales del mundo, y tan papistas, o más, que las del Papa.
Funciona de un modo muy primario con el público, a pesar de que hay un final muy ardiente y equívoco sobre el empleo de la violencia como solución o catarsis . No es fácil que repita premio Vincent Lindon, pero su cuello vociferante hace todos los merecimientos.