Cine y religión, una pasión que dura más de 120 años

Los Lumière rodaron una aproximación a la muerte de Cristo en 1897

Fernando Muñoz

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El cine siempre se ha visto necesitado de historias, y pocos relatos son más universales que el de La pasión de Cristo . Por eso, desde los orígenes del celuloide, la religión sirvió de base para construir películas con las que interesar al público . Los hermanos Lumière entendieron esta necesidad, y tan solo dos años después de la primera proyección comercial de todos los tiempos, allá por 1895, se aventuraron con «La pasión de Horitz». El público se quedó conmocionado, según relatan los estudios de la época, al ver en movimiento las escenas que durante siglos adornaron las paredes de las iglesias. Pero los Lumière no fueron los únicos:en ese mismo año, 1897, la productora católica BonnePresse filmó «La pasión de Lear» y un año más tarde hizo lo propio el producto Lubin.

Tiempo después, cuando el cine se convirtió en un próspero negocio bajo las colinas de Hollywood, la Biblia siguió inspirando historias con las que escribir guiones. Y aquellos títulos, de producciones faraónicas, siguen vigentes hoy.

En 1927, Cecil B. DeMille , uno de los grandes nombres que levantaron la industria, se aventuró con una de las primeras aproximaciones comerciales a la figura de Jesucristo. Una cinta muda y en blanco y negro que contaba la historia de Jesucristo a través de los ojos de María Magdalena. En los años sesenta, Nicholas Ray hizo un remake (quiza la mayor seña de identidad del cine americano) que es el más recordado gracias al papel del actor.

La primera película religiosa que se convirtió en un gran éxito de masas fue del propio Cecil B. DeMille gracias a Charlton Heston y su inolvidable Moisés. Fue con «Los diez mandamientos» , de 1956, un remake de su propia versión de 1923.

El éxito del cine religioso servía a los productores para innovar. Así, la primera película de la historia filmada en Cinemascope fue «La túnica sagrada» , de Henry Coster . Este formato se reservó para las producciones más grandes, casi todas históricas o bíblicas, que pretendían mostrar el potencial del cine ante la amenaza de una televisión que iba ganando popularidad. De esta época, los años cincuenta y los sesenta, son los grandes títulos religiosos que hoy siguen oliendo a Semana Santa.

Si hay un clásico de estas fechas es «Ben-Hur» (1959), que apuntaló los códigos que ya aventuraba «La túnica sagrada». Más allá del tamaño faraónico del rodaje, la seña de identidad era hablar del cristianismo en segundo plano. En «Ben-Hur» era un noble de Jerusalén y un romano que se enfrentaban en la carrera de cuádrigas como en la de Henry Coster era una historia de amor y esclavitud. En ambas, la figura de Cristo está al fondo hasta que acaba siendo protagonista.

Tras los dorados años 50, de aventuras sin fin, llegaron los sesenta, donde todo se repensó. En esa década Pier Paolo Pasolini despojó a Cristo de toda la pompa externa que las anteriores películas le habían otorgado para rodar una aproximación a la figura de Jesús (sin alejarse del texto bíblico) desde la mirada y el estilo del neorrealismo, sencillo, cercano y austero.

Entre los cuarenta años que separan a «El Evangelio según San Mateo» y «La Pasión de Cristo» el cine religioso siguió produciendo, aunque quizá sin la impronta que en los años anteriores con excepciones como «La última tentación de Cristo» de Martin Scorsese. Fue Mel Gibson y su crudo relato, lleno de dolor, sangre y vísceras, el que recordó que todavía había nuevas formas de acercarse a la histora que más veces se ha contado en el cine, la de Jesús.

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