Bertolucci y el último tango de la Revolución

El cineasta italiano, fallecido a los 77 años, estrenó en 2003 «Soñadores», una cinta que, de alguna manera, renegaba de la utopía de «Novecento», su gran fresco de la Italia revolucionaria

Imagen de la película «Soñadores», de Bernardo Bertolucci
Bruno Pardo Porto

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Bernardo Bertolucci no esperó cincuenta años para celebrar su mayo del 68. Lo hizo en 2003 con «Soñadores» , una película protagonizada por tres jóvenes deliciosamente inteligentes e imbéciles (es decir, ingenuos, es decir, adolescentes), que con su verborrea ilustrada y cinéfila llenaron 120 minutos memorables: la mayor parte de ellos encerrados en un lujoso apartamento parisino, donde discuten sobre la Revolución (la idea, claro) desde la comodidad del sofá. Para cuando llegan las piedras y la violencia la cinta decide terminar con una más violenta discusión y el trío amoroso –dos hermanos franceses y un americano fascinado por Europa– se rompe.

Aquella obra, como el mismo director admitió durante su promoción, dialogaba con la pasión y la fe en la utopía de «Novecento» (1976), ese larguísimo fresco de la Italia revolucionaria que pudo alumbrar gracias a Marlon Brando y el éxito mundial de su «Último tango en París» (1972). «El comunismo es la juventud del mundo» , escribía ahí un no tan joven Pietro ante la mirada esquiva de un patrón (Robert de Niro) que no sabía interpretar la cita, o que no quería. Pero la juventud es lo primero que se escapa y casi tres décadas más tarde, las que separaron estos títulos, el discurso, si es que lo había, era otro. Quizás por eso, por la edad, «Novecento» hablaba de la Revolución mientras que «Soñadores» solo mencionaba sus promesas, que envejecen mejor.

Si en la italianísima película Bertolucci se regodeaba con unas causas que parecían justificar el puño –«es el último filme ideológico, la gran utopía», presumía él–, en la afrancesada hacía más bien lo contrario. Sobre todo si nos fiamos de los ojos pacifistas de Matthew, el estadounidense intruso que muchos han leído como una suerte de trasunto del propio cineasta, aunque él nunca confirmó tal cosa y jamás renegó de aquel mes de mayo…

Al final de «Soñadores» el ruido en la calle es tan ensordecedor que nuestros intelectuales despiertan de su agradable letargo y deciden salir a la calle, donde los maoístas gritan al unísono ante la policía. Entonces, Theo (el hermano en cuestión), coge un cóctel molotov y se dirige a la primera línea . Matthew lo para y comienza el diálogo que cierra la historia:

—Eso está mal Theo. Está mal.

—No, es maravilloso, Matthew.

—Es violencia. Esto es violencia.

—No es violencia, es maravilloso.

—¡Es fascismo dentro de una puta botella!

—¡Los fascistas son los polis!

En «Novecento» los campesinos comunistas luchaban contra el fascismo. Aquí Matthew le espeta a su amigo maoísta que el fascismo es el uso de la fuerza como argumento. Después de eso no hay solución posible, por muchas afinidades románticas y artísticas que los unan. La muchedumbre sigue vociferando. Theo lanza su botella incendiaria. Isabelle lo acompaña. Matthew aparta la mirada mientras se va pensando, suponemos, que una bomba es una bomba sin importar la mano que la porte.

El de Parma solo rodaría otro largometraje en este siglo XXI que vio desde una silla de ruedas. Era «Tú y yo» (2012), un melodrama intimista sin más revolución que la familiar. En él, dos hermanastros (otra vez) bailan con el desprecio y el deseo, y nos recuerdan que este poeta de la cámara amaba, ante todo, la nostalgia, que es el único sentimiento que se intensifica con el tiempo.

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