Asesinan a James «Whitey» Bulger, el mafioso que corrompió al FBI para acabar con la Cosa Nostra

El irlandés, de 89 años, fue inmortalizadopor el actor Jack Nicholson en 2006 en la película «Infiltrados» (The Departed) de Martin Scorsese, y posteriormente por Johnny Depp en 2015 en «Black Mass: Estrictamente criminal»

César Cervera

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James Whitey Bulger, de 89 años, no era un anciano cualquiera. El que fuera jefe de la mafia irlandesa de Boston en los años 60 tenía numerosos enemigos, entre ellos el FBI, la Cosa Nostra y los familiares de los once asesinados por los que cumplía condena en la prisión de alta seguridad de Hazelton, en Virginia Occidental. Durante 16 años, encabezó las listas de los hombres más buscados del mundo, junto a Bin Laden, por orquestar el mayor engaño en la historia a las fuerzas de seguridad de EE.UU.

Pasaron varias décadas sin que nadie sospechó que el mafioso más peligroso y mitificado de Boston era, en realidad, un confidente con licencia federal para delinquir. En 1975, John J. Connolly, un joven agente de la Brigada Nacional contra el Crimen Organizado, contactó con Bulger y su socio y contacto con la Costra Nostra, Stephen J. Flemmi «El fusilero», para ofrecerles un auténtico trato con el Diablo.

«Sin confidentes no somos nadie», afirmó Clarence M. Kelley tras ser nombrado nuevo director del FBI como sustituto del fallecimiento de Hoover en 1972. El problema es que el precario manual para el trato con los confidentes no resolvía los problemas más básicos: ¿Cuánto debe tolerar un agente para obtener información? ¿Es aceptable negociar con un delincuente a cambio de información sobre otro delincuente? En estas y otras muchas preguntas, la directriz era clara: si es italiano se permite casi todo.

«Sin confidentes no somos nadie», afirmó Clarence M. Kelley tras ser nombrado nuevo director del FBI

Connolly se lo tomó al pie de la letra. Su propuesta a Bulger y su socio era sencillamente que, a cambio de informar sobre la Cosa Nostra, el FBI miraría a otro lado en los negocios sucios de Bulger, que se centraban en las apuestas ilegales y en el cobro de préstamos. «De acuerdo. Si ellos juegan a las damas, nosotros jugaremos al ajedrez», contestó el mafioso irlandés a la oferta del FBI, que había convencido a Bulger de que la Cosa Nostra no iba a tardar en borrar a su banda del mapa si no aceptaban la «alianza».

Connolly admiraba a Bulger desde su infancia en las calles de Southie, un antiguo barrio obrero de orígenes irlandeses, y creía que era una suerte de Robin Hood. Un criminal a la vieja usanza que impedía el paso de las nuevas corrientes y del nocivo narcotráfico. Pero nada más lejos de la realidad: Bulger bebía poco y no tomaba drogas, despreciaba a los bebedores y odiaba a los drogadictos, lo cual no significaba que fuera hostil a su venta.

Su imagen de «un bueno entre los malos» estaba respaldada, a su vez, por la notoria carrera política de uno de los hermanos del gánster, Billy Bulger, que en 1978 se convirtió en presidente del Senado de Massachusetts y tuvo una larga carrera política en paralelo a la senda criminal de Whitey. Las líneas familiares se mezclaban así de forma difusa con las profesionales y las criminales.

Solo cinco semanas después de que se abriera el informe de confidente, el irlandés se anotó su primer asesinato como confidente, sin que a Connolly pareciera importarle. La relación entre el FBI y Bulger retrató el mal funcionamiento del programa de confidentes e implicó a numerosos agentes que habían mirado a otro lado o directamente habían asumido que ese era el precio de obtener información de primera.

De este modo, Connolly se dedicó durante casi 20 años a boicotear todas las investigaciones abiertas contra la banda de Bulger y a inflar de elogios los informes sobre las bondades del gánster irlandés, así como a achacarle las informaciones de otros confidentes. El objetivo final era demostrar, como defendió Connolly durante años, que Whitey era uno de los mejores confidentes en la historia del FBI.

Como recoge la obra periodística «Black Mass» de Dick Lehr y Gerard O'Neill, la mayor parte de la información suministrada por Bulger contra la Cosa Nostra en realidad pertenecía a Flemmi -de padre italiano-, aunque Connolly se la atribuía una y otra vez al irlandés. Además, la mayor parte de los miembros de la Cosa Nostra a los que Bulger delató supusieron, una vez desaparecidos, una gran oportunidad de negocio para precisamente su banda. Como ejemplo de ello, en los años ochenta, Bulger facilitó los datos necesarios para que el FBI pudiera introducir una grabadora dentro del local de los hermanos Angiulo, los representantes de la Cosa Nostra en Boston, y así incriminarlos.

La operación resultó un éxito y Connolly dejó a todos claro que las escuchas habían sido posibles gracias a Bulger y Frammi. Lo cual era cierto, pero también lo era que el irlandés tenía un gran número de negocios compartidos con los italianos y una gran deuda económica contraída con los hermanos Angiulo, que ya jamás cobrarían.

Johnny Depp caracterizado de James «Whitey» Bulger

Una y otra vez las investigaciones de la Policía local y la Policía estatal fracasaron en su persecución a la banda irlandesa, que no dejaba de crecer en volumen de negocio. Bulger y Flemmi siempre estaban un paso por delante de la Policía y sabían con antelación si estaban siendo grabados. Los agentes del FBI Connolly y Morris se encargaban de informarlos al milímetro, lo cual a esas alturas hacían por simple amistad. La primera de las muchas cenas que celebraría los cuatro juntos en los siguientes años, donde algún otro agente del FBI también participó, tuvo lugar en la zona de Lexington en 1979. El intercambio de regalos, en muchos casos dinero, se convirtió en algo habitual en el grupo y, desde que Whitey se trasladó a una vivienda contigua a la de su hermano en South Boston, contaron con la presencia esporádica del presidente del Senado.

Ciertamente, la Cosa Nostra no levantó cabeza en Boston y sufrió tres durísimos golpes policiales casi consecutivos entre 1975 y 1989, pero el precio pagado por el viciado FBI fue demasiado alto. Bulger actuó y asesinó a sus anchas hasta alzarse como el miembro del hampa más importante de la ciudad, para desesperación de la DEA y otros grupos policías ignorantes del pacto secreto. No fue hasta mediados de 1995 -cuando ya Morris y Connolly no se encontraban en la primera línea del FBI- que pudieron sacar adelante un caso contra los criminales irlandeses en relación a la brigada de corredores de apuesta a los que cobraban una comisión. Mientras Bulger escapaba a tiempo para esconderse durante 15 años junto a una de sus novias en Santa Mónica, California, Frammi fue arrestado y, al contrario del resto de ocasiones, ni Morris ni Connolly acudieron esta vez en su auxilio.

A esas alturas Morris, cuyo matrimonio se había desmoronado y su adicción al vino incrementado, tenía problemas más graves en los que pensar. Durante el juicio contra Flemmi y otros miembros de la banda a raíz de la trama de los corredores de apuestas, surgió la cuestión de si el dúo criminal había sido o no confidente del FBI, lo que paradójicamente podía anular algunas pruebas contra ellos pero amenazaba con proclamarlos unos chivatos a ojos de todo Boston. Un desquiciado Morris sin nada que perder se encargó de sacar a la luz todo, incluidas las irregularidades y la actuación impía del FBI, cuando testificó en el proceso. Morris insistió, además, en que el FBI no podía garantizar inmunidad a nadie por crímenes tan graves y, por tanto, su acuerdo con los dos mafiosos era un desastroso asunto particular.

Encuentro de los hermanos Angiulo

El agente federal había cantado haciendo oídos sordos a las advertencias de Bulger, quien en octubre de 1995 llamó a la oficina de Morris en Virginia con un mensaje claro: «Si yo voy a la cárcel, tú también irás. Pienso llevarte conmigo hijo de puta». Esa misma noche, Morris sufrió un infarto, pese a lo cual sobrevivió para ver como el FBI de Boston quedaba arrasado por el mayor escándalo en la historia de la agencia federal.

Finalmente, Bulger -que fue arrestado en 2011 tras 16 años fugado- y Flemmi fueron acusados de participar en 21 asesinatos, once de ellos perpetrados mientras eran confidentes del FBI. Al día de su muerte, Bulger cumplía dos cadenas perpetuas por once de esos asesinatos. Horas después de su traslado a Virginia, el gánster apareció muerto este martes en lo que parece un ajuste de cuentas de los italianos por propiciar su caída en Boston.

Por su parte, Connolly y Morris fueron acusados, entre otros crímenes, de aceptar sobornos, de obstrucción a la justicia, de revelar de forma ilegal información confidencial y de falsificar informes oficiales. En 2008, el exagente del FBI Connolly fue condenado a cuarenta años de prisión por homicidio impremeditado en el asesinato de Callahan, un contable de Boston que se había interpuesto en el camino de los cuatro amigos criminales.

Bulger fue inmortalizado en el cine por el actor Jack Nicholson en 2006 en la película «Infiltrados» (The Departed) de Martin Scorsese , y posteriormente por Johnny Depp en 2015 en « Black Mass: Estrictamente criminal ».

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