Agnès Varda, los hoyuelos de la nouvelle vague
La cineasta ha fallecido este viernes a los 90 años
Aunque ella tenía noventa años, ni su sonrisa ni lo vivaracho de su obra habían pasado de los veinte. Mujer de encanto con obra jovial y curiosa, muy especialmente la de los últimos años, que se dedicó a mirarse a sí misma y a los suyos en ella, convertido su universo en una de esas instalaciones que tanto le gustaban. Hace apenas unas semanas presentaba en Berlín « Varda by Agnès », un documental que hoy se sabe testamentario sobre su trabajo y su modo de entender el cine , y con todo el vitalismo y agudeza habituales.
De esta última etapa que, digamos, va a la par con el milenio, hay tres piezas suyas, tres documentales, que son probablemente la cumbre de su filmografía, « Los espigadores y la espigadora », « En las playas de Agnès » y « Caras y lugares », en los que combina la sencillez pero profundidad de su mirada con la agilidad y cercanía que le proporciona lo digital, y las tres con el aroma del viaje, sea por Francia con los recolectores de desechos, sea por su propia memoria, o sea a través de unas caras y lugares de un mundo en continua trasformación.
Agnès Varda no era la « nouvelle vague », sino sus hoyuelos, un insólito puente entre el neorrealismo y la «nouvelle vague»: su primera película, «La pointe courte» (1955), conencta en sus dos episodios ambos movimientos. Luego ese puente lo cruzaron Godard, Truffaut y los demás , incluso ella misma con « Cleo de 5 a 7 », una joya primorosa y desgarradora considerada como su obra maestra. Entre varios documentales siempre atentos a causas sociales e ideológicas (sobre Vietnam, Cuba, los Black Panthers o la multiculturalidad en Los Angeles) hizo dos de sus títulos más apreciados, «Una canta, la otra no», profundamente feminista, y «Sin techo ni ley», sobre el desarraigo social. El hermoso homenaje que le dedicó en 1995 a su marido, Jacques Demy , y a su universo, sirve para ponerle el sello a esta felicitación de su obra.
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