Enamorado de mi mujer

Adriana Ugarte: «Estamos muy poco acostumbrados a ver un pene»

La actriz madrileña da el salto al cine internacional con «Enamorado de mi mujer», «una recreación banal de las fantasías adultas» donde seduce a Gerard Depardieu, investigado por violación y agresión sexual

Adriana Ugarte en «Enamorado de mi mujer»
Lucía M. Cabanelas

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Cuando Adriana Ugarte (Madrid, 1985) era una niña, Gérard Depardieu se codeaba con los grandes y ocupaba la mitad de espacio. Lejos de la imagen de enfant terrible, el francés aspiraba al Oscar por «Cyrano de Bergerac» y era algo más que un Obelix de medio pelo –o trenzas– y otro polémico «amigo» de Putin. En lugar de Brad Pitt, las jóvenes suspiraban por Daniel Auteuil, ahora genio cómico de las eternas comedias galas. También lo hacía Ugarte, asidua a los «Golem y los Renoir», para quien el actor y director era uno de sus «amores platónicos, aunque no el único». La actriz madrileña creció disfrutando de estos dos reconocidos artistas y, ahora, en su madurez, se convierte en su «objeto de deseo» en «Enamorado de mi mujer» , «una recreación banal de las fantasías adultas».

Aunque no es chica de nadie, ni siquiera de Almodóvar, sí reconoce que rodar a sus órdenes abre puertas, sobre todo para salir de España. «Trabajar con Pedro es una llave maravillosa, no una garantía para trabajar internacionalmente pero sí al menos de que te van a ver fuera», cuenta la actriz en una entrevista a ABC. Fue su papel en «Julieta», del director manchego, y su desparpajo en francés durante su presentación en el Festival de Cannes, los que captaron la atención de su «referente» en la adolescencia. Auteuil la llamó y, «sin casting ni nada», le ofreció el papel de Emma en «Enamorado de mi mujer», que se estrena este viernes en España. Seducir no a uno sino a dos pesos pesados del cine galo ha sido, asegura, como «esas cosas extrañas en las que te quedas en shock y no puedes llorar ni reír. Es tan fuerte que no reaccionas y, de repente, te adaptas a ello con una naturalidad un poco artificial».

Contra los nervios iniciales, tablas, y frente a Auteuil y Depardieu, cuatro Adrianas. Un reto mayúsculo en el que, a través de un depurado francés que practicó con su profesora de infancia, Ugarte interpreta a varias Emmas: la real, «una tipa sencilla, modesta, que de repente está teniendo una aventura con un tipo mayor pero sin ser una historia truculenta»; la de la fantasía de la actriz Sandrine Kimberlain, «alguien que trabaja prácticamente en un prostíbulo»; la de Daniel (Auteuil), «una especie de mujer fatal», y la de este mismo cuando está con Depardieu, a la que imagina «como una niña pequeña, que le odia, que le necesita, que está buscando un padre».

«Me parecía que con el pretexto de esta fantasía adulta, de esta fantasía prohibida , de este amor o recreación banal de las pasiones había una reflexión profunda sobre el miedo del ser humano al paso del tiempo y cómo nos aferramos a lo de antes, a lo fresco, a lo joven, para sentir que todavía tenemos la oportunidad, que aún estamos en el carro de la vida», afirma la actriz, que insta a lecturas más profundas y no tan superficiales. «En el fondo de esta verbena lo que hay es tristeza y lo que revela es el patetismo y la vulnerabilidad de los seres humanos y de cómo estamos tan desarmados y abocados a un final para el que no estamos ni mucho menos preparados», admite Ugarte.

Casi sin que se le pregunte y mucho menos con reparos, la intérprete madrileña no se corta al hablar de movimientos como el #MeToo, de su importancia tanto para hombres como para mujeres, y de lo fundamental de no «subirse al carro y banalizarlo», ya que, considera, «es muy peligroso». Por eso, tacha de indmisible la reacción de Serena Williams , que no dudó en llamar «machista» al árbitro al considerar injusta su decisión. « Así se vicia todo . Eso no es el feminismo, así sí que se produce una cosificación de las mujeres y nos convierte en una especie de seres inertes, inanimados, incapaces, de los que todos pueden abusar. Cometemos faltas, nos dejamos seducir, seducimos y, a veces, tenemos la mala suerte de que abusan de nosotras. Creo que para quien haya sufrido un abuso real, tiene que ser muy desagradable ver como muchas personas no están asumiendo su responsabilidad», afirma, rotunda.

Sin pelos en la lengua se refiere también al caso de Depardieu, investigado por agresión sexual y violación , que ha estallado en plena promoción de la película en España. Lejos de escudarse en una etiqueta y pedir consecuencias, apela a la mesura y al juicio profesional, a la cordura. «Primero hay que esperar a la sentencia. Hay que profundizar y ver caso por caso», sostiene. «Una broma consentida, una caricia consentida... hay que juzgarlos por lo que son y no subirnos todos al carro del #MeToo cuando son cosas que a lo mejor deben valorarse con otra calma. Todo este movimiento tiene algo muy positivo que es que por fin, abusados y abusadas, pueden denunciar una situación en la que se han sentido descalificados o dañados, pero también es peligroso porque nos deja a las mujeres en un lugar vulnerable, uno en el que parece que somos incapaces de poner límites, de decir que no. Somos adultas, somos fuertes, podemos poner límites y tenemos intuición… Luego hay desgracias, como violaciones y abusos, situaciones que son irremediables. Por eso creo que hay que estudiar caso por caso, porque si no se banaliza todo», reconoce.

Fan de Chris Pine, no pudo evitar comentar también su polémica escena en «El rey proscrito», cuyo pene acaparó más titulares que su interpretación tras la proyección en el Festival de Toronto. Adriana Ugarte, que se desnuda también en «Enamorado de mi mujer», cree que, «desgraciadamente», el desnudo femenino se da por sentado porque es más abundante, mientras que el masculino todavía abruma. «Es lo que nos pasa con las imágenes de guerra y violencia, que se produce una especie de hábito y de inmunidad. En cambio, estamos muy poco acostumbrados a ver un pene en una imagen», comenta. «En los guiones se han tenido que desnudar las mujeres, porque casi siempre eran objeto de deseo del hombre y casi siempre las películas han estado protagonizadas por hombres, por eso estamos muy poco acostumbrados a ver un desnudo de un varón. Pero yo feliz, y de Chris Pine más. No estamos acostumbrados a ver a un hombre desnudo, es como "¡Oh, un pene, qué grotesco!". El cuerpo es un vehículo, somos actores y lo utilizamos cuando queremos y para lo que queremos. Igual que si la mujer quiere seducir o que la seduzcan. El juego sexual es libre y la interpretación también. Volvamos a hacer lecturas profundas. Si nos quedamos de la película solo con el pene, o la película es muy mala o el pene es maravilloso», sostiene, medio en broma medio en serio.

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