Crítica de The Rider: Sillas de montar dolientes

«Es una pequeña joya sobre los lazos, las riendas, el aguantar arriba sin caerse, el mirar la vida entre brincos y caídas…»

Escena crepuscular de la magnífica «The Rider»
Oti Rodríguez Marchante

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La película arranca en una herida, la que tiene el joven Brady en la cabeza, y no se tardan ni cinco minutos en saber que lo que uno ve y verá en la pantalla atesora la temperatura, la luz y el pálpito de lo vivo, de lo que no se ha recreado para la ocasión. El lugar y los personajes poseen su piel y su herida natural, y lo que nos cuentan realmente lo están sintiendo para ellos, no para nosotros, aunque nos permitan mirarlo y sentirlo . El protagonista es un joven jinete de rodeo y vive en esa América rural que contiene el polvillo del western en cada uno de sus planos. Tradicionalmente en el cine, el jinete de rodeo es un personaje mecido por el azar, por la fatalidad, como lo es el boxeador, un perdedor siempre de “algo”.

El “algo” que pierde el joven Brady es su capacidad para seguir montando en el rodeo (un accidente) y la directora, Chloé Zhao, lo que nos transmite de su historia con enorme armonía visual y poesía interior es la frustración que tal pérdida ocasiona en el centro de equilibrio de ese hombre, incapaz de conformarse con su destino, con entrenar y mantener las riendas de su inevitable relación con los caballos (Zhao expone los términos de esa relación de un modo amigable y fraternal, y en momentos de emoción realmente exquisitos). La película tiene tanto de retrato individual como de esbozo familiar y de dibujo ambiental, con una maravillosa fotografía que rezuma alma e interior de los personajes, casi todos interpretados por actores no profesionales pero inmensos, empezando por Brady Jandreau, que hace su primera película aquí.

Es asombrosa la facilidad con la que penetra «lo alternativo» en el entrelineado de la historia, su amigo jinete, su hermana autista, su compañero de rodeo desguazado en una mala caída… «The rider» es una pequeña joya sobre los lazos, las riendas, el aguantar arriba sin caerse, el mirar la vida entre brincos y caídas…, y que no mira solo al mundo del rodeo y los caballos, sino también a cualquier mundo que no vea la manera de compaginar el antes y el después sin morirse un poco.

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