Doris Day, suspicacias sobre la blancura

Doris Day era el comodín, la pareja perfecta, el lingotazo de baileys y la sustancia del «happy end»

Doris Day
Oti Rodríguez Marchante

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Si la pantalla no miente, cosa que hace a menudo, Doris Day fue siempre la cara amable de Hollywood , la «novia blanca» antes de que imperara lo oscuro, y ni sus películas ni su físico contradicen esa imagen; su biografía sugiere otro suelo más embarrado, con cuatro matrimonios, el tercero de ellos con su agente, Martin Melcher, que la arruinó alegremente, aunque gracias a él hizo algunas de sus mejores películas y, empujada por la quiebra, se vio obligada a hacer aquella serie televisiva «El show de Doris Day», cuya visión hoy probablemente sería dantesca.

El recuerdo actual de esta actriz de sonrisa dulce de nata y de mofletes de angelito de Murillo se debe, esencialmente, a Alfred Hitchcock, su película «El hombre que sabía demasiado» y aquella canción, «Qué será, será», que resolvía una trama a golpe de platillo y que le permitió ganar el Oscar a la Mejor Canción.

Pero también se la recordará por ese par de comedias ligeras en las que compartía línea de teléfono y pijama como Rock Hudson , «Confidencias a media noche» y «Pijama para dos»… Y compartir comedia, y no melodrama, con Rock Hudson tiene su punto de mérito.

Sus mejores cualidades se adueñaban de ese género en el que todo era blanco, desde los teléfonos hasta la moral, aunque algo cercano a lo «cochino» sugería su chispeante mirada que le permitía a esa blancura de la historia algún que otro doble sentido. Espumosa y fresca en el trío con Rock Hudson y Tony Randall en «No me mandes flores»; con muchos pliegues y repulgos al dejarse manchar de barro por Cary Grant en «Suave como visón»; o muy entera en «Enséñame a querer», donde aguantaba el cacareo de Gable. Con Jack Lemmon en «La indómita y el millonario», con Richard Widmark en «Mi marido se divierte», con Sinatra en «Siempre tú y yo», con Kirk Douglas en «El trompetista», donde cantaba mientras que Lauren Bacall miraba, Calamity Jane Doris Day era el comodín, la pareja perfecta , el lingotazo de baileys y la sustancia del «happy end».

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