Crítica de «Zombieland: Mata y remata»: Cuando dialogar no es suficiente
Hay un manejo graciosísimo de clichés sociales, desde la mujer que necesita realizarse hasta el papanatas con guitarra y el soplagaitas equidistante
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Los códigos de esta película ya estaban marcados en la anterior, «Bienvenidos a Zombieland» , y también vienen marcados los personajes, los intérpretes, los guionistas y el director. Continúan el argumento y el tono de comedia bruta y de entretenimiento de una total y bendita intrascendencia, dadas las circunstancias que nos rodean y apedrean. Es, en realidad, la misma función con un intermedio de diez años (quizá para que el personal rellene su cuenco de palomitas y vuelva) y con una reactivación en esta segunda mitad del humor, la acción, la brutalidad y el sentido convenientemente actualizado de los chistes: se ríen del pacifismo, del «empoderamiento» de la mujer, de la rubia tonta , de Elvis Presley, del coche de la abuela, de la Casa Blanca y hasta de Bill Murray, que vuelve a tener su momento de gloria (hay una secuencia postcréditos en la que lo genial y lo absurdo se pelean por ponerse delante).
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Zombieland: Mata y remata
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El argumento es diminuto, el conocido cuarteto de resistentes, Eisenberg, Harrelson, Stone y Breslin, continúan en su tarea de destripar zombis; pero se ve enriquecido por una graciosa cartelería que cataloga el tipo de muerto viviente, desde el más tontorrón hasta el más evolucionado, más rápido y con un poco más de luces, y hay un manejo graciosísimo de clichés sociales, desde la mujer que necesita realizarse hasta el papanatas con guitarra y el soplagaitas equidistante… Película perfecta para reírse un rato y por no llorar.