Crítica de «Yomeddine»: Miseria, orfandad y ternura

Su punto de partida es una leprosería y su personaje central un hombre carcomido por la enfermedad

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Oti Rodríguez Marchante

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Para enfrentarse a la primera película que dirige el egipcio A. B. Shawky hay que tener una voluntad previa de enfrentamiento, pues hay varios detalles en ella que pueden resultar disuasorios: su punto de partida es una leprosería y su personaje central un hombre carcomido por la enfermedad; es la historia de un viaje por ambientes de miseria, montañas de basura y de sentimientos muy profundos pero primarios y muy subrayados; aunque los personajes y sus desgracias son indudablemente auténticos, la ingenuidad del discurso y su voluntad narrativa pueden parecer artificiosos, como excesivamente tramados.

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Yomeddine

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El hombre, que fue abandonado de niño por sus padres, siente la necesidad de encontrarlos ahora, y a esa aventura de búsqueda de raíces le acompaña otro niño huérfano con ganas de encontrar su sitio en el mundo: la travesía por los diversos paisajes de Egipto y la buenísima intención de la historia logran, una vez instalado en ella, sobrecoger al espectador que no sea un ladrillo refractario, y también ayuda a ello la sorprendente pareja protagonista (Rady Gamal y Ahmed Abdelhafiz), que son una máquina de resistencia, superación, simpatía, humanidad y ternura. Entre ese torrente de realismo mísero y desgracia abisal aún le caben a la película toques de un humor blanco y un optimismo que hay que apreciar en lo que valen.

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