Crítica de «La sombra del pasado»: Las Alemanias de un pintor
Aceptable melodrama narrado y ambientado en tres tiempos o tres modelos de la sociedad alemana
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Es la tercera película de Florian Henckel von Donnersmarck y la que lo sitúa en un cierto equilibrio entre la obra maestra con la que comenzó su filmografía, «La vida de los otros», y la completa decepción de la siguiente y nula «The tourist». «La sombra del pasado» es un aceptable melodrama narrado y ambientado en tres tiempos o tres modelos de la sociedad alemana: comienza con la mirada infantil de un niño en la época del nazismo, recoge posteriormente al personaje en su juventud durante la Alemania comunista y, por último, en la época casi actual. Se puede decir, por lo tanto, que Donnersmarck hace un recorrido dramático por varias décadas de la historia reciente de su país, aunque su mirada no es tanto social o histórica como centrada en la peripecia personal de su protagonista, un niño traumatizado, un joven pintor seguro de su arte e inseguro de su lugar en el mundo, y su prólogo como adulto.
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La sombra del pasado
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La magnífica ambientación y el punteo clásico de sus picos y aristas dramáticas la convierten en una película «bonita», aunque varios capítulos de los que se narran estén anegados de la fealdad moral de los acontecimientos, encarnados en la diabólica figura que representa el actor Sebastian Koch (médico nazi y sombra que lo persigue) o en la castración artística bajo la Alemania «democrática». El romance y la intriga se mezclan por obra de ciertos trucos de guion, la «chica», la familia, el pasado, la pintura…, y aunque lo hace sin excesiva profundidad y finura, consigue al menos un eficaz aroma peliculero gracias a la química de sus dos protagonistas, Tom Schilling y Paula Beer, ya espléndida en «Frantz».
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