Crítica de El repostero de Berlín: Cocina con alma y corazón

En su debut, rompe tópicos del cine romántico y culinario

Fotograma de «El repostero de Berlín»
Federico Marín Bellón

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El chef israelí Ofir Raul Graizer demuestra con este sencillo drama coproducido con Alemania que no se precisan ingredientes exóticos para completar un buen plato. En su debut, rompe tópicos del cine romántico y culinario. La cocina tiene más peso que en «MasterChef», pero en cambio modera el «espectáculo». No se abusa del éxtasis alimenticio, típico recurso del género para ligar escenas y entrar por los ojos. Tampoco los planos amorosos, ni los más arriesgados, rompen nunca la armonía.

Sorprende que un profesional de la cocina supere a cineastas con más experiencia al unir ambos mundos y calibrar el ritmo de la historia, un viaje pausado (de Berlín a Jerusalén) que no se hace lento. Incluso sabe transmitir sentimientos y reflexiones sin voz en off, reiteraciones ni pérdidas de tiempo.

Para no arruinar ninguna sorpresa, baste decir que tras un madrugador giro de guión el repostero alemán se lanza a vivir su obsesión de un modo que podría resultar enfermizo. El buen gusto esquiva de nuevo con ejemplar precisión todos los charcos y Graizer ni siquiera patina sobre los baldosines más comprometidos, como la suave crítica religiosa. El corazón, a fuego lento, gana la partida con unos intérpretes en su punto.

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